LA HERENCIA DEL ANTIGUO EGIPTO: LAS PALABRAS VIAJERAS.

Del libro: La herencia del Antiguo Egipto. De Christiane Desroches Noblecourt. 


Sólidamente establecido en su suelo, Egipto, desde sus primeros tiempos, constituyó un polo de atracción para sus vecinos de Oriente, de Palestina, de Canaán y, luego, ya en edad tardía, para los hebreos, en quienes ejercieron la mayor influencia, así como, naturalmente, en los ocupantes griegos y romanos. El fenómeno se manifestó durante milenios y en muy distintos campos.

Era natural que algunos nombres de animales o de plantas, que habían surgido en tierras africanas, subsistieran con su raíz original. Así, todavía están en uso las palabras geseh, para la gacela, benu, para el fénix, heby para el ibis,  beneret para la palmera datilera. La pervivencia lingüística se dio entre ciertos nombres de materias: hebeny, el ébano que produce en hebreo habnim y en griego ebeno; neter (y) para nitro y natrón; o también la palabra «goma», que procede de Kemyt y dio, en copto, komi, en griego kommi y, finalmente, gummi en alemán y gum en inglés. Perviven también otros términos geográficos, como ouhat, el oasis. A veces, lo que se transmite de ese modo es el nombre de una técnica, como kemi <química, más adelante magia «negra», de donde derivó muy probablemente el nombre de Egipto: Kemet (en árabe, al-kemi=alquimia, «la [ciencia] de la Tierra Negra»). 

El fénix. Este legendario pájaro azul que renacía de sus cenizas y regresaba a Egipto cada muchísimos años fue representado en un muro de la sepultura de Nofretari. Su nombre procede de la deformación del egipcio bennu. (Tumba de Nofretari, Valle de las Reinas, Tebas oeste. XIX dinastía.)

Estatua de un Ibis. En el antiguo Egipto, donde vivía, se le llamaba heb. En nuestros días ya sólo se encuentra en tierras egipcias, aunque pueden verse en muchos parques zoológicos. (Madera esculpida y pintada, bronce. Época saíta. Museo del Louvre

Favorita real.  Princesa de Deir el-Bersha. Muchacha desfilando, engalanada con lotos azules. Las sechenes (lotos) llevaban este epíteto para indicar el rango que ocupaban en la corte. Sechene es el origen del nombre de Susana. (Imperio Medio. Museo de El Cairo.)

En el vocabulario de la flora local se inscriben, en primer lugar, las dos principales flores de las tierras egipcias. De entrada, el loto azul, cuyo nombre es sechem. El hebreo se apoderó de él para dar el nombre de Shechama (Susana) a la mujer del rey de Judea, Susinna, que más adelante daría nombre a Shachen, la ciudad de Irán que hoy denominamos Susa.

Junto al embriagador loto azul brotaba también una hermosa flor blanca, de numerosos pétalos, llamada nefer, término que significa «bello» y también «radiante», «lleno de vitalidad». En femenino, el nombre propio de Neferet designaba, antes incluso de la época de las pirámides, a las jovencitas destinadas a irradiar belleza. Durante la ocupación árabe de Egipto, la palabra nefer se convirtió en el-nefer, lo que produjo «nenúfar». 

De modo análogo, la flor pronunciada como herere se encuentra hoy, de acuerdo con las leyes fonéticas clásicas, en la palabra «lis».

Por poco que se haya ojeado la Biblia, se recordará que el nieto de Aarón se llamaba Pinehas (o, también, Finés). Este nombre brota directamente de la onomástica propia de las orillas del Nilo, donde el apelativo de Pa Nehesy, nombre común durante el Imperio Nuevo, se daba a un hombre del sur de piel «cobriza».

Otro nombre propio adoptado por la Biblia es el del marido de una mujer de mala reputación: Putifar, nombre que proviene del egipcio pa-di-pa-Ra, que significa «aquel a quien el [dios] Ra ha dado», dicho de otro modo: «Diosdado».

Así, el mismo nombre de Moisés, que procede directamente de la palabra mose«el que ha nacido», es un morfema que en Egipto se empleaba en los nombres teóforos, como Ramosis, Ptahmosis o Ptahmes, Tutmosis, Ramesseu, etcétera.

