LA AGRICULTURA EN EL ANTIGUO EGIPTO.

Privado de lluvias, Egipto no habría desarrollado la civilización que hoy conocemos si el río Nilo no lo hubiera surcado durante 1.300 Kms., transformado en un fértil valle de «tierra negra», cuyo nombre mismo en egipcio «Kémi» designaba al antiguo Egipto. Tanto la civilización egipcia como su economía tienen una base fluvial: el río Nilo, el segundo río más largo del mundo, con una longitud de 6.718 Km., sólo 44 Km. menos extenso que el río Amazonas, que permitió a Egipto, con el tiempo, la generación de suficientes recursos económicos, sobre todo agrarios, para hacer crecer la población que vivió en sus orillas y las magnitudes económicas del Estado. No resulta fácil medir objetivamente la aportación económica que el Nilo realiza a la sociedad egipcia, pero ya el historiador griego Heródoto definió a Egipto, en el siglo V a.C., como «un regalo o don del Nilo». Su factor diferencial con otros ríos, ( como el Indo en India o el Tigris y el Éufrates en Mesopotamia) era la crecida periódica que riega la totalidad de la superficie productiva del país y que además lo fertilizaba con un limo volcánico y orgánico, de alrededor de 140 millones de toneladas, que aportaba cuarzo, silicatos de alúmina hidratados, sales alcalinas y ferrosas, carbonato cálcico y materias orgánicas, que regeneraban cada año este valle de tierra vegetal, donde se desarrolló la viada gracias a la agricultura y al esfuerzo de sus gentes.

Además, la retirada de las aguas se llevaba la salinidad de la tierra, hecho que no ocurría en el Delta del Tigris y del Éufrates, donde la retirada del agua no se llevaba la salinidad acumulada en el suelo, y que fue, a la larga, una de las causas del bajo rendimiento de la agricultura del reino babilónico. La crecida del Nilo suponía pasar de un caudal de 200 m3 a otro de 50 veces más, alrededor de 10.000 m3 por segundo. Se iniciaba la crecida cada año en Etiopía, por los aumentos de caudal del Nilo Azul, en el mes de Mayo de cada año, provocado por las lluvias monzónicas anuales en la meseta de Etiopía, donde están el 80% de las montañas más altas de África, descendiendo por el lago Tana, se juntaban estas aguas, en la ciudad de Jartum (actual capital del Sudán), con el Nilo Blanco. Este Nilo Blanco tiene su procedencia inicial en el río Kagera, que desagua en el lago Victoria y, luego, en los lagos Alberto y Edward, que se alimentan también de las lluvias en las montañas del Parque Nacional de Virunga, en la República Democrática del Congo. Las aguas conjuntas del Nilo Azul y Blanco llegaban a Egipto el 19 Julio, a la altura de Menfis-Heliópolis (fecha de comienzo del año en el calendario juliano, equivalente a nuestro 15 de junio del calendario gregoriano) y alcanzando hasta los 7 u 8 metros de altura a finales del primer mes de Thot, durante la estación de Akhet. Según Baedeker, «Al comienzo de junio, el río comenzaba a subir lentamente, entre el 15 y 20 de julio, crecía con impetuosidad, hacia finales de septiembre, el caudal permanecía a la misma altura durante 20 ó 30 días y, en la primera mitad de octubre, disminuía el caudal«.

El Nilo, a la vez que creaba la vida, también provocaba la muerte cuando había años de crecimiento insuficiente. Si en el nilómetro de la isla de Elefantina crecía unos siete u ocho metros significaba una buena inundación normal y el riego de una superficie ribereña suficiente para una cosecha abundante. Si crecía menos, alrededor de un metro o metro y medio menos, significaba hambruna y muerte. Si, por el contrario, crecía 9 metros, los diques y canales rebosarían de agua e inundaría aldeas enteras. Una crecida de alrededor de 7-8 metros es la que relata Plinio» (que vivió en el siglo I d.C.) como altura conveniente de la crecida de 16 codos (el codo real equivalía a 523 mm. Existe una inscripción ptolemaica en el Sehel que se refiere a los años del rey Djeser, primer monarca de la III Dinastía -el que construyó la pirámide escalonada-, que se refiere a las crecidas insuficientes que hubo en su reinado y que causó una desolación generalizada:

«Estaba en mi palacio, dice el rey Djeser, profundamente preocupado, pues hacía siete años que el Nilo no llegaba en su momento y la miseria era general. El grano era raro, faltaba la hierba, así que cualquier cosa servía para comer. Cada uno procuraba robar a su vecino. Los niños lloraban. Los jóvenes no tenían ganas de vivir, los ancianos habían perdido su coraje, los jefes no sabían qué aconsejar. Las reservas estaban agotadas y faltaba de todo».

