LOS TALATATES

El primer «Horizonte de Atón» o la «heredad del Atón en la Heliópolis del sur», de proporciones por completo gigantescas, fue realizado en poco tiempo; pues, la mayor parte de su edificación puede situarse entre el año 4 y el final del primer tercio del año 6, es decir, en un período de solo dos años. Este verdadero logro de la historia de la arquitectura faraónica se debió, evidentemente, a la férrea voluntad regia y a la consiguiente movilización nacional; pero sobre todo fue posible gracias a la invención de una nueva técnica de construcción, la de los talatates. Conviene, por lo tanto, explicar qué se esconde tras este neologismo traspasado a la jerga de la egiptología contemporánea.

Como explica Robert Vergnieux, autor del estudio más exhaustivo sobre estos objetos: «Ya en el siglo IXI, la palabra talatat era utilizada por los habitantes del poblado de Karnak para referirse a los bloques de arenisca de pequeño tamaño procedentes del pilono IX del templo. Durante las campañas de excavación y restauración realizadas en el yacimiento de Karnak, los obreros que manipulaban estas piedras las llamaban invariablemente talatat». La etimología de esta palabra moderna, utilizada desde entonces por todos los egiptólogos y egiptófilos, ha suscitado diversas hipótesis, en ocasiones bastante extrañas; pero parece claro que la palabra deriva del número 3 en árabe, que se pronuncia talata y podría tener que ver con la tradición del Alto Egipto contemporáneo de utilizar la mano, con los dedos separados, como unidad de medida, con lo que un talatat son aproximadamente tres palmos de longitud de este tipo.

La particularidad de estos bloques, de un tipo nuevo en la arquitectura egipcia en el año 4 de Amenhotep IV, es que presentan dimensiones estandarizadas: unos 52,5 cm de largo (un codo), 26,25 cm de anchura (medio codo) y 22,5 cm de alto (12 dedos, o lo que es lo mismo, medio codo menos 2 dedos). Estas proporciones, así como la técnica de construcción con ellos: con una junta de yeso y alternancia sistemática entre una hilada o soga (es decir, con el lado estrecho del ladrillo visible) y la otra a tizón (con el largo visible) (véase figura 4.2) con juntas verticales discontinuas en cada hilada para asegurar la cohesión del muro, evocan directamente la técnica de los ladrillos de adobe, tal cual se lleva practicando en Egipto desde la Antigüedad hasta nuestros días.

De hecho, Robert Vergnieux ha demostrado que los talatates de Amenhotep IV-Akhenatón proceden de la transposición en piedra de la técnica de ladrillo de adobe. Pero ¿a qué se debió esta, hasta entonces nunca explorada? El egiptólogo francés ofrece dos soluciones, que parecen reforzarse mutuamente. En primer lugar, desde el punto de vista religioso, la evolución del dios de Amenhotep IV y su culto supuso la supresión de las cubiertas en los espacios litúrgicos: como en adelante la divinidad solar era adorada por medio de su manifestación más tangible y directa, «delante», como dicen los textos de la época, sin objetos intermedios como sustitutos terrenos  (como hasta entonces habían sido las estatuas de culto), los techos desaparecen para permitir que el dios penetre físicamente en su templo, el cual baña cada día con su luz, signo concreto de su presencia. Así nos lo muestran las representaciones de su culto, sobre todo en los propios talatates; también es lo que dejan ver, por un lado, la sistematización de la técnica del huecorrelieve, por lo general reservada en el antiguo Egipto a la decoración exterior, donde permite jugar con las sombras que crea la luz del sol, y, por el otro, la ausencia de talud en los muros de talatates, los cuales son todos perfectamente verticales (con excepción de algunos muy altos y exteriores, como los imponentes pilonos de entrada, que conservan en parte su aspecto tradicional). En una arquitectura a cielo abierto como esta, los muros que delimitan los espacios ya no son muros de carga y su estructura arquitectónica puede aligerarse considerablemente, siguiendo el modelo de la arquitectura del ladrillo, con caras verticales. Por otra parte, la reducción de las dimensiones de los elementos o los ladrillos -en el sentido menos metafórico del término- utilizados para construir permite simplificar y así acelerar la extracción, el transporte y la colocación de estos. El tamaño dado a los talatates les confiere un peso medio de unos 55 kilos, lo cual hace innecesario la construcción de las pesadas rampas utilizadas para la arquitectura monolítica tradicional; de hecho, permite que sean manipulados por un solo hombre, como demuestra la propia decoración de los talatates (véase fig. 4.3) -siguiendo un procedimiento de manipulación y transporte utilizado de forma espontánea por los obreros modernos de Karnak cuando es necesario trasladar estos gigantes ladrillos de piedra.

