LOS QUE VOLVIERON A ÁFRICA. DE RODOLFO SARRACINO.

Este libro de Rodolfo Sarracino publicado por la Editorial De Ciencias Sociales en La Habana en 1988 es sin duda una joya. Sus investigaciones se centran en las repatriaciones voluntarias de ex eslavos «cubanos» a África, unos hechos cruciales de la historia afroamericana poco conocidos y poco abordados en Cuba. De hecho, como él mismo dice en un texto de 2018:

«La investigación que precedió a este libro, realizada en tiempo libre durante el cumplimiento de una misión diplomática en Nigeria, y aún mucho después, es el resultado de un intenso esfuerzo científico, que se extendió desde 1980 hasta su publicación como libro, en 1988, intervalo durante el cual publicamos un crecido número de artículos sobre el tema en publicaciones seriadas especializadas cubanas y extranjeras , lo que nos permitió avanzar gradualmente en la reconstrucción histórica. La investigación se materializó en el libro Los que volvieron a África, obra novedosa, con un tema entonces casi totalmente desconocido en Cuba, no superada o continuada hasta el día de hoy, como comprobamos en la búsqueda que desarrollamos en Internet sobre la bibliografía cubana, estadounidense, británica y brasileña, publicada entre 1988 y el 2004, acerca de las relaciones entre África y Cuba. Puedo asegurar que la obra permanece hoy tan vigente como cuando la presentamos, a lo que añadimos que las vías para nuevas investigaciones continúan abiertas a los investigadores.»

Además de descubrir en fecha muy reciente -década de 1980- la existencia de esas migraciones, de hallar las pruebas documentales, las familias y sus testimonios de segunda y tercera generación en África y en Cuba, y de leer su correspondencia familiar, demostró que el regreso de varios miles de ex esclavos automanumitidos y emancipados a patrias lejanas en la costa de África, fue una forma de rebelión de los africanos radicados en Cuba contra la trata y la esclavitud, la menos conocida, estudiada y entendida de todas las formas de rebelión. Algo que no deja de ser interesantísimo, porque cuando se habla de rebelión se suele hacer referencia a insurrecciones armadas.

Su investigación en el campo historiográfico supuso, entre otras cosas, conocer lo que otros autores como Fernando Ortiz, Juan Pérez de la Riva, José Luciano Franco y Pedro Deschamps Chapeaux, han escrito sobre el tema objeto de estudio de este libro y someterlo a crítica, es decir, sobre los que volvieron a África. Algo que le resultó relativamente fácil, porque son pocos los que han abordado el tema centralmente, con trascendencia científica que supere la anécdota folclórica.

Nos hallamos pues, ante un tema interesantísimo y fascinante que fue siempre objeto del escepticismo de los principales y más importantes investigadores cubanos. Mientras que asuntos tales como la trata de esclavos y la esclavitud, o los hechos de las relaciones Cuba-África desde 1959 hasta nuestros días, han sido abundantemente tratados por los cubanos, la historia transcurrida entre esos dos extremos lo ha sido menos, por no decir, casi nada. Según explica Armando Entralgo en el prólogo, la mera constatación de lo anterior no puede tomarse como causa de que el tema analizado por Sarracino no haya merecido mucho ni profundo tratamiento, a parte de las honrosas excepciones que él destaca en su introducción. Piensa que la causa debe radicar en un hábito historiográfico particularmente nocivo: el escribir sobre la presencia africana en las varias etapas de la historia nacional de Cuba, sin tomar en cuenta la historia africana de tal o cual momento, sin incorporar esa historia -con el subrayado que resulte necesario- a la órbita mundial correspondiente a los diferentes periodos de la historia de Cuba.

