LA PRUEBA DE EMBARAZO MÁS ANTIGUA DEL ANTIGUO EGIPTO.

El interés por el advenimiento de un embarazo era el paso siguiente del conocimiento de la fertilidad y de los medios potenciales de acrecentarla. De su importancia se deduce, una vez más, la alta estima que provocaba en una familia egipcia la llegada de un niño. Por eso, no resultaría desmedido advertir que los egipcios eran demandantes de una serie de pruebas fundamentadas a menudo en la analogía. Por ello necesitaron aprender a reconocer unos cuantos signos físicos y percatarse de los cambios precoces o tardíos, objetivos y subjetivos, de la mujer en su tiempo de preñez, pues entendieron que la observación y la experiencia se habían mostrado y enseñado válidas desde antiguo. El conocimiento de una gestación en un matrimonio suponía el tránsito de la esperanza a la alegría, que la propia familia o la propia sociedad les apremiaban. La mujer se vería con una mayor responsabilidad por tener descendencia, si bien podía darse el caso no exento de ironía, de que una viuda, o divorciada por culpa de la nuliparidad, tuviera hijos después de una segunda unión. Cuestiones todas que acuciaron y obligaron a los médicos a formular una serie de pruebas de embarazo.


Las pruebas más antiguas. Una prueba para determinar el sexo.

La prueba de embarazo más antigua y afamada de la que se tiene referencia en Egipto y tal vez de la humanidad, es la del papiro ginecológico por antonomasia de Berlín:

«Tú debes poner en dos sacos de tela granos de trigo y de cebada, y paralelamente dátiles y arena en los dos sacos que la mujer ha de orinar diariamente encima. Si ambos crecen tendrá descendencia. Si el trigo crece, pondrá al mundo una niña. Si la cebada crece, echará al mundo un hijo varón. Si ambos no crecen no tendrá hijos.» Berlín 199; verso, 2,2-5; Carlsberg III, 1,6-x+3).

El deseo de tener un hijo de uno u otro sexo promovió la necesidad de investigar en las pruebas de determinación sexual del niño antes del nacimiento. Era una demostración de gran riesgo que pondría en un brete al más avezado «obstetra» egipcio. El pronóstico no debió carecer de trascendencia para las dinastías faraónicas. A nivel doméstico, la mujer de la casa no mostraría una curiosidad menor por conocer el sexo de su progenie.

El método de determinación  del embarazo enunciado encontró eco en los trabajos de Constantino Africano, quien a su vez pudo haber recogido el testigo de las traducciones coptas y árabes de originales egipcios. Iversen (1939) encontró la pista en los escritos del médico florentino Petrus Bayrus (Siglo XVI d.C.). Con independencia de las múltiples rutas de transmisión cultural que sirvieron a la recepción del conocimiento médico egipcio en general y en particular al pronóstico del sexo hasta el mundo occidental, el método, dejando de lado las credenciales científicas posibles, sobrevivió muchos siglos después en la Europa de los llamados «uromantes», quienes pretendían hacer el diagnóstico ya no sólo del embarazo, sino también, del tratamiento de muchas enfermedades  por medio de la orina.

En 1926, en una publicación que marcó un hito entre los ginecólogos de la época, se describió lo que aún hoy en día se conoce como la prueba de Aschheim y Zondek. La evidencia permite predecir con un 95% de fiabilidad la gestación en los dos primeros meses de embarazo; basándose en el contenido hormonal de las orinas de las embarazadas. La famosa demostración corrobora con absoluta fidelidad la genial intuición de los antiguos egipcios quienes encontraron que la orina de la embarazada portaba elementos germinantes ausentes en la mujer no preñada. En tal sentido, Manger, años más tarde, demostró que la de la mujer encinta estimulaba el ritmo del crecimiento del trigo candeal cuando el niño por nacer era varón y el crecimiento de la cebada si era una niña. El cereal se empleaba además para la determinación de la fertilidad femenina como se ha tenido ocasión de anunciar. Experimentos realizados en la Universidad de Ain Shams han demostrado que la orina, siendo la mujer no grávida, no estimulaba el crecimiento del trigo y de la cebada, mientras que la de la mujer preñada promovía la germinación en un 40% de los casos.


Del libro: La lactancia en el Antiguo Egipto. 

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