TUTANKHAMÓN EN ESPAÑA.

Curiosidades sobre Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, padre de la Duquesa De Alba.

Este libro desvela el papel que jugó España en el descubrimiento de la tumba del faraón Tutankamón, llegando a estar al primer nivel de la divulgación arqueológica sobre Egipto entre 1924 y 1928, años en los que el descubridor de la tumba, Howard Carter, visitó Madrid gracias a la intervención del duque de Alba, con quien forjó una profunda amistad.

Aquellas visitas, organizadas por el Comité Hispano-Inglés y la Residencia de Estudiantes, tuvieron un enorme éxito y una gran cobertura de la prensa de la época. El hecho de que se acogiera tan pronto el relato de las novedades de un hallazgo arqueológico de tal importancia supuso un hito para España. La amistad entre el duque de Alba y Howard Carter tuvo beneficiosas consecuencias. El duque trajo a Carter a España y, con él, a Tutankamón y el interés por la egiptología. Su visita fue una inyección de egiptología de primera división en un país que vivía ajeno a esta disciplina.

Los autores de este libro han lamentado que ese interés por la egiptología, que se desbordó con la presencia de Carter, no se haya mantenido en España, donde ha predominado, según dicen, el interés por la antigua Roma o, incluso, Grecia, no existiendo en España ninguna oferta de Grado en Egiptología. Si se quieren cursar estos estudios, tiene que ser en algún país europeo o en Estados Unidos, teniendo el dominio a nivel muy avanzado de la lengua del país en cuestión y consultando las condiciones de admisión de los mismos. En España, habitualmente, se inicia la formación con el Grado en Historia o el Grado en Arqueología para aquellos que opten por la investigación en Egiptología y después deben completar sus estudios en el extranjero. Ambos autores forman parte de una de las 300 misiones arqueológicas internacionales que se mantienen en Egipto para destapar restos arqueológicos y cumplen diez años de trabajos en el templo de Tutmosis III, al oeste de Luxor, que ya ha aportado grandes cantidades de materiales.

Según explica el libro, el embajador de España en El Cairo, Arturo Avello Díez del Corral, facilitó el contacto con el actual duque de Alba, don Carlos fitz-James Stuart, a fin de poder estudiar documentos del archivo familiar, ubicado en el palacio de liria, relacionados con las dos visitas que Howard Carter realizó a España en los años 1924 y 1928. El motivo por el cual hay documentación al respecto se debe a que don Jacobo, padre de doña Cayetana, fue persona fundamental para que el célebre arqueólogo inglés pronunciara cuatro conferencias en Madrid.

El 1 de marzo de 1909, al regreso de una cacería en África oriental, el duque interrumpió el viaje de vuelta a su paso por Egipto y permaneció una semana en El Cairo. Al oeste de aquella cosmopolita ciudad quedaría impresionado por la majestuosidad de las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos, construidas en Guiza cuatro mil quinientos años atrás. Fue entonces cuando el interés por la milenaria cultura faraónica despertó en él, y aquella aproximación al mundo de los antiguos egipcios tendría episodios de continuidad a lo largo de su vida. El 7 de octubre de 1920 se casó con doña María del rosario Silva y Guturbay en el Salón del Trono de la embajada española en inglaterra. El gran objetivo del viaje de bodas sería Egipto. Allí conocería a Howard Carter, antes de que este encontrara la tumba de Tutankhamón en 1922.

El duque de Alba fue una persona fundamental para potenciar relaciones culturales entre distintos países europeos y España. Sería presidente de los Comités Hispano-francés e Hispano-belga, si bien sería el Comité Hispano-inglés el que facilitaría la visita de Howard Carter a España. Uno de los episodios que forman parte del preámbulo de la creación de aquella entidad puede enmarcarse en una visita que el célebre escritor británico H. G. wells realizó a la residencia de Estudiantes en 1922. Aquella institución había sido fundada en 1910 como centro subordinado a la Junta de Ampliación de Estudios y adquiriría gran prestigio, ya que estuvieron vinculadas a ella célebres personalidades de las letras y las ciencias. El autor de La máquina del tiempo animó a don Alberto Jiménez fraud, director de la residencia, a establecer lazos culturales estables entre España e inglaterra, de manera parecida a los que había entre británicos, italianos y portugueses. Por su parte, el duque de Alba y el embajador británico, sir Esme Howard, consideraron necesaria la formación de una cátedra de lengua y literatura inglesas en la Universidad de Madrid similar a las de lengua y literatura españolas que había en las prestigiosas Oxford y Cambridge.