A modo de hipótesis, dice Armando Entralgo que tiene la impresión de que este hábito no pertenece por entero a la época anterior a 1959, sino que les sigue afectando aun después de ese mismo año. Por ejemplo, así como antes del triunfo de la Revolución la órbita histórica contemporánea de cada etapa nacional se constreñía al Occidente, siendo la historia cubana una especie de «anexo» de la universal, y solo inteligible y significativa si se la estudiaba en concatenación con esta última, después de 1959 esa visión o manía continuó existiendo, aunque un tanto metamorfoseada, y más de una vez prevaleció en ciertos trabajos un tipo de interpretación demasiado preocupada en cómo concatenar las vicisitudes de la historia patria con tal o cual estado del desarrollo del capitalismo premonopolista o con tal o cual fase de la llamada crisis general del capitalismo. En ese sentido, la costumbre ha sido tratar el período de la esclavitud de los africanos en Cuba sin tomar en cuenta la información y el análisis correspondiente sobre el desarrollo histórico a esa misma altura de las regiones africanas de procedencia de los esclavos; estudiar el período posterior, el de la abolición, sin otra cosa que algunas referencias muy generales al acontecer africano del siglo XIX; y, como lógica pero desafortunada derivación de todo lo anterior, abordar la historia de Cuba neocolonial sin otro contexto internacional que el fácilmente deducible del propio status de neocolonia, y presentado de tal manera que esas relaciones internacionales de Cuba, anteriores al triunfo de la Revolución, parecen más el producto del diabolismo de las administraciones norteamericanas, que el resultado objetivo de la inserción de Cuba en la periferia explotada del sistema capitalista mundial.

Dice además, que Rodolfo Sarracino se ha propuesto, a partir de una voluminosa y rigurosamente escrutada información, demostrar la importancia cuantitativa y cualitativa de los ex esclavos que intentaron retornar a su tierra de origen o a la de sus antepasados, desde las primeras décadas del siglo XIX; considerando esos esfuerzos como manifestación de la lucha múltiple e incesante del hombre negro americano contra la esclavitud y otras formas de explotación. (Lo que dice Armando Entralgo es lo que comentaba al principio del post, que estos hechos se consideran como la menos conocida, estudiada y entendida de todas las formas de rebelión). Prosigue diciendo que, que este tipo de reacción ante la opresión resultara manipulable por parte de esclavistas y abolicionistas, en diferentes medidas y en correspondencia con sus distintos intereses y posibilidades, no disminuye en absoluto la significación de los que han pasado a la historia bajo el nombre de movimientos Back to Africa, ni mucho menos exime a los historiadores cubanos del deber de estudiarlos.

¿Cómo es posible, entonces, que desde 1988, fecha de la publicación de este libro, y después de leer las interesantísimas palabras que Armando Entralgo escribió en el prólogo en Noviembre de 1987, no se haya escrito más sobre el tema? Este libro se escribió hace 32 años. ¿Por qué esta obra de Sarracino ha quedado en la sombra, por decirlo de alguna manera, y ningún otro investigador ha aprovechado esta magnífica oportunidad para continuar con las investigaciones? ¿Por qué cierto sector cubano es reacio a incorporar a la historia nacional de Cuba estos hechos cruciales de la historia afroamericana? Recordemos que al principio del post decía Sarracino en un texto de 2018, es decir, hace tan solo dos años, que su obra no ha sido superada ni continuada a día de hoy.

Continuamos con algunos ejemplos plasmados en el libro de Sarracino, sobre ese escepticismo del que ha sido objeto el tema de estudio de este libro, por parte de los más grandes investigadores cubanos, como es el caso de Fernando Ortiz (1881-1969), tal vez el más sabio, culto, inquisitivo y dedicado de la primera generación de estudiosos sobre las raíces histórico-culturales afrocubanas. Éste afirmaba lo siguiente:

«…ese regreso a África era de hecho imposible para los emancipados, como para los demás africanos libres. Un viejo esclavo, conocido mío, me dice que en 1866 salieron de La Habana tres barcos con lucumíes y dos con ararás; pero ello es, sin duda, un error de mi pobre informante. Jamás han salido de Cuba barcos con expediciones de repatriados africanos, y si no fuera por algún dato suelto que he hallado creería que ni siquiera ha habido lugar a repatriaciones individuales.»

Un párrafo después, don Fernando cita una noticia del semanario La Ilustración de Cuba, del 1º de Noviembre de 1895, donde se da cuenta de la salida hacia África de dos familias lucumíes, en total 9 personas, 5 de ellas nacidas en Cuba. Pero aun ante una evidencia de esta naturaleza, don Fernando sentía el aguijón de la duda. En una nota a la noticia referida, el notable investigador comentaba lo interesante que sería conocer las aventuras de esos lucumíes en Luanda, es decir, Angola, que se encuentra lejos de la tierra de los yorubá en el occidente de lo que hoy es Nigeria. Por eso pensaba que «algún error debe contener la noticia». En realidad, no hay que suponer que ambas familias permanecieron en Luanda, por la sencilla razón que escogieron la vía España-Portugal-Luanda, utilizando las comunicaciones entre las metrópolis portuguesa y su colonia, para llegar a Lagos. Lo excepcional hubiera sido un itinerario Habana-España-Lagos, pues por lo general rara vez los barcos españoles o portugueses tocaban puertos en las colonias africanas de Inglaterra.