También en la Piedra de Palermo, hay una referencia en los anales de los reyes predinásticos hasta los reyes de la Vª Dinastía del Reino Antiguo. En la parte inferior de las celdillas grabadas en piedra, se encuentran anotadas las alturas alcanzadas por las crecidas anuales del Nilo. Sin embargo, los antiguos egipcios nunca llegaron a entender el origen natural de la crecida, ya que para ellos era el faraón reinante, interlocutor con los dioses, quien anunciaba y provocaba la crecida. De hecho, una de las causas que motivaron el hundimiento político y económico del Reino Antiguo fue un cambio climático que dio lugar, al final de ese período, a casi 20 años de sequía en el Nilo. A partir de la altura de la crecida, la Tesorería Real del faraón calculaba la producción agrícola, fundada en la cota de riego y los alimentos resultantes, sobre cuya base imponible se aplicaba el impuesto. Había unas «órdenes de siembra» –ts-prt-anuales, que se aplicaban por vía reglamentaria, campo por campo, respondiendo el campesino de la producción asignada, siendo castigado corporalmente, caso de incumplimiento. En el Papiro Lansing, hay unos pasajes n» 6,8 y 7,5⁹⁷ donde se alude al comportamiento de los funcionarios y escribas de la Tesorería del faraón, en relación a estas órdenes de siembra, que dicen textualmente, siguiendo la traducción de A. THÉODORIDÉS:

«El paisano (fellah) no ve una sola hoja verde (sobre) su campo. Pues él ha realizado (el cultivo del campo) por medio de una triple siembra y con grano prestado. Allá está su mujer/ caída en manos de los mercaderes (acreedores), pues aquellos no tienen nada para pagar (la deuda). Y el escriba llega a la ribera; él va a registrar la tasa sobre la cosecha. Ujieres, (ayudantes) le siguen con garrotes y negros con varas. Le dice: » Dame el grano». No hay nada (responde). Se le golpea furiosamente; después es atado y arrojado al canal (de agua); donde él se hunde con la cabeza hacía delante, mientras que su mujer ha sido atada delante de él y sus hijos encadenados. Sus vecinos les abandonan y huyen….»

También se conoce la orden anual de siembra —ts-prt- en época ramésida por algunos papiros: el P. Berlín, Inv. 3040 A, los P. Bolonia 1086 y 1094 y la carta de Valençay»:

El P. Berlín Inv. 3040 A: Gardiner, The Wilbour Papyrus II pág. 115:

«He hecho que sean anulados 700 sacos de tu orden de siembra de (este año)», y más adelante, en el mismo texto, se dice: » Y tú me escribirás al objeto de la orden de siembra que se ha hecho para ti.…» Esta parte del papiro parece dar a entender que la orden de siembra era susceptible de modificarse y que el destinatario de la orden tenía la posibilidad, además de aceptarla, al menos de dar a conocer su opinión sobre la orden que se le transmite.

El P. Bolonia 1086: Wolf, ZÄS (Zeitschrift für Aegyptische Sprache) 65 págs. 89-97 dice:

«No te atormentes por la orden de siembra. La he examinado y he encontrado que los tres hombres y un adolescente -en total cuatro- hacen 700 sacos». Se trata de un sacerdote que explica que un dependiente sirio había desaparecido o huido entre su registro en el barco y su llegada a destino; no se encuentran en el campo más que tres hombres en lugar de los cuatro establecidos; en consecuencia, no se pueden producir los 700 sacos de grano que le han sido reclamados por la «orden de siembra» para las tierras -khato-» que él administra. El castigo de la «orden de siembra» era tal que los obligados a sembrar preferían aprovisionarse ellos mismos de la simiente del cereal señalado, si no disponían al final de la temporada de la cantidad suficiente.