En 1922 ya tenían preparado el proyecto, pero no se llevaría a cabo debido a la negativa de determinadas autoridades universitarias. Esa visión cerril de entonces, en relación a la cultura inglesa, es comparable a la que durante muchos años ha vivido –y vive– la egiptología, disciplina que, cabe subrayar, no es carrera universitaria en España a causa de la manifiesta oposición de algunos personajes influyentes del ámbito académico. A pesar de la negativa, el duque dotó de fondos a la residencia de Estudiantes para fomentar los intercambios. Otro de los prohombres que aportó generosas sumas fue el teniente coronel británico Charles Bedford. Finalmente sería don Alberto Jiménez fraud quien consideraría la posibilidad de fundar una entidad a través de la cual se pudieran canalizar las relaciones intelectuales y culturales entre ambos países.

La reunión fundacional del Comité Hispano-inglés se produjo el 16 de mayo de 1923 en el palacio de liria. Los asistentes fueron Horacio Echevarrieta, el marqués de Palomares del duero, el marqués de Pons, el marqués de Silvela, sir Esme Howard y el duque de Alba, el cual sería elegido como presidente. Los allí presentes decidieron que contactarían con grandes personalidades de los distintos ámbitos académicos y literarios a fin de que formaran parte del Comité. El primer conferenciante británico que intervendría en España sería precisamente Howard Carter. Hasta 1936, año de la desaparición de la entidad, fueron numerosos los ilustres profesionales de variadas disciplinas que fueron invitados, entre ellos el economista John Maynard Keynes o el arqueólogo leonard woolley, célebre por sus trabajos en la icónica ciudad sumeria de Ur. Al margen de aportaciones económicas propias, el duque de Alba sería fundamental para la financiación de la entidad. A través de sus contactos y su perseverancia, logró que el gobierno del general Primo de rivera aprobara una subvención anual de 15000 pesetas para becas el 27 de febrero de 1925.

La primera visita de Howard Carter a España se empezó a gestar a comienzos de 1923, cuando el duque de Alba, como presidente del Comité Hispano-inglés, contactó con el arqueólogo británico en El Cairo, poco antes de la muerte de Lord Carnarvon. Sin embargo, la invitación formal no se produciría hasta diciembre de aquel mismo año. Ambas personalidades se reunieron de nuevo en londres el 5 de noviembre de 1924 para ultimar los detalles. El conferenciante tendría todos los gastos pagados y recibiría la cantidad de 80 libras esterlinas por dos conferencias. También se acordó que las diapositivas y cintas cinematográficas serían enviadas por valija diplomática a través de la embajada española en la capital británica. El 22 de noviembre el duque de Alba y Howard Carter se hospedaron en el hotel Ritz de París. Al día siguiente tomaron un tren con destino a Madrid. El arqueólogo británico estaría en España entre los días 24 y 29 de noviembre, alojado en el palacio de liria. Su visita había despertado el interés de la prensa y antes de que llegara ya fue anunciada en los días previos. Una noticia de ABC, datada el 19 de noviembre, incidía sobre su llegada: «Con el duque de Alba, que en breve regresará a Madrid, visitará esta corte mister Carter, el famoso descubridor de la tumba de Tut-Ank-Amen, quien a ruego del ilustre prócer, pronunciará dos conferencias en la residencia de Estudiantes». Cuatro días más tarde el mismo diario informaba sobre las dos conferencias programadas: «El lunes y martes próximos, a las seis de la tarde, en la residencia de Estudiantes –y por iniciativa del Comité Hispano-inglés, que preside el duque de Alba–, disertará Mr. Howard Carter acerca de ‘El descubrimiento de la tumba de Tutankamón».