Por último, entre las palabras de uso común que han llegado hasta nosotros procedentes del venerable lenguaje de los súbditos de faraón, es decir, de «la Gran Casa»«el Palacio», debe citarse ante todo el vocablo derivado del verbo egipcio sek«reunir». Ha servido durante mucho tiempo, a través del hebreo, del griego sakkos y del latín saccus, para designar un objeto muy común en nuestra lengua: un saco. Entre esas palabras de campos semánticos tan dispares, no debemos olvidar las de los vocabularios profesionales, que se trasmitieron con las propias técnicas.


Una palabra egipcia que ha viajado mucho. 

Una palabra cuya andadura desde que abandonó las orillas del Nilo se ha visto marcada por el itinerario más largo que pueda imaginarse, hasta llegar a nuestros días, es «adobe». Apareció en Francia a finales del siglo XIX para referirse a un ladrillo de tierra cruda, utilizado en las construcciones. De hecho, se trata del elemento esencial que utilizó la arquitectura civil egipcia durante más de cuatro mil años: el ladrillo de tierra cruda secado al sol. Era, y todavía es, una pieza fabricada con el lodo depositado, antes de la construcción de la alta presa, año tras año, por la inundación del suelo de Egipto.

No hay nada más fácil ni más accesible para todos que moldear este ladrillo. Pese a cierta propaganda, su fabricación no conllevó ni constricciones ni inconvenientes importantes de ninguna clase. Bastaba con mezclar el material, regularmente arrancado de las riberas del Atbara etíope tras la crecida anual del Nilo, con paja calcinada y agua. Al cabo de algunos días, tras la fermentación y el amasado de la mezcla, se obtenía lo que hoy sigue llamándose, en Egipto, la muna. Entonces era necesario verter esta mezcla en moldes rectangulares de madera, dejar que secar superficialmente y, luego, sacarla del molde y hacer que se secaran por completo, al sol, los ladrillos así constituidos. Se utilizaron durante milenios, siglo tras siglo, tanto para edificar los palacios reales como para levantar las humildes moradas de los fellahs. Recordemos que la piedra se reservaba únicamente para la edificación de las «casas divinas».


Fabricación de ladrillos. Obreros egipcios y semitas trabajando. (Tumba de Rejmara, Tebas. XVIII dinastía.) Con el tiempo, la tuba llegó hasta Francia. La encontramos en el Berry y es citada en La charca del diablo, de George Sand, tras un largo viaje.


Molde para ladrillos. Simplemente, un rectángulo y una empuñadura de madera. (Boceto de G. Goyon.)


Fabricación de ladrillos. Rekhmare, según Champollion. (Tumba de Rejmara, Tebas.)


Aún pueden verse, en uno de los muros de la capilla funeraria tebana de Rekhmara, visir de Tutmosis III, a obreros egipcios, imberbes, y obreros semitas -y no esclavos-, con su pequeña barba puntiaguda, simplemente atareados en la fabricación de ladrillos e, incluso, en la construcción de un muro con esos elementos bien calibrados. Este trabajo nunca fue considerado degradante o tarea reservada a los esclavos. En todas las épocas y lugares de Egipto se moldeaban ladrillos de tierra cruda. Y cuando en alguna de nuestras excavaciones se necesitaban ladrillos, tanto para una reparación como para una consolidación, mandábamos fabricar, allí mismo, el ladrillo milenario de la tierra del Nilo.

Cuando, después de la hégira (año 622 de nuestra era), los árabes se establecieron en Egipto, el antiguo apelativo de este ladrillo, la djeba, la antigua djebet de los tiempos ramesidas, tras perder algo de su tonalidad, se convirtió en la tobe del Egipto cristiano -ese Egipto copto que, para escribir su lengua, había adoptado las letras griegas.

La palabra pasó pues a la lengua árabe con la forma tuba. Luego, durante toda la conquista árabe del África del Norte, la tuba se convirtió en el material ideal para edificar casas en Túnez, en Argelia y en Marruecos.

Más tarde, los conquistadores pasaron a España sin dejar de iniciar a sus habitantes en el uso del ladrillo de tierra cruda. El artículo el (el o la) precedió a la palabra tobe, tuba, convirtiéndose así en el-tuba, y luego en «adobe».

Cuando España emprendió, a su vez, la conquista de México, llevó consigo el uso del adobe, que se hizo rápidamente tan popular como el vocablo que lo designaba.

La presencia española pudo dar que pensar a algunos que la palabra «adobe», que luego llegó hasta Estados Unidos, había sido «repatriada» a Francia por algunos viajeros. La realidad es mucho más simple. La encontramos ya mucho antes de que los soldados del ejército imperial de Napoleón III devolvieran el adobe a su casa, al regreso de su desventurada aventura mexicana.


Fabricación de ladrillos. 


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