En consecuencia, el sacerdote solicita por escrito que se le reduzcan los 700 sacos a 500 sacos (por cada hombre 200 sacos y el adolescente 100 sacos). Pero, en definitiva, la protesta no parece ser tomada en consideración. Se saca la consecuencia que la mano de obra entra en juego de manera determinante para obtener la cuantía asignada por la orden de siembra ts-prt.

El P. Bolonia 1094: Late Egyptiam Miscellaniam-Bibliotheca Aegyptiaca VII pág. 5-6-CAMINOS, Late Egyptian Miscellanies, pags. 18-20; Gardiner: The Wilbour Papyrus, II, pág. 163, dice:

«Y hablé con diferentes personas sobre la orden de siembra excesiva que me ha sido asignada, en relación a la extensión del Templo de Seth y del (total) de tierras- khato- bajo mi autoridad». El sacerdote de Seth que es quien ha sido el autor de la carta, se rebela esta vez contra la orden de siembra en relación a la superficie de tierras reales que le han sido confiadas bajo su autoridad.


Carta de Valençay: Gardiner: Ramessise Administrative Documents, págs. 77-73 —The Wilbour Papyrus, pág. 205, dice:


«P.., el escriba del Templo de las Adoratrices de Amón ha llegado; él ha venido a Elefantina para pedir el grano que había sido fijado para el Templo de las Adoratrices de Amón y ha dicho: Que 100 sacos le sean entregados; es lo que me ha dicho, pero los campos no soportan ese total «. La carta es clara, ya que no podrá entregar esos 100 sacos asignados por la orden de siembra. La franja fértil que bordea al Nilo sólo representa el 5% de las tierras del país, pero en sus orillas y en las llanuras del Delta, la siembra de trigo, cebada y demás productos hortícolas eran suficientes para alimentar a más de tres millones de personas, en época de Tutmosis III. El conjunto de todo lo expuesto dio lugar a que el pueblo egipcio dispusiera de un notable superávit de recursos agrícolas. La crecida del Nilo era un tiempo inhábil para los trabajos y funciones agrícolas, lo que permitió crear un impuesto de capitación con el tiempo libre –las corveas– que tomó la forma de trabajos dedicados a las obras públicas faraónicas, como los canales de riego, diques o pirámides. Después de la retirada de las aguas, muchos de los límites de las tierras habían desaparecido y había que volver a medir las mismas, mediante la agrimensura que efectuaban los escribas de la estera (llamados así porque se sentaban encima de una estera), restableciendo los linderos, resolviendo las quejas sobre los linderos entre colindantes, y la estimación del rendimiento futuro en función de la calidad del suelo y si se regaba directamente o no por el Nilo.

La agrimensura era tan importante que todas las demás actividades subsiguientes, como la siembra, cultivo, estimación de rendimiento y cosecha, dependían de aquella medida. Sobre la cosecha se aplicaba un impuesto, que se pagaba en especie y que se guardaba en silos dependientes de los templos y del Estado. De estos silos se distribuía a los necesitados en épocas de malas cosechas y en préstamos de semillas- ṯȝbt– de los que se hablará después, practicando una economía distributiva de recursos. Todo sistema económico centralizado llevaba una gran parte de redistribución. El Estado faraóníco no funcionaba de otra manera; recogía la parte más importante de los superávit de la producción agrícola (el sector más importante de la actividad económica) para afectarlos a las necesidades de unos y otros: ofrendas, raciones, salarios. Diversos impuestos y requisas complementarias permitían repartir las riquezas o emplearlas directamente en los proyectos estatales. Según el pacto impuesto por el rey, que se expresa en Los Textos de las Pirámides, el rey garantizaba al país la protección y prosperidad -la Maat, mientras que el pueblo le debía obediencia y los frutos de su trabajo. El reparto de los productos del sector primario y secundario de la economía se efectuaba a muchos niveles (central, provincial y en los dominios agrícolas), siguiendo diferentes procedimientos:

  • Las tasas e impuestos diversos se utilizan para remunerar el trabajo y los servicios (bajo forma de raciones, salarios en especie, recompensas excepcionales).
  • Los proyectos reales, las fundaciones públicas o privadas y las donaciones a favor de los templos: como las ofrendas divinas, las dotaciones de funcionamiento y mantenimiento de las mismas ofrendas, las donaciones y constitución de rentas inmobiliarias a los templos, etc.
  • Las procedentes de botines de guerra y tributos de otros pueblos constituyen una parte importante de los ingresos del Estado, así como de esclavos que se repartían entre los templos y se dedicaban a la agricultura.