La primera conferencia tuvo lugar a las seis de la tarde del mismo día de su llegada, el 24 de noviembre. Su título era «El descubrimiento de la tumba de Tut-ankh-amen. La labor de la primera época. 1923-1924». Aquel extraordinario evento cultural tuvo lugar en la sala de actos de la residencia de Estudiantes. Entre las personalidades relevantes que asistieron al acto había intelectuales como el pensador José ortega y Gasset, el arqueólogo e historiador Manuel Gómez Moreno y el director del Museo Arqueológico Nacional José ramón Mélida; diplomáticos como el embajador británico sir Horace Rumbold o religiosos como el nuncio papal monseñor Tedeschini. La expectación fue de tal magnitud que mucha gente se quedó sin poder entrar en el recinto, circunstancia que obligaría a replantear el lugar de celebración de la segunda conferencia. Indudablemente, el impacto del descubrimiento de una tumba egipcia que conservaba buena parte de sus tesoros había dejado huella en sectores de la sociedad madrileña de la época y despertó el interés por ver y escuchar al protagonista.

La línea argumental de aquella primera conferencia se estructuró de acuerdo con los siguientes puntos: Una introducción que recordaba la figura de Lord Carnarvon, describía brevemente la situación geográfica del Valle de los reyes y subrayaba la importancia de aquella rica zona arqueológica como lugar de enterramiento de faraones y personas que recibían un permiso especial de sus monarcas. Los indicios y pistas que el conferenciante fue recopilando sobre una posible nueva tumba. Explicó que su perseverancia se basaba en los siguientes hallazgos de Theodore davis en el Valle de los reyes: un recipiente de fayenza y una serie de objetos, entre los que destacaban unos sellos de arcilla que contenían el nombre de entronización del faraón así como un fragmento de lino que conservaba la fecha del «sexto año de aquel rey». También añadió el descubrimiento que realizó el americano de «una bóveda, no una verdadera tumba, proyectada para el traslado del cuerpo de Akh-En-Aten, suegro de Tut-Ankh-Aten, de su primitiva tumba en El Amarna a este cementerio real tebano». La concesión que obtuvieron por parte de Gaston Maspero, director general del departamento de Antigüedades egipcio, para excavar en el Valle de los reyes y cómo el instinto le guió hacia el área situada entre las tumbas de Ramsés II, Merenptah y Ramsés VI. Destacó que removieron unas 200.000 toneladas de escombros antes de alcanzar las capas inferiores y cómo llegaron al borde de la desesperación cuando, tras seis años de intenso trabajo, no habían logrado ningún resultado satisfactorio. Finalmente, el descubrimiento de guijarros les sugirió la posibilidad de que hubiera algo importante en las cercanías. No lejos de aquellas piedras, que se usaban para rellenar las entradas de las tumbas, había vestigios de cabañas utilizadas por obreros de la época de ramsés VI. En una postrera campaña se dispondrían a explorar todo lo que pudiera haber debajo de aquellas chozas.

A continuación, narró los pasos hacia el descubrimiento de la tumba: la información sobre las cabañas ramésidas, el examen de la roca, el hallazgo del primer escalón y el trabajo febril hasta desescombrar doce escalones que conducían a una puerta enlucida y sellada. Todo ello acompañado de aspectos anecdóticos como el hecho de intentar la lectura de impresiones de sello de noche y con un candil, la excitación reinante en aquellos momentos o los graznidos de aves nocturnas respondidos por «la risa» de una hiena. Explicó cómo fue realizado un pequeño orificio en la entrada sellada y pudo observar, mediante el candil, que al otro lado había un corredor. Reprimiendo las crecientes ganas de proseguir la excavación, ordenó que la escalera fuera cubierta de nuevo y cabalgó «a la luz de la luna, por entre aquellos agrestes desfiladeros, a la abierta llanura desierta donde tenía mi casa».

Seguidamente, se refirió al envío de un telegrama a lord Carnarvon, que se encontraba en inglaterra, y a la certeza de que si hubiera profundizado unas pulgadas más en la excavación, habría encontrado sellos con el nombre de entronización de Tutankhamón en la parte inferior del enlucido que cubría el bloqueo de la entrada. Finalizada la primera parte de la conferencia, se procedió al pase de noventa y dos diapositivas. La publicación de la residencia contiene la lista y los correspondientes comentarios realizados por el ponente. Las diapositivas fueron estructuradas de la siguiente manera: Una introducción que enmarcaba el Valle de los reyes, con una panorámica de la zona y la entrada a la tumba. El interior de una tumba real: la tumba de ramsés VI.

