LOS ABUELOS DE AMENHOTEP IV-AKHENATÓN

Heredero de un largo linaje de faraones que habían reinado en Egipto de padres a hijos durante seis generaciones, el príncipe Amenhotep forma parte de una familia especialmente bien documentada para haber vivido hacía más de treinta y tres siglos.

Conocemos a sus cuatro abuelos. Por parte de padre, que fue quien le confirió su legitimidad al trono, desciende de la pareja real formada por Tutmosis IV y la reina Mutemuia, cuyo nombre («Mut [la diosa esposa de Amón-Ra, cuyo nombre significa, «madre»] está en la barca solar) podría ser meramente oficial, adoptado en el momento de la coronación de su hijo y que ocultó su nombre de nacimiento (quizá Nefertary, «La más bella»).

Sus abuelos maternos , algo excepcional para un soberano del Egipto antiguo, también están bien identificados, sobre todo gracias al descubrimiento en febrero de 1905 de su tumba casi intacta en el Valle de los Reyes. Se trata del «jefe de los caballos del rey, el padre divino, amado de su señor (=el rey)» Yuya y de su esposa, «la madre real de la gran esposa real» Tuyu. Tanto sus muy bien conservadas momias como su ajuar funerario se encuentran entre los tesoros más valiosos del Museo Egipcio de El Cairo. Yuya y Tuyu, los padres de la reina Tiy, madre del futuro Akhenatón, son altos dignatarios de la región de Akhnim (situada en el Alto Egipto, a unos 160 km al norte de Tebas, la actual Luxor).

Sus nombres, que no significan nada en lengua egipcia y cuya ortografía presenta sorprendentes  variaciones, han servido en ocasiones para alimentar distintas hipótesis que sugieren para ellos un posible origen extranjero; pero, en realidad, suenan sobre todo como nombres hipocorísticos, es decir, abreviados o contraídos, algo cada vez más frecuente en la onomástica egipcia de esta época. Es probable que Tuyu sea un diminutivo de Ahhotep («La luna está en paz»), un nombre habitual durante la XVIII dinastía. Sea como fuere, lo cierto es que Yuya y Tuyu ocupan un lugar destacado como altos dignatarios de la región de Akhmin, lo cual su titulatura deja ver claramente. Esta, que varía dependiendo de los objetos y soportes sobre los cuales aparece, puede dividirse en tres grupos de títulos: los de naturaleza fundamentalmente honorífica, que denotan sobre todo su prominente posición en la corte en tanto que suegros del monarca (Yuya: «El amigo único / primero en los afectos del rey, el de numerosos honores en la casa del rey / boca del rey del Alto Egipto y orejas del rey del Bajo Egipto, el padre divino, amado de su señor [=el rey] / el padre divino del Señor del Doble País [=el rey] (…)»; Tuyu: «El adorno real [=dama de la corte], alabada por el dios perfecto, la madre real de la gran esposa real […]»); los que dejan ver su reacción con Akhmin y sus funciones en esta región (Yuya: «El sacerdote de Min [=el dios de Akhmin], jefe de los rebaños de bóvidos de Min señor de Akhmin»; Tuyu: «La grande de las reclusas de Min») y, por último, los títulos que más parecen corresponderse con las verdaderas funciones profesionales que ejercían en la corte de Amenhotep III (Yuya: «El jefe de los caballos del rey, lugarteniente de su Majestad en el carro»; Tuyu: «Cantante real de Amón, la grande entre las reclusas de Amón […]»). La sepultura con la que fueron recompensados en el Valle de los Reyes , así como la magnificencia de su ajuar funerario, rutilante de oro y plata, a pesar de los numerosos pillajes sufridos por la tumba durante la Antigüedad, son un evidente obsequio del rey Amenhotep III a sus suegros, por quienes resulta evidente sentía un gran afecto. El estilo de las representaciones humanas permite pensar que el suntuoso ajuar fue fabricado en los talleres reales; como muy pronto hacia el año 29 de Amenhotep III, durante el último decenio del reinado de su yerno. No obstante, por más que su hija trajera al mundo a una progenie impresionante, sólo uno de sus nietos aparece mencionado entre los objetos destinados a acompañarlos al otro mundo: «la hija primogénita del rey, su bien amada», Satamón, representada en el respaldo de dos pequeñas sillas bajas (Museo Egipcio de El Cairo, CG 51112-3). ¿Acaso se trata de una prueba de que entre la hija primogénita de Amenhotep III y los padres de su madre existía una relación privilegiada, o sólo con uno de ellos? Imposible decirlo. Como quiera que sea, nada hay en la tumba de Yuya y Tuyu que permita afirmar que en el momento de su muerte ya había nacido el príncipe Amenhotep, el futuro Akhenatón, ni que este hubiera podido conocer a sus abuelos maternos, por más que sea cronológicamente probable.