A partir del año 4 se produjeron centenares, millares y luego, con rapidez, centenares de millares de talatates, en las canteras de arenisca de Gebel el-Silsila, cerca de la estela del comienzo del reinado, a propósito de la realización del «Ra-Horakhty que se regocija en el horizonte en su nombre de Shu que está en el Atón en el Ipet-Sut».  Como muy bien ha demostrado R. Vergnieux, los frentes de extracción de estos pequeños bloques estandarizados siguen siendo perfectamente visibles, con algunas inscripciones de época atoniana y, en ocasiones, incluso talatates abandonados durante su extracción, lo que permite reconstruir perfectamente las técnicas de esta (véase fig. 4.4).

Una vez extraídos de la roca, los talatates eran contados (quizá por lotes) con ayuda de cortas inscripciones que atribuyen la supervisión de su fabricación («trabajo responsabilidad [literalmente «bajo la mano»] de») a diversos personajes, como «el policía (medjay) de la heredad [del Atón] Nekhemmut», «el escriba Pen-Amen(y)» o «el escriba Ptahmose», junto a nombres como Nebamón, Nakhtamón, Huy o Raia(y), sin especificación del cargo (seguramente considerado inútil en el contexto de uso de estos recibos de entrega). Como menciona el decreto de realización del «gran Benben», los encargados de realizar este tipo de tareas son funcionarios y militares, sin duda en el marco de una obra de alcance nacional.

Seguidamente, los talatates eran transportados por barco hacia karnak, unos 150 kilómetros al norte, para ser utilizados bajo la dirección de un jefe de los trabajos del soberano, como el copero real Parennefer, quien sirvió a Amenhotep IV «cuando todavía no era más que un príncipe heredero» y recuerda con orgullo en el quicio de la puerta de entrada a su tumba tebana (TT 188) que, en su fidelidad sin fisuras hacia su monarca, fue «director de todas las funciones artísticas del rey (…) y jefe de  todos los trabajos del rey en al heredad del Atón (…), aquel que hace eficaces sus monumentos (=los del rey) en la heredad del Atón».

Pero, si bien los talatates parecen haber sido admirablemente concebidos para permitir una producción, transporte y construcción rápidos, los edificios que sirven para erigir podían ser desmantelados con la misma rapidez. Esto es lo que sucedió apenas un cuarto de siglo más tarde, pocos años después de la muerte de Akhenatón. Con la restauración del antiguo régimen preatoniano al final de la XVIII dinastía, los monumentos del real adorador de Atón, tanto en Tebas como en Amarna, fueron sistemáticamente desmontados y sus bloques reutilizados como material de construcción. En Karnak, durante el reinado de Horemheb -el segundo sucesor de Tutankhamón- centenares de miles de talatates fueron utilizados como relleno de los pilonos II, el IX y el X, mientras que al principio de la época ramésida lo fueron sobre todo como cimentación de la sala hipóstila de Seti I y Ramsés II.

Esta situación arqueológica hace que el estudio de los edificios atonianos de Karnak sea extremadamente difícil, puesto que solo una ínfima parte de este gigantesco complejo ha quedado o ha dejado algunos restos in situ. Los principales, y en la práctica los únicos conocidos hasta el momento, son las trazas del muro del recinto del gran patio de entrada del Gem-pa-Atón, al este del gran templo de Amón-Ra, así como los vestigios de la destrucción de las estatuas que rodeaban la cara interior de este mismo muro, descubiertos por H. Chevrier en 1925 y reexcavados por D.B Redford a partir de 1975. En cuanto al resto, el egiptólogo se ve reducido a intentar buscar indicios entre las decenas de millares de talatates decorados que aparecen diseminados por todo Karnak, e incluso en la región tebana, desde Armand a Medamud, pasando por Tod y Luxor. Como muy bien sintetiza la metáfora de R. Vergnieux:

Estas piedras forman un conjunto de muchos centenares de rompecabezas, de los cuales no poseemos ¡ni los modelos, ni el número de piezas de cada uno y, por supuesto, tampoco del número total de piezas!

Tarea difícil e incluso descorazonadora donde las haya. El primero del que tenemos noticia que se dedicó  a ella es el francés Émile Prisse d’Avennes, que en enero de 1840 intentó juntar varios de los talatates que estaba dibujando en medio de las explosiones provocadas por los canteros del pachá, quienes por entonces estaban usando los pilonos meridionales de karnak para ¡extraer piedras listas para ser utilizadas! Si el osado egiptólogo pudo dedicarse a reunir bloques en unas condiciones tan precarias, fue porque los talatates presentan una iconografía bastante regular y, sobre todo, porque los arquitectos de Horemheb no los reutilizaron de forma por completo aleatoria; el análisis de la dispersión arqueológica de las piedras que componían una misma pared de la época atoniana revela que los bloques fueron rellenando la nueva estructura donde iban a ser reutilizados según iban siendo desmontados del monumento original.