En relación con la superficie agrícola, había, en líneas generales, tres tipos de terrenos:

  • Tierras Altas, que producían en torno a 5 sacos de grano de tierra por arura de tierra (la arura= a 2.735 m2) y que no se inundaban, por lo que debían regarse por canales de agua y su cultivo dificultoso.
  • Tierras Bajas, cerca del cauce del río que se riegan con la inundación y con el riego de la propia agua del río, durante el resto del año, llegando a producir 10 sacos de grano por arura.
  • Tierras cansadas, que se inundaban pero luego quedaban lejos del cauce del río, por lo que había que regar con agua y cuya producción era de 7,5 sacos de grano por arura. El limo que las recubría, permitió un continuo cultivo sin necesidad de tenerlas en barbecho. Este tipo de tierras necesitaba más trabajo, de modo que se le podía poner un castigo a quien las dejaba sin cultivo o con un cultivo insuficiente.

A través de las inscripciones de las tumbas se conocen las plantas y cereales que plantaban: lo primero que se plantaba en la estación de Peret o de la siembra era la simiente del lino, que se recogía 110 días después y principalmente también el trigo almidonado (triticum dicoccum), que llamaban «boti». Heródoto cita la «olyra» o «espelta», con el que hacían un pan que se llamaba «cylleste», que debía ser del triticum spelta (espelta), que era un trigo de menor calidad; el triticum aestivum (harinero), el trigo corriente o candeal (triticum vulgare) ; varias especies de cebada (hordeum vulgare), cebada del Alto Egipto y del Bajo Egipto; sorgo, etc., etc. y que, después de cuatro o cinco meses de crecimiento-abril o mayo, llegaban a la madurez.

La cantidad de semilla de trigo que se colocaba en una arura de tierra debía ser igual en la gran parte del país. A partir del P. B.G.U. I 171¹⁰² donde se cuantifica la semilla para 8 aruras de tierras del Rey, concretamente con 8 artabas de trigo para esas aruras, se ha establecido que la semilla media en tierras del Rey era de una artaba de trigo por arura. En las tierras privadas, también se encuentran con frecuencia una siembra de una artaba por arura de tierra, por lo tanto, una siembra de una artaba de trigo por arura de tierra era aceptado como común. Seguía a la siembra las operaciones de la siega, con hoces de dientes de sílex y la trituración de la espiga por bueyes en las eras (tierra endurecida de forma redonda sobre la que se extendían los haces de cereal), la separación de la paja por venteo y la recogida del grano, que se almacenaba en sacos en los graneros, previa deducción de los sacos de cereal por los impuestos al Tesoro real.

Se estima que la producción agrícola del Egipto faraónico de sus tíerras cultivables de 20.000 Km2., en tiempos de Ramsés III, era de 40 millones de hectolitros de grano. Debe considerarse que la producción agrícola media por hectárea de terreno cultivable en las tierras bajas de la época ronda los 10 sacos por arura (768 litros) y que el otro único lugar del Oriente Medio, con una producción semejante, se encuentra en la llanura de Megiddo, en Siria, que abarcaba casi 50 Km2. de extensión. Según Heródoto, los sacerdotes le habían contado que Sesostris (Senusert), en el Reino Medio, repartió el suelo de Egipto y que había asignado a cada egipcio un lote de tierra cuadrangular, de extensión uniforme; y, con arreglo a esta distribución, fijó sus ingresos, al imponer el pago de un tributo anual. Sin embargo, la tributación organizada no se estableció en Egipto hasta el Reino Nuevo, bajo Ramsés II.