En cualquier caso, está claro que Akhenatón no tuvo el placer de conocer a su abuelo paterno, el faraón Tutmosis IV, fallecido tras aproximadamente una decena de años de reinado (nueve años y ocho meses según el historiógrafo tardío Manetón), seguramente mientras Amenhotep III todavía era un niño. De este monarca, la egiptología y la egiptofilia modernas recuerdan sobre todo la famosa estela «del sueño», en la cual Tutmosis IV narra cómo, siendo un joven príncipe, la gran esfinge de Guiza le prometió en un sueño el trono de su padre Amenhotep II si liberaba de las arenas a la imponente estatua, identificada entonces, con el dios solar en su aspecto de Harmakhis-Khepri-Ra-Atum, es decir, el sol en la totalidad de sus múltiples aspectos. No obstante, sería injusto no reconocer en él al faraón con quién comenzó una nueva era en el seno de la XVIII dinastía, aquel cuyo reinado señala el paso entre el período de las grandes conquistas militares y la formación de un imperio el período en el que gracias a su supremacía política, Egipto se convierte en el señor incontestado del tablero de juego del Oriente Próximo, el Mediterráneo oriental y el noroeste de África. A pesar de que Tutmosis IV hubo de encabezar algunas breves expediciones militares u operaciones punitivas contra los territorios conquistados, fue en este contexto donde selló una alianza con la gran potencia próximo oriental que llevaba enfrentándose a Egipto desde comienzos de la XVIII dinastía: el reino de Mitanni, cuyo soberano de entonces, Artatama I, a petición del faraón ofreció a su hija para celebrar un matrimonio diplomático. Esta hegemonía política supuso una prosperidad económica sin precedentes, que se tradujo sobre todo en el alto grado de refinamiento que caracteriza los monumentos de la época, ya sean privados o reales. A pesar de la brevedad de su reinado, al igual que sus predecesores Tutmosis IV embelleció el templo del dios dinástico, aquel que confería la realeza legítima al faraón: Amón-Ra de Karnak. Para ello erigió algunos edificios suntuosos, como un nuevo patio para celebraciones, con una capilla «reposatorio» de calcita y una impresionante antesala de madera laminada en oro, a la entrada del gran templo. Desde el punto de vista que nos ocupa, debemos destacar, que, en el plano ideológico, el discurso que legitimaba al rey por sus cualidades guerreras fuera de lo común dio paso a una nueva exploración de la ancestral doctrina que, desde el Reino Antiguo (entorno al 2695-2160 a.C.), presentaba al soberano de Egipto como un hijo del dios solar, que era el garante de su poder. La «estela del sueño» es un precioso ejemplo de la misma. Por lo tanto, en el momento de su prematura muerte, Tutmosis IV legó a su hijo un vasto imperio, pacificado y extremadamente próspero.

Máscaras doradas de Yuya y Tuyu. Museo Egipcio de El Cairo.

Sarcófago de Yuya.

Momias de Yuya y Tuyu.

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Momia de la reina Tiy, madre de Akhenatón e hija de Yuya y Tuyu.

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Del libro: Akhenatón. El primer faraón monoteísta de la historia. 

 

 

 

 

 

 

 

 


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1 pensamiento sobre “LOS ABUELOS DE AMENHOTEP IV-AKHENATÓN”

  • Increíble ver la muy buena conservación de estás momias milenarias.
    Otro gran arte y muestra de ello es ver lo que a días de hoy vemos y podemos aprender con lo que nos han dejado

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