Aquella tumba, cercana a la de Tutankhamón, fue tomada como elemento referencial. A continuación, los asistentes pudieron ver imágenes sobre las excavaciones en el exterior y la primera fase de excavación en el interior de la tumba, hasta despejar el corredor. A medida que las fotografías mostraban el avance hacia la antecámara, Carter se explayaba más en sus comentarios. En esta parte de la conferencia repitió las palabras que le inmortalizarían, cuando al pasar un candil por un pequeño agujero realizado en la puerta sellada de la antecámara, y mirar en su interior, Lord Carnarvon le preguntó: «¿Ve usted algo?», y él respondió: «Sí, cosas marvillosas».

Prosiguió mostrando distintos ángulos de la riqueza que había en la antecámara, para pasar al cofre pintado, del cual presentó escenas exteriores en las que se veía al faraón cazando desde su carro, combatiendo contra los enemigos de Egipto y pisoteándolos en forma de esfinge. La siguiente diapositiva permitía ver una sandalia que se hallaba en el interior de aquella caja decorada. Se da la circunstancia de que las escenas bélicas del cofre muestran un elemento inusual en la profusa iconografía de guerra del reino Nuevo: perros utilizados para hostigar al enemigo en retirada. No son habituales representaciones de canes entrenados para el combate en los numerosos relieves de guerra del periodo. Los siguientes objetos exhibidos fueron: el lecho del león, denominado así por tener la forma de ese felino, así como cajas, muebles, joyas o candeleros que estaban encima y debajo de aquella cama. El león estaba considerado un animal solar y un símbolo de la fuerza del monarca. A través de aquel recorrido visual, los asistentes pudieron contemplar el espacio situado entre el lecho del león y el lecho de Hathor, divinidad femenina con cabeza de vaca que estaba asociada, entre otros aspectos, a la regeneración. Allí los arqueólogos encontraron vasos y recipientes de alabastro de gran belleza. A continuación venía un serie de fotografías y descripciones sobre objetos que se encontraban en el entorno del lecho de Toeris, diosa con forma de hipopótamo que estaba dedicada a la protección de madres y niños. Entre los mismos destacaban el famoso trono que muestra al rey y a la reina en amorosa actitud, así como algunos taburetes. El pase de fotografías terminó con la presentación de collares, bastones y una hermosa copa votiva de alabastro. Acabada su intervención, el conferenciante fue premiado con la sonora ovación de un público entregado ante lo que acababa de ver. Debido al extraordinario éxito de aquella primera conferencia y la manifiesta limitación del espacio, los organizadores decidieron buscar un recinto con mayor aforo para la segunda. Finalmente, optarían por el teatro Fontalba, coliseo ubicado en la Gran Vía madrileña.

La primera jornada de Howard Carter en Madrid sería rubricada con una cena de homenaje que el duque de Alba le ofreció en el palacio de liria. Entre los asistentes estuvieron algunos buenos amigos del anfitrión, como el doctor Hugo obermaier, catedrático de Prehistoria de la Universidad Central de Madrid, y miembros de la aristocracia, como el marqués de Torres de Mendoza y el duque de Nochera. La prensa de la capital cubrió ampliamente el acontecimiento y así se reflejaría en los diarios del martes, 25 de noviembre. El ABC dedicó una página al éxito de la conferencia. El artículo comenzaba con una breve descripción física de Howard Carter, al que señalaba como «de estatura no aventajada, complexión fuerte…» y continuaba señalando el caluroso aplauso que le brindó el público y algunas palabras que le dedicó el duque de Alba en la presentación, definidas como «frases sobrias». En relación a la propia conferencia, que fue calificada de «excelente», recogía una síntesis descriptiva sobre el hallazgo de la tumba y sobre algunas piezas significativas, subrayando el uso ilustrativo de las diapositivas. El texto terminaba añadiendo los nombres de algunas personalidades relevantes que asistieron al evento. Otros periódicos que también publicarían la noticia, centrándose básicamente en la gran afluencia de gente, las bondades de las diapositivas, aspectos sobre la tumba y los objetos que habían sido mencionados en la conferencia, fueron La Libertad, El Liberal, La Publicidad, El Imparcial, El Debate, La Voz y El Heraldo de Madrid. Los principales periódicos también anunciaron el cambio de lugar para la segunda conferencia, que debía celebrarse el miércoles 26, a causa del éxito de público que obtuvo la primera.