Una gran aportación a la economía fue la creación por el faraón, único propietario del suelo en Egipto, de los dominios agrícolas, ya que desde Seneferu se confiere la administración de estos grandes dominios de tierras a los templos y a los altos funcionarios del Estado. Sacerdotes y grandes dignatarios los reciben a título de beneficio, es decir, el rey conserva el dominio directo, eminente y atribuye al templo y altos funcionados sólo el dominio útil o la posesión. Desde los tiempos más antiguos, se hizo una cuidadosa distinción entre la propiedad de tierras, prerrogativa real y el derecho a percibir las rentas por la posesión. Todos los beneficiados obtienen las rentas de la tierra que le son conferidas por el soberano y pueden, a su vez, ceder una parte de sus derechos sobre el suelo, con desmembramientos sucesivos de los mismos derechos, que son a su vez reversibles al rey y cedibles a terceros, según los principios de cesión jurídica sucesiva.

El Papiro Harris I¹⁰⁷, que es el papiro más largo hasta ahora encontrado, de 42 metros de largo, contiene un discurso pronunciado por Ramsés que enumera las liberalidades acordadas por él a los dioses y a sus templos durante su reinado: el inventario, desarrollado en cuatro secciones, concierne a los tres grandes templos: Tebas, Heliópolis y Menfis y, después, el conjunto de los templos secundarios de Egipto. Listas complementarias, seguidas por una lista recapitulativa, nos proporcionan la contabilización de sus donaciones: tierras, personal, vajillas, piedras y metales preciosos, cereales, ganado, barcos, telas, productos diversos. El Papiro Harris I revela las principales estructuras de la economía, en la que los templos juegan un papel preponderante de unidades autónomas de producción, de consumo, de ahorro y de inversión, lo que subraya la partición o división fundamental entre el rey, que conserva la propiedad directa y universal, y los templos que ejercen la propiedad útil.

Otra gran aportación a la economía fue el sistema de «concesión de tierras«: el rey concede a sus fíeles servidores o a sus valientes guerreros, lotes de tierras que se detentan a título de poseedores. Ramsés II entregó parcelas de 3 y de 5 aruras a sus soldados y también distribuyó tierras entre la inmensa mayoría de la población, que se organizaron en «distritos de reparto», debiendo pagar todos los tenedores de tierra al Tesoro un tributo. El Estado permanece propietario del suelo; el titular de estas aruras explota su campo como poseedor, mediante el pago de una renta. Con el tiempo, estas parcelas fueron transmisibles y cedibles, pero podían siempre volver a la administración estatal por la vía de diversas medidas, si se dejaban en barbecho. El arrendamiento de tierras también supuso un enorme desarrollo de la agricultura. Con Ramsés III se centralizó en los templos el poder económico de Egipto, cobrando los templos el censo o tributo debido por los tenedores de tierras de cada «distrito de reparto». En este período ramésida, de la XIXª y XXª Dinastías, los templos eran los centros de producción agrícolas; eran los propietarios de las tierras, estando estos templos beneficiados por el rey, pero sujetas las tierras a vigilancia por la Administración real.

El templo y sus dominios eran una propiedad eminente plena del templo. El templo es un centro de producción económica y con la llegada de los esclavos de las guerras ramésidas, se integran miles de esclavos, asignados a los templos para el sistema productivo. La propiedad plena del templo quedaba sometida a la vigilancia de los altos funcionarios de palacio u oficiales de la corona o nobles.

Asimismo, se exigía al templo el deber de cultivar siempre los campos y el retorno a la Administración si no se cultivaban suficientemente. Mediante el sistema del «distrito de reparto» de aruras, los detentadores de estas parcelas, es decir agricultores, que las disfrutaban en arriendo o en aparcería, tenían la propiedad útil sobre su campo, es decir sólo disponían del aprovechamiento, no de la propiedad de la parcela, que seguía siendo del Estado o del Templo y pagaban al Estado o al Templo un censo o tributo, en virtud de su dominio eminente.