La obra en que Fernando Ortiz hizo este planteamiento data de 1916, y es compresible que otras prioridades investigativas básicas, en una especialidad prácticamente inexplorada, hayan atraído los desvelos del maestro en aquel periodo inicial. Más tarde, Ortiz aportó, sin que esto constituyese objeto de un estudio detallado y científico, otras anécdotas acerca del regreso de libertos y emancipados a la costa de África. Es interesante el artículo que escribiera en 1952, en que nos dice que, en 1892, un negro criollo de Cuba, Maximiliano Arango, «fue alcalde o algo semejante de Eko, la gran ciudad que hoy se llama Lagos». Se trata de una línea de investigaciones prometedora, porque indicios no faltan de la presencia del apellido en Lagos. Una de las familias que el autor conoció en Lagos de origen «cubano» le entregó en dicha ciudad una fotografía postal de Marcelina Arango, hecha en el estudio Duforty Cibriam, sito en Reina número 6. La Habana, dedicada a «su hermano» Pedro Arango, de Lagos, Nigeria, fechada en agosto de 1904. En esa misma época, un moreno criollo llamado Ramón Campos, afirma don Fernando, hijo de un maestro constructor que vivía «en el habanero barrio de los Sitios, fue a Guinea y allá se quedó viviendo». Buscando aquí y allá en la copiosa obra de Fernando Ortiz estamos seguros que hallaríamos algunos ejemplos adicionales. Pero es evidente que el tema del regreso a África de emancipados y libertos «cubanos» no fue nunca objeto de su infinita y sistemática curiosidad. Correspondería a una generación posterior de investigadores aportar elementos documentales de mayor entidad, el rastro histórico que nos permitiría plantearnos la investigación en un plano realmente científico, dice Sarracino.

Llegados a este punto uno se vuelve a hacer más preguntas. Si esto lo dijo Sarracino hace 32 años, cuando se escribió este libro. ¿Cómo es posible que nadie más, previo rastreo de todas las obras de Fernando Ortiz, como hizo Sarracino, haya advertido la evidencia del retorno de ex esclavos a África y no haya sentido curiosidad por seguir el rastro? Que no lo hiciera Ortiz ha quedado claro por qué, pero….aún peor, ¿Cómo es posible que en 104 años, fecha de la publicación de esta obra de Fernando Ortiz a la que hace referencia Sarracino, pues data de 1916, no haya habido nadie, ni posterior a Ortiz ni anterior a Sarracino, que haya sentido curiosidad por estos hechos cruciales de la historia afroamericana? Ya solamente el hecho de hacerse estas preguntas sin respuesta es absolutamente fascinante, e increíble a la vez. Por eso me reafirmo una vez más en que esta obra es una auténtica maravilla. Una joya, como decía al principio, o mejor dicho un diamante en bruto.

Dice Sarracino que también es cierto, y los comisionados no lo niegan, que el regreso por aquellos días terminaba en general en tragedia. A menudo los repatriados resultaron asesinados, y en casi todos los casos perdieron sus bienes a la llegada por la sencilla razón de que la costa de África, con la penetración de la trata, se había convertido en un coto de caza de esclavos y no había garantías para nadie. Pero no hay que ir al siglo XIX para conocer que en realidad era frecuente el regreso a África de emancipados y libertos. Simplemente hay que reconocer -dice Sarracino- que nuestras investigaciones, tal vez por la barrera del idioma, o por el hecho de que la mayor parte de nuestros africanistas no han puesto pie en África, o ambos, habían quedado rezagadas respecto al resto del mundo. Tómese la obra de J.F. Ade Ajayi, uno de los más prominentes historiadores nigerianos, y comprobaremos que el flujo de emancipados y libertos cubanos es para él y otros historiadores nigerianos de «una importancia fuera de toda proporción con sus números».