En la mañana del día 26, Howard Carter, acompañado por el duque de Alba, sería recibido por el rey Alfonso XIII en el Palacio real. Aquella recepción demuestra la relevancia adquirida por el arqueólogo y la curiosidad que su descubrimiento había despertado en las más altas instancias del país. Por la tarde pronunciaría su segunda conferencia en el teatro Fontalba, cuyo aforo empequeñeció ante la masiva afluencia de público. De igual manera que en la primera lectura, numerosas personalidades se dieron cita para escuchar al gran protagonista de la arqueología egipcia de aquellos tiempos, si bien destacaría por encima de todas la presencia de los reyes Alfonso y Victoria Eugenia. Junto al embajador británico, sir Horace Rumbold, y su hija, había los siguientes miembros de la aristocracia: los duques de Plasencia, los marqueses de lerma, de fontalba, de bermejillo y de Valdeiglesias; los condes de Gimeno y de Calleja, y las señoras y señoritas de Vives y Tormo. Por su parte, repitieron Manuel Gómez-Moreno, José ortega y Gasset, y José ramón Mélida. Y entre otros intelectuales asistentes estaban los escultores Mariano Benlliure y Victorio Macho, el historiador francisco Javier Sánchez Catón y el filósofo Manuel García Morente.

Howard Carter comenzó su segunda conferencia saludando a los reyes y haciendo un resumen de la primera, que incluyó algunas de las diapositivas más representativas. A continuación se centró en los siguientes puntos: las tareas de restauración, documentación, fotografía y embalaje de los objetos de la antecámara, antes de proceder a los trabajos en la cámara funeraria. Las grandes dificultades que tuvo el equipo para desmontar las cuatro capillas, debido al estrecho espacio que había entre ellas y a su tamaño y peso, el cual basculaba entre 250 y 750 kilogramos, así como a la circunstancia de que el estuco sobre el que habían sido fijadas las láminas de oro era muy quebradizo. También tuvieron que ser muy cautos a la hora de extraer las espigas de madera y de cobre que unían los distintos paneles. Como dato anecdótico añadió que sufrieron más daños, en cuanto a pinchazos y golpes, quienes llevaron a término aquellas labores que las propias capillas. Estas explicaciones serían acompañadas posteriormente de diapositivas que mostraban los carros, detalles sobre los mismos y ornamentos de los arneses.

Seguidamente, explicó la apertura de la puerta sellada de la cámara funeraria, una vez la antecámara estuvo despejada. Describió la cámara y algunos de los objetos más representativos que allí había, entre los que destacaban las cuatro capillas. La cámara funeraria estaba a un metro de profundidad en relación a la antecámara y poseía una pequeña habitación secundaria, que sería definida como «cámara del tesoro», debido a que había muchas piezas del ajuar funerario. Las fotos que complementarían esta parte de la conferencia presentaban un orden que resultaba muy comprensible para los asistentes. Mostró características de la puerta sellada e insistió en una parte de la misma que había sido perforada por los ladrones y posteriormente restituida por las autoridades faraónicas. En una de las fotos se podía ver a Lord Carnarvon y en otra a Arthur C. Mace, uno de los reputados arqueólogos que participó en las investigaciones. Continuó con la descripción de las dos estatuas negras del rey, a tamaño natural, que custodiaban la puerta sellada, y el progresivo derribo de la pared divisoria para presentar la capilla exterior, pintada de azul y rojo, así como algún detalle de la misma. También presentó fotos sobre algunos objetos depositados en el espacio que había entre esta capilla y la siguiente, sobresaliendo recipientes para ungüentos, báculos y bastones, antes de exhibir el palio de la segunda capilla y el sistema aplicado por el Dr. Alexander Scott para restaurarlo y permitir su traslado al laboratorio sin daños. Prosiguió aportando imágenes de la segunda capilla y algunas de sus particularidades, tanto físicas como iconográficas. Se felicitó al recordar que la marca del sello de la puerta estaba intacta. Aquello significaba que los ladrones no habían hollado toda la tumba, con lo cual se apercibió de que, a partir de allí, todo lo que encontraran no había sido tocado desde el momento del enterramiento.