El tamaño medio de una parcela para mantener una familia de 5 a 8 personas era de unas 5 «aruras» de superficie, siendo el equivalente de 1 «arura» = a 2.735 m2., aproximadamente. Sin embargo, sistemáticamente, la superficie de parcela asignada a los militares sólo alcanzaba las 3 «aruras»; esta reducción del tamaño de la parcela se estimaba debida a la consideración de los trabajos agrícolas como actividad complementaria para los componentes de las fuerzas militares, estimándose que su actividad principal (la defensa, el combate, la protección territorial y del rey) resentiría considerablemente la producción de las parcelas que se les asignaran, además de que durante el desempeño de dicha tarea principal se consumían recursos a cargo del Estado. La situación jurídica de estas parcelas en aruras era la siguiente:

a) La posesión de las parcelas era hereditaria y se podían explotar por la viuda e hijos, a la muerte de su marido. Es famoso el caso del Proceso de Mes, que fue llevado a los tribunales de justicia. La tumba la encontró Victor Loret, en Saqqara. Lo relevante de esta tumba era la larga inscripción jurídica del pleito de este personaje sobre unas tierras ancestrales de su familia. Se publicó por Loret en 1901 y luego, en 1905, Gardiner publicó el estudio jurídico del texto. El pequeño dominio de tierras lo había conseguido un antepasado de Mes por recompensa, bajo el rey Ahmose, (primer rey de la XVIIIª Dinastía) a uno de sus oficiales, como beneficio militar durante las guerras contra los hicsos, llamado Neshi- antepasado de Mes- y se transmitió a uno de sus hijos en indivisión, de generación en generación. El conflicto era saber si esas tierras del dominio eran indivisibles y solamente transmisibles al primogénito o, por el contrario, si debía dividirse entre los herederos, como se desprendía de la legislación ahora en vigor. La demanda es llevada ante la Audiencia de Heliópolis, bajo el reinado de Horemheb, es decir dos siglos después de la fundación del beneficio. Las partes presentan sus demandas, son inmediatamente interrogados y se presentan los documentos catastrales relativos a los bienes en litigio. La Sala pronuncia su fallo: «El antiguo beneficio debe ser dividido entre sus herederos«. El poder judicial no se limita a fallar, sino que vela por el cumplimiento de la sentencia; efectivamente, uno de los miembros de la Sala se desplaza para proceder a la división del dominio del acusado con los miembros del tribunal local, la Qnbet (Consejo local de la ciudad de Menfis), formado por importantes personalidades del lugar.

Sin embargo, el proceso resucitará cincuenta años más tarde, durante el reinado de Ramsés II, aprovechándose de los cambios introducidos en el régimen agrario por las reformas de este rey. Entonces, Mes, hijo de la demandante, solicita la apertura del proceso, invocando un hecho nuevo. Alega que los documentos que se habían presentado en el anterior juicio habían sido falsificados. Después de que la demanda hubiera sido aceptada, ésta es llevada ante la Audiencia de Heliópolis, que declaró había lugar a la acción, abriendo de nuevo el proceso para un suplemento de información. A pesar de algunas lagunas en el texto, parece ser que después de haber comparado los documentos presentados con los registros del catastro, la Audiencia falló que ciertamente se trataba de falsificaciones y en el año 18 de Ramsés II declaró que el patrimonio era indivisible, debido a las condiciones de la donación hecha 260 años antes. Como se ve, en este pleito no hubo ni se aplicó prescripción alguna sobre el derecho de propiedad, desconocida en Egipto.

b) Los poseedores podían vender sus derechos sobre las tierras de las que eran titulares, con el permiso del propietario eminente -templo o el Estado- a quienes debía entregar un porcentaje del precio; podían contratar a obreros agrícolas e incluso hacer explotar los campos por otro paisano en arrendamiento o aparcería.

c) Todas las parcelas y sus cambios de dueños o de aprovechamientos estaban registradas en el catastro y oficinas públicas, que también hacían de registro de la propiedad.

El impuesto para una familia egipcia que detentase una parcela de 5 aruras era del 18% de la producción en sacos del cereal, teniendo en cuenta que la producción de las tierras era conocida de antemano por la administración, ya que estaba establecida en 10 sacos -khars- de cereales por cada arura para las tierras arables ordinarias. Por tanto, de los 50 sacos de producción de esas 5 aruras, el impuesto era de 9 sacos, es decir casi 692 litros de cereal.

Las parcelas se distribuían en tramos de 2,3,5,10 y 20 aruras, a efectos del Catastro, según la inspección de los agentes del Tesoro, encargados de los impuestos de tierra cultivables. El impuesto aplicable era progresivo, estando exentas las parcelas de menos de 1 arura y siendo el