Ajayi nos refiere en dicha obra -publicada en 1965- que los emigrantes procedentes de Cuba, Brasil y Sierra Leona continuaban llegando a Lagos y la nación yorubá durante todo el siglo XIX. Ajayi se enfrenta al problema cuantitativo con mayor o menor acierto, y calcula que en Abeokuta, hacia mediados de siglo, hubo unos 3.000 emigrantes, y «centenares» en Lagos, Ede, Igragbiji, pero también Ibadan e Ijaye. Estos aspectos cuantitativos, tan difíciles de precisar en África, preocupan menos a Ajayi que las motivaciones que tenían estos hombres para regresar a sus hogares:

«Para la mayor parte de los negros en el Nuevo Mundo, África era solo vagamente su hogar. Los esclavos, sin conocimientos de geografía mundial, transportados sobre el mar, acostados usualmente sobre sus espaldas en las atestadas entrañas de los barcos, separados muy a menudo de personas con las que podían hablar sus propias lenguas, pronto perdieron contacto siquiera imaginativo con África. Para sus niños, nacidos en la esclavitud en una tierra extraña, el hogar era generalmente la propia colonia que conocían».

Existía sin embargo, algunos casos de un tipo diferente de nostalgia. A Brasil y a Cuba habían venido esclavos de la misma región de África Occidental durante siglos. Se había desarrollado en estos países la tradición de mantener a los esclavos juntos en grupos lingüísticos, en ocasiones bajo jefes designados, y con oportunidades para divertirse ellos y sus dueños con ceremonias tradicionales, canciones y danzas. Esta política deliberada de limitar la asimilación de esclavos de plantación manteniéndolos divididos dentro de sus viejas unidades étnicas en las que podían conspirar contribuyó a preservar su cultura […] Así, por diferentes razones, la visión de la tierra natal permaneció fija entre muchos esclavos de Cuba y Brasil, y la nostalgia a menudo significó el deseo de regresar a algún punto específico de África.

…Con el desarrollo de la causa abolicionista en el siglo XIX y más oportunidades para la emancipación y la repatriación, en tanto fracasaban los esfuerzos por provocar un regreso organizado, este regreso espontáneo de los «exiliados» de Brasil y de Cuba, de un goteo se convirtió en una de las más importantes corrientes culturales de la historia nigeriana del siglo XIX. «

Uno puede estar o no de acuerdo con esta explicación de la nostalgia africana, un tanto idílica, que en primer término ignora las motivaciones económicas y políticas de Inglaterra y España, y que por consiguiente obligan al historiador nigeriano a forzar la mano en lo referente a la supuesta tradición hispana de mantener a «los esclavos juntos en grupos lingüísticos». En realidad, los españoles y criollos esclavistas nunca cometieron ese error que Ajayi les atribuye. Por el contrario, siempre trataron de distribuirlos entre los barracones, cuidando precisamente de que no coincidieran hombres y mujeres de lenguas, etnias y culturas afines, con el propósito de facilitar su división, instigando entre ellos las rencillas y las delaciones, que debían contribuir a neutralizar las rebeliones y todas las formas de resistencia.

No puede dejarse de notar, sin embargo, la distancia entre la historiografía nigeriana y africana de Ajayi y la cubana, que estaba aún por demostrar científicamente la presencia en África de los libertos provenientes de La Habana. Pero no sólo Ajayi: Hodgkin, Adelaye y otros historiadores han escrito extensamente sobre este fenómeno migratorio. Pierre Verger, cuya obra contiene alrededor de 40 años de investigaciones acerca de las migraciones forzadas que partieron de África, llegaron a Brasil y posteriormente regresaron, decía en un artículo del 70, que:

«Este movimiento de retorno de algunos millares de libertos no arranca, sin embargo, del conjunto de los países de América Latina. Sus puntos de partida se limitan a Brasil (Bahía en particular) a partir de las primeras décadas del siglo XIX. Y no es hasta transcurrida la primera mitad del siglo que este movimiento se extiende a Cuba. Muy poco sabemos al respecto de otros países de América Latina […] Los puertos a donde retornaban los libertos de Cuba y Brasil están situados en las regiones de Nigeria y la República Popular de Benin, de donde eran originarios. Pero una vez allí, como dijimos antes, los esclavos libertos de Brasil y Cuba, al retornar a África, no pudieron incorporarse siempre al hogar de donde provenían en el interior del continente y, por lo tanto, no pudieron reintegrarse a su medio tradicional. Aislados de sus familiares e instalados en poblados de la costa, donde eran extranjeros ya que formaban parte de etnias diferentes, integraron una sociedad latinoamericana coherente con las tradiciones culturales y religiosas adquiridas en común en el Nuevo Mundo, que era lo que acercaba unos a otros, y constituyeron un grupo relativamente reducido insertado en un mundo africano que ya no era el de ellos…»

Hay un punto en el que Verger y Ajayi coinciden: el retorno a África de millares de latinoafricanos libertos, de Brasil y de Cuba. En lo demás se manifiestan grandes diferencias de criterios. Mientras Ajayi concede al fenómeno migratorio gran importancia en el orden político, Verger se la niega. Para él, los autoemancipados de ambos países están «instalados en poblados de la costa». Ajayi ha comprobado su presencia en ciudades del interior, como Abeokuta e lbadan. Ambos ignoran las motivaciones británicas en el plano económico, que facilitaran dichas migraciones.