Siguiendo la cronología de los avances, describió brevemente la tercera capilla y las sensaciones de creciente emoción al cruzar aquel umbral para, más tarde, pasar a través de la puerta de la cuarta capilla y contemplar por primera vez el gran sarcófago. Tras una descripción somera de la cuarta capilla, tanto física como iconográfica, y de los trabajos necesarios para desarmarla a fin de acceder con mayor facilidad al sarcófago, se centró en las principales características de este. Explicó las sensaciones de máximo respeto que le invadían al levantar la pesada tapa y prosiguió señalando las tres envolturas de lino, bajo las cuales apareció el primero de los féretros antropomorfos que protegían el cadáver del faraón. Terminó subrayando la conmovedora presencia de una guirnalda de flores de loto secas sobre los emblemas de la cobra y el buitre que protegían la frente del faraón, intuyendo que pudo ser un postrer acto de ofrenda de la reina viuda. Esta visión le marcaría hasta el extremo de que la recordaría en numerosas ocasiones. A continuación se proyectaron dos documentales que mostraban las tareas de restauración, embalaje de piezas y transporte. Antes de despedirse, el arqueólogo inglés anunció que donaba las diapositivas y las filmaciones que había utilizado en sus dos conferencias al Comité Hispano-inglés para que hiciera difusión máxima de las mismas. La prensa del día 27 también recogió el gran éxito cosechado en la segunda conferencia, sintetizando contenidos de aquel acto cultural y, en algunos casos, como en el diario ABC, incluyendo los nombres de los ilustres asistentes.

Más allá de la prensa española, el impacto positivo de la presencia de Howard Carter en Madrid y sus dos conferencias cruzó los Pirineos. La revista Mercure de France informó a sus lectores sobre las novedades que presentó el arqueólogo británico y algunos eventos sociales en los que participó, destacando la cena en el Ritz. La cabecera francesa recogió también la propuesta de los comensales para realizar trámites a fin de que se otorgara la Cruz de Alfonso XII al descubridor de la tumba de Tutankhamón.

En el transcurso de esta primera visita debió de cristalizar un acuerdo que permitió al conde Gimeno traducir al castellano el primer volumen de The Tomb of Tutankhamun, que había sido publicado en 1923. La obra en castellano sería dividida en dieciocho fascículos de la revista Blanco y Negro. El ejemplar original utilizado por don Amalio para la traducción se encuentra actualmente en la biblioteca del Museo Egipcio de barcelona y contiene una dedicatoria del arqueólogo inglés. Lamentablemente, el aristócrata iniciaría la traducción del segundo volumen, aunque no la concluyó.

Otra derivada de la presencia de Howard Carter en España fue la propuesta del duque de Alba, realizada el 28 de noviembre de 1924, para que el británico fuera nombrado miembro de la real Academia de la Historia. Fue elegido en la Junta, presidida por el propio don Jacobo, que tuvo lugar el 5 de diciembre, decisión que le sería notificada mediante carta al día siguiente.

El resultado de estas conferencias fue magnífico, tuvo una asistencia masiva de público, incluyendo autoridades e intelectuales, en cada una de las disertaciones. «Jamás hubiéramos sospechado que la egiptología tuviera en Madrid tantos adeptos apasionados». Estas palabras, escritas por un periodista de ABC para referirse al extraordinario éxito de la segunda conferencia de 1928, sintetizan a la perfección la paradoja que ha rodeado a la egiptología en España a lo largo del siglo XX. Una disciplina que ha fascinado a millares de personas en nuestro país y que, sin embargo, ha tenido escaso recorrido universitario debido al desinterés o la oposición de determinadas autoridades académicas. Las conferencias que Howard Carter pronunció en Madrid constituyen un ilustrativo ejemplo de «gran ocasión perdida» que pudo favorecer el asentamiento institucional de la cultura faraónica en España, cuando los principales países de Europa ya disponían de cátedras universitarias, potentes asociaciones privadas y museos dedicados al estudio de la civilización faraónica.

Indudablemente las disertaciones de Carter fueron acontecimientos culturales de una extraordinaria envergadura. Y, sin embargo, no se materializaron en ningún tipo de interés universitario, más allá de las conferencias que algunos profesores dieron a partir de los materiales que gentilmente había cedido el arqueólogo británico. Lo reiteramos: una ocasión desperdiciada, como tantas otras en la historia del mundo académico español, sobre todo en el ámbito de las humanidades.

Afortunadamente, desde hace unos años, y en lo que se refiere a la egiptología, la férrea voluntad de profesionales, la mayor parte formados en universidades extranjeras, y la generosidad de patrocinadores privados, han conseguido que diversos equipos arqueológicos nacionales trabajen en interesantes yacimientos faraónicos. También en algunas universidades se llevan a cabo cursos de formación, fundamentales para que los jóvenes interesados en esta materia puedan tener una oportunidad.

