LA HERENCIA DEL ANTIGUO EGIPTO: PECES, TABÚES Y RESURRECIÓN.

El pez más popular de Egipto. Apreciada por la calidad de su carne y por ser símbolo de la resurrección, la pequeña Tilapia nilotica era el pez inet de los antiguos tiempos y el bultis de nuestros días: la dorada del Nilo. (Losa de terracota barnizada. XIX dinastía. Museo de El Cairo.)


LOS TABÚES 

Entres los peces que poblaban el viejo Nilo, el oxirrinco (o mórmiro) gozaba de una fama más que dudosa, pues la leyenda le acusaba de haberse tragado el falo de Osiris, el dios mártir, cuando éste, víctima de su hermano Set, había sido descuartizado y arrojado al río.


La Tilapia y el Lates

Otros dos habitantes de las aguas , aunque esta vez de carne suculenta, tampoco solían figurar entre los manjares predilectos de los egipcios, porque en algunas regiones del país era un auténtico tabú: los textos los prohibían como alimento. El primero es la pequeña dorada del Nilo, de aletas rosadas y proporciones modestas. Identificada como la Tilapia nilotica, en la Antigüedad respondía al nombre de pez inet. En nuestros días, los pescadores egipcios la designan con la voz lulti.

En el lado opuesto, la perca del Nilo, el Lates niloticus, podía -y puede todavía fácilmente- alcanzar el tamaño de un hombre. A veces se llegaba a confundir con el legendario pez abdju, lo que lo vinculaba al mito de Osiris. En gran medida misterioso, uno de sus aspectos esenciales ha sido revelado por una pintura mural encontrada en una sepultura de Deir el-Medina. En ella vemos un gran pez representado en un lecho funerario, flanqueado por las dos diosas de la resurrección del muerto, Isis y Neftis, así como por Anubis, inclinado sobre el corazón del pez, que se representa como una momia humana. Se trata, así pues, de la primera transformación del muerto, beneficiario de los ritos funerarios que lo arrastrarán por las aguas primordiales hacia su búsqueda de eternidad.

Ahora bien, se advierte que esos peces, la Tilapia y el Lates, habrían sido utilizados como imágenes para ilustrar dos etapas esenciales de entre los múltiples avatares por los que pasa el muerto durante su andadura, algo que vincularía el uso de esas costumbres funerarias a la leyenda de Osiris, extendidas por todo el país.

El difunto en forma de pez. La primera transformación del muerto, sumido de nuevo en las aguas primordiales, se hacía bajo la forma del pez  mitológico abdju. Toma el aspecto de Lates  niloticus (¿quizás una perca?), momificado aquí bajo los auspicios de Anubis, con cabeza de perro. (Tumba tebana, Tebas oeste. XIX dinastía.)


Pequeño pocillo funerario XVIII dinastía. (Véase el dibujo siguiente.)

 

 

 

 

 

 

 

Inet dispuesto para el renacimiento. Dos genios de la Inundación preparan a un difunto para su renacimiento, vivificando al pequeño pez inet, que vehiculará el alma del muerto. (Esquisto esmaltado. XVIII dinastía. Museo del Louvre.)

 

 

 

 

 


LAS ESCENAS DE PESCA

Pesca milagrosa. Los dos peces inet y abdju,  apenas diferenciados, son capturados por el difunto, que así toma posesión de su «alma del ayer y del mañana». Tumba en Sakkara. V dinastía.)

En las pinturas en los muros de las capillas, ya desde el Imperio Antiguo, puede verse una barca hecha de cañas o de hojas de papiro que evoca la barquilla primitiva en la que el difunto se entregaba a una caza y pesca bastante inverosímiles. Delante de él, una cortina de agua parece levantarse del nivel del río para dejarnos ver los dos peces, la Tilapia y el Lates, atravesados por una pica que sostiene el difunto. Así, el difunto se asegura la perennidad de su antigua envoltura terrenal, simbolizada por el Lates, y toma igualmente posesión de la Tilapia, el pececillo que asegura su porvenir: he aquí los dos mojones entre los que caminará hacia la eternidad. A veces, la forma ligeramente hinchada de la Tilapia contrasta con la dimensión más alargada del Lates.