Su aplicación al documento es lo que hacía especialmente relevantes las investigaciones de Juan Pérez de la Riva, quien nos refirió que en su tiempo el padre Pelofy dio cuenta que en 1883, poco después de la abolición de la esclavitud, «Cuba mandó algunos libertos a Angué». Por otra parte, cuando el eminente historiador francés Pierre Verger preparaba su obra capital sobre las transferencias culturales entre África y Brasil, parece conversó en Europa con Pérez de la Riva y le refirió que muchos libertos cubanos regresaron en diversas épocas a la costa de África, y que él personalmente había encontrado en Ouidah, Cotonou y otros lugares, «negros que pretendían ser descendientes de cubanos, de lo cual estaban muy orgullosos», aunque «en la costa no se encuentran vestigios de una civilización propiamente cubana».

Las informaciones transmitidas por Verger a Pérez de la Riva están bastante matizadas. Sin dejar de decir verdad -nuestras propias fuentes lo atestiguan-, en cuanto a la presencia de descendientes de ex esclavos en Cotonou y Ouidah, Verger omitió mencionar esa presencia en Lagos, bien estudiada por él, que es donde se encuentran los núcleos principales de dichos descendientes, con manifestación de tradiciones culturales y por lo menos una muestra arquitectónica con señal visible que proclama el nexo cubano. Es evidente, pues, que Verger privo a Pérez de la Riva del principal indicio para el desarrollo de una investigación consecuente del tema, lo que tal vez explique por qué éste no profundizó en esta vertiente tan cercana a su especialidad: la demografía.

Esta omisión es tanto más clamorosa cuanto que Verger, a fines de la década del 50 y principios de la del 60, parecía plantearse su monumental investigación, no como un «flujo y reflujo» entre el golfo de Benin y Bahía exclusivamente, sino como un triángulo con puntos en La Habana, Bahía y el golfo de Benin, particularmente Nigeria. Bastaría el artículo que escribiera en 1962, para la revista Nigeria, en un número especial en ocasión de la independencia de dicho país, cuyo título, «Nigeria, Brasil y Cuba«, es suficientemente elocuente. Es justamente en esa dirección que nuestra investigación se dirige: a hacer una modesta contribución para completar el cuadro de las transferencias culturales entre América y África con el estudio de los vínculos de la mayor de las islas del Caribe con el más poblado de los países africanos. Pero hay algo más que decir sobre la obra de Verger. En las 700 u 800 páginas del libro, rara vez puede el autor referirse a los repatriados de Bahía sin hacerlo a los de La Habana. El enorme compendio informativo, más bien que analítico, de las relaciones entre Bahía y Lagos sirvió de base para estudios posteriores que rindieron decenas de obras y artículos. Éstos a su vez constituyeron una estructura cientifica sólida que ha servido de apoyo a la llamada «política de aproximación» de Brasil a África, y que ya es objeto del escrutinio de investigadores científicos. Julio Braga escribió sus Notas sobre el Barrio Brasileño en 1969, poco después de publicada la magna obra de Verger. José Honorio Rodríguez publicó su obra en dos volúmenes, Africa y Brasil. El profesor Roy Glasgow dio a conocer su análisis «El intento de aproximación africana de Brasil«, en Issues, African Studies Association Notes, en 1973, y la profesora Monica Schüler hizo públicos sus Paralelos signiticativos entre el intercambio económico cultural de las Indias Occidentales con el África y del Brasil con África Occidental. Según Michael Turner,» los siguientes investigadores llevan a cabo estudios sobre transferencias culturales entre Brasil y Áfri- ca en Zaire, Mozambique y el primero, y lo harán en Angola cuando las circunstancias lo permitan: son ellos los nigerianos Ebun Ogunsanya, Joseph Abiola y Anani Dzidzienyo y Pierre Michael Fontaine. La información de Turner es clara en cuanto a que Brasil lleva a cabo una activa política cultural para estrechar sus vínculos con África, como lo evidencia el número considerable de investigadores especializados en las transferencias culturales entre Brasil y África. Resalta el desarrollo de la historiografía brasileña en el campo de las convergencias históricas y culturales y de ls migraciones entre ambos continentes. Nuestro modesto estudio -dice Sarracino- se propone establecer los presupuestos para investigaciones posteriores de la temática referida en Cuba.