A la poca incidencia académica que tuvieron las visitas de Howard Carter, (afirman los autores del libro), podríamos añadir el desconocimiento que existe sobre una figura histórica muy relevante de la primera mitad del siglo XX, cuyos servicios a la cultura de este país no han sido suficientemente difundidos: don Jacobo fitz-James Stuart y falcó, el XVII duque de Alba. Una biografía novelada y artículos sobre aspectos puntuales de su vida son todo lo que hay en torno a una personalidad que supo valorar la cultura a través del mecenazgo, con aportaciones que permitieron desarrollar carreras, entre otros, a arabistas, musicólogos y pintores. También museos como el del Prado y numerosas entidades culturales contaron con su inestimable colaboración. Amigo de grandes intelectuales de la época y relacionado con miembros de las más altas instancias españolas y británicas, don Jacobo formó parte activa de las principales Academias españolas, tuvo un papel fundamental en la conservación de las cuevas de Altamira y colaboró en la creación de la primera cátedra de Prehistoria en una universidad española. Desde la humildad, ya que él siempre tuvo claro que sus vínculos con las instituciones culturales provenían del rango y no del estudio, contribuyó también a la publicación de libros importantes, entre los que figuraban algunos que permitían conocer documentos destacables del rico archivo de la Casa de Alba. Y en tan vasto panorama cultural no podía faltar Egipto. Prendado de la civilización faraónica desde la primera vez que visitó aquel país, regresaría al mismo en diversas ocasiones y conocería al propio Howard Carter antes de que este descubriera la tumba de Tutankhamón. Definido como el más inglés de los duques de Alba, don Jacobo fue uno de los creadores del Comité Hispano-inglés, entidad que presidiría y desde la que invitó al ilustre arqueólogo para que pronunciara las conferencias. Sin embargo, pocos saben que la relación entre ambas personalidades iría más allá de los encuentros de Madrid. Los documentos escritos que se conservan en el archivo del palacio de liria, magnífico edificio donde se hospedaría el británico, demuestran que ambos simpatizaron y mantuvieron una relación amistosa que perduró durante años. Las cordiales cartas que se publican en esta obra y la evidencia de que Carter regaló un escarabeo propagandístico de Amenofis III a don Jacobo, hoy perdido, son pruebas significativas de aquella amistad. A las mismas se puede añadir un dato que vale la pena destacar: el duque era el único español que figuraba en la agenda de direcciones del arqueólogo.

Fue fundamental la opinión del duque a la hora de nombrar al arqueólogo como miembro corresponsal de la real Academia de la Historia y no sería extraño considerar que las atenciones de don Jacobo hacia su invitado, con visitas a algunos de los lugares más hermosos de Madrid y Toledo, motivaran que este cediera sus materiales visuales a fin de que se pudieran organizar pases por toda la geografía española y, obviamente, que regresara cuatro años más tarde para explicar sus avances en el estudio de los materiales de la tumba. No hay que olvidar que el descubridor del último lugar de reposo de Tutankhamón tenía fama de persona brusca en algunos sectores de la egiptología, que lo consideraban un advenedizo por no haber cursado estudios universitarios.

Noventa y cinco años después del descubrimiento de la tumba, el archivo del palacio de liria aporta nuevos datos relacionados con aquel gran acontecimiento arqueológico y su incidencia en España. Los documentos aquí publicados permiten conocer una parte sustancial de la responsabilidad del duque de Alba a la hora de organizar la cesión de diapositivas, así como la evidencia de que también estuvo presente en las gestiones que llevarían los mencionados materiales a tierras del continente americano. Muy ilustrativa, como se puede leer en una lista conservada, es la transversalidad del interés por visionar materiales tan sugerentes, desde centros católicos hasta asociaciones obreras. Especialmente interesante, por la información específica que contiene, es una larga carta de Howard Carter a don Jacobo, fechada en el año 1925, donde informa puntualmente de sus avances en las complicadas investigaciones realizadas sobre los distintos sarcófagos y la máscara de Tutankhamón. Algunos documentos del archivo demuestran el interés del duque por apoyar en todo lo posible a las personas que requerían una ayuda de intermediación. La carta que escribió a Carter, con el objetivo de solicitar su permiso para el uso de fotografías en la traducción del primer volumen del descubrimiento de la tumba realizada por el conde Gimeno, es una muestra de ello.


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