Cuando se llega a los muros de las tumbas tebanas del Imperio Nuevo, los dos peces muy raramente aparecen diferenciados, aunque su significado originario subsista con toda claridad. Esa escena ha sido interpretada (y se cree que durante demasiado tiempo), como el deseo por parte del difunto de divertirse en el mundo de ultratumba, realizando actividades de ocio en compañía de su familia. Esta explicación ya no es válida hoy en día, aunque sólo sea porque la representación de ese hombre plantado sobre una barca demasiado pequeña y escoltado por sus familiares vestidos de fiesta resulta inverosímil. En efecto, se advierte que su esposa, que lleva sus más lujosas vestimentas, se ha engalanado con joyas impropias de una escena de deporte al aire libre. Representado dos veces en una barca, el dueño aparece como un pescador que sigue sacando del agua los dos peces sagrados. Al otro lado, aparece como un cazador que utiliza un bastón (y no un bumerán) para retorcer el pescuezo a los patos silvestres de los pantanos, símbolos de los demonios que pueden agredirle durante esta acción ritual, necesaria para el buen desarrollo de su viaje entre la muerte y la vida de ultratumba, en su camino hacia la eterna luz del sol.


Detalle de la pesca mística de Menenna. Obsérvese que los peces sólo se diferencian por ínfimos detalles.

 

 

 

 

 

 

 

Cacería y pesca místicas de Menenna. Esta escena clásica se repite, enriquecida con algunos detalles, desde el Imperio Antiguo hasta la Baja Época. Ésta, la más armoniosa, decora la sepultura de Menenna. Desde hace más de un siglo, ha sido interpretada como una mera «diversión» del difunto. En realidad, se trata de los esfuerzos del fallecido por recuperar su «alma del ayer y del mañana». Tumba de Menenna, Tebas oeste. XVIII dinastía.)

Nueva escena de pesca. Aquí encontramos una variante: el difunto, hombre apuesto, atrapa con un doble sedal los dos peces destinados a su esposa, y dos más para sí mismo. La escena se sitúa en el comienzo de la Inundación, según se deduce por las vides dispuestas para la vendimia. (Tumba tebana, Tebas oeste. XIX dinastía.)

 



El refugio del alma

Esta composición tan conocida como esencial se convierte entonces, y a la vez, en el pasaporte y la garantía indiscutible de que el justo gane su felicidad. Conocemos algunas variantes acordes con la floreciente imaginación de los egipcios: una de ella, y quizá la más original, es la escena en que el difunto, sentado junto a su esposa, aparece pescando con un doble sedal dos peces iguales (del tipo inet). Con un gesto galante los ofrece a su esposa, lanzando el doble sedal y su presa por encima del hombro. Luego utiliza el mismo sistema para asegurarse una pesca análoga. El muelle del embarcadero, en forma de letra e, donde el día del Nuevo Año se recibía las aguas de la regeneración completa la escena. Podemos observar, muy cerca, la imagen de la vid, cuajada de racimos que maduran al inicio de la Inundación, el símbolo glorioso de Osiris renaciente.

Los dos pequeños inet, capturados por el mismo sedal, se conservarán más tarde como símbolo de la preparación personal que requieren las transformaciones que se basan en la acción terrenal del sujeto. Se convertirán, eternamente atrapados por el mismo sedal, en el segundo signo del zodíaco egipcio, que ilustra las lápidas que cubren los sarcófagos grecorromanos de Egipto, donde aparecen también los demás símbolos que evocan las transformaciones del difunto.

Esos dos peces, atrapados para siempre por el mismo sedal, constituyen a su vez el segundo signo del gran zodíaco que rodea la impresionante imagen del Cristo en majestad en el nártex de la basílica de Sainte-Madeleine de Vézelay: se trata de un zodíaco que recupera los símbolos tardíos de los doce meses del calendario egipcio. 

Nadadora e inet. Esta escena bucólica debe de representar, en realidad, a una difunta nadando en las «aguas primordiales», donde la ha sumido la muerte. Para alcanzar la eternidad, debe recuperar el pequeño inet. (Estudio de artista. XVIII dinastía.)

 

 

 

 

El renacimiento del alma. Thot, señor del calendario, lleva a la vida eterna el alma de un difunto, representado en forma de pez inet.

 

 

 

 

 

 


El pez del cristianismo

Las excavaciones de las kellia, las celdas monacales que florecieron en el desierto del sudoeste de Alejandría a comienzos de nuestra era, nos han dejado numerosos rastros del pez, signo de la nueva fe y de Cristo Salvador. Uno de los ejemplos de esta imagen, el dibujo de un monje en el muro de su celda, se conserva ahora en el Museo de Louvre (departamento de Antigüedades egipcias, sección copta). En la imagen distinguimos, muy visiblemente, el pez dominado por la cruz.

Este pez da origen a la palabra ichthus, el monograma emblema de los primeros cristianos de Egipto, cuyo significado es «Jesucristo, hijo del Dios Salvador»: Iesous Christos Theou Yios Soter.


En lo que se convertirá el pequeño pez inet. (Inscripción en una celda de monje. Museo de Louvre.)

 

 

 

 

 

 

 

 


Del libro: La herencia del antiguo Egipto. De Christiane Desroches Noblecourt.

 

 

 

 

 


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