No podemos dejar de mencionar, entre los investigadores cubanos que han abordado el tema con seriedad, a Pedro Deschamps Chapeaux, quien contribuyó a fundamentar las investigaciones preliminares de Juan Pérez de la Riva. Deschamps Chapeaux informó al primero acerca de ciertas tradiciones orales de los lucumíes habaneros según las cuales, en 1897, «se celebraron grandes bailes y fiestas en la calle de Maloja desde División hasta Rayo. Los bailes y cantos duraron entre 9 y 15 días, para desear feliz regreso al África a un importante grupo de lucumíes». Deschamps Chapeaux también llamó la atención a Pérez de la Riva acerca de las expulsiones de negros libres y esclavos después del descubrimiento de la Conspiración de la Escalera.

El doctor José Luciano Franco, en su constante hurgar en expedientes y documentos del Archivo Nacional, nos ha entregado la interesante documentación referida a la repatriación voluntaria de varios centenares de libertos y emancipados enviados a Fernando Poo «al objeto de atender los trabajos agrícolas y mecánicos» en dicha isla, según la Real Orden del 13 de septiembre de 1845. Pero aquí nos interesa la lección del respetado profesor de que la información ha de hallarse, no en el muelle butacón del gabinete, sino en los polvorientos expedientes de los archivos.

Resulta evidente que la investigación acerca de las migraciones voluntarias a la costa de Africa de libertos y emancipados procedentes de Cuba se presenta, de inicio, con una endeble base bibliográfica y documental. En ésta, como en otras vertientes investigativas, es menester la investigación in situ, la obtención de testimonios y documentos, no sólo los que pudieran hallarse en nuestros archivos, sino en los de España, Nigeria y Gran Bretaña. Pero hay que decir que la debilidad fundamental de las investigaciones sobre nuestra africanía reside, precisamente, en la falta del contacto con África de nuestros científicos. De haber visitado, por ejemplo, Nigeria, podemos estar seguros que Fernando Ortiz -en un período relativamente corto- habría recogido materiales suficientes para escribir varios volúmenes más, y sobre todo para simplificar, aclarar y solucionar innumerables problemas de investigación que aún hoy aparecen rodeados de un misterio enteramente artificial provocado por la lejanía de las raíces históricas y etnológicas. El sencillo ejercicio de abrir una guía telefónica nigeriana, por ejemplo, revela enseguida la existencia de un número considerable defamilias con apellidos hispanos. Preguntar por los «cubanos» a un ciudadano lagosino de 50 años en adelante suscita una respuesta espontánea y precisa con nombres, direcciones, amistades y familiares. Pero hay que estar en Lagos para hacer la pregunta. La aproximación al tema es, por tanto, sinónimo de aproximación al entrañable continente, para poder alcanzar el nivel científico que el estudio exige y merece.

Que fue exactamente lo que hizo Sarracino. Una estancia en Lagos, de 1980 a 1982, le convenció de que, contrario a lo afirmado por Fernando Ortiz,’ hubo núcleos de libertos y emancipados que desde Cuba se repatriaron voluntariamente a Africa, dejando en varios puntos de la costa occidental su impronta cultural, sin que hayan sido absorbidos por otros grupos de inmigrantes superiores en número y por la propia población local. Los testimonios de segunda y tercera generación de personas que han conservado nociones de la lengua española, sus apellidos, sus relaciones con parientes cercanos y lejanos en Cuba, constituyen pruebas irrefutables de una presencia cubana en Lagos, la capital de la más poblada de las naciones africanas, y otros puntos de la costa de África.

A continuación algunas fotografías de estos testimonios, de su correspondencia y de los edificios que construyeron:

Fuente del texto que he adjuntado al principio, sobre un escrito de Sarracino en 2018. Se puede leer completo en este enlace. No deja de ser interesantísimo: http://www.josemarti.cu/wp-content/uploads/2018/10/EXORDIO_PRE_MARTIANO_.pdf

El libro se compone de diez capítulos, a cual más interesante. A continuación el índice:

Portada y contraportada:

Varias:


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