Pero habrá que esperar más de un siglo para que, en 1966, se ponga en marcha el primer proyecto de envergadura destinado a estudiar, en su conjunto, los talatates de Amenhotep IV encontrados  en la región tebana, con la intención de reconstruir los programas decorativos y los edificios de los que procedían: es el Akhenaten Temple Project («El Proyecto del templo [sic] de Akhenatón») del Museo de la Universidad de Pensilvania, iniciado por Ray Winfield Smith, dirigido a partir de 1972 por Donald Bruce Redford. No obstante, si bien la empresa comenzó con el entusiasmo que suscitaba por entonces el recurso «a los ordenadores», el método de asociación de los talatates siguió siendo fundamentalmente visual, teniendo muy poco en cuenta la coherencia arqueológica de la reutilización de estos y, sobre todo, el sistema de construcción bajo Amenhotep IV-Akhenatón. El resultado es que se publicaron muchas reconstrucciones erróneas o técnicamente imposibles. Y, tras conseguir algunas uniones más o menos evidentes, el proyecto perdió fuelle y terminó por no llegar a buen término.

Al mismo tiempo, en 1967 los ministros de cultura egipcio y francés, Sarwat Okacha y André Malraux, firmaron un protocolo que daba carácter oficial a la creación del Centro Franco-Egipcio de Estudio de los Templos de Karnak (CFEETK), entre cuyas tareas y objetivos estaba la de asegurar la extracción de los talatates reutilizados en la parte occidental del pilono IX. El cuidadoso y metódico inventario de este coherente conjunto arqueológico creó, como era lógico, nuevas propuestas de reconstrucción, en ocasiones espectaculares (la más conocida es la que fue montada físicamente en el Museo de Luxor, que tiene 18 m de longitud (véase figs. 4.11 y 4.14); pero también, y sobre todo, una reflexión metodológica, tanto sobre las técnicas y principios de construcción con talatates bajo Amenhotep IV-Akhenatón, como sobre el modo en que estos bloques fueron arqueológicamente reutilizados por lo arquitectos de Horemheb y sobre los medios de los cuales dispone el investigador moderno para validar -o no- su propuesta de reconstrucción.

Gracias a un acuerdo de mecenazgo científico y tecnológico firmado en 1986 entre Électricité de France y el CNRS -el cual permitió sobre todo el tratamiento mediante sistemas expertos de la base de datos informatizada de talatates del macizo oeste del pilono IX-, R. Vergnieux retomó el conjunto de la investigación y, merced a los resultados a los que ha llegado, demostró de forma magistral el interés e incluso la necesidad de este sistema de validación metodológica de las diferentes etapas conducentes a una propuesta de reconstrucción de talatates. Una de las consecuencias principales del notable trabajo realizado por R. Vergnieux es que si el grupo de talatates que ha tenido en cuenta -los 6.666 bloques que formaban las 24 últimas capas de la base y los cimientos del macizo occidental del pilono IX- está bien analizado, el estudio del resto,  o casi, de las decenas de millares de piedras semejantes encontradas en la región tebana debe ser retomado bajo esta misma perspectiva. En resumen, solo tras medio siglo de intensos estudios de los talatates nos encontramos hoy al alba de la verdadera exploración científica de todos los monumentos que, en apenas cuatro o cinco años, fueron construidos con estas piedras y permanecieron en pie y funcionando únicamente durante una generación.

Esta larga disquisición, la cual se ha prolongado mucho más allá de la frontera del reinado de Amenhotep IV-Akhenatón, sobre las condiciones arqueológicas tanto de reutilización como de descubrimiento y estudio científico de los talatates, permite darse cuenta de los límites de nuestro conocimiento actual sobre el complejo atoniano de karnak; una limitación que explica, al menos en parte, por qué esta fase del reinado, tan esencial, ha sido descuidada o esbozada con demasiada brevedad. Aún serán necesarios muchos estudios asistidos por ordenador sobre el corpus de talatates tebanos y, sin duda también, nuevas excavaciones en Karnak, para comprender mejor este primer complejo dedicado por Amenhotep IV-Akhenatón a su dios elegido antes del traslado a Amarna.

Del libro: Akhenatón, el primer faraón monoteísta de la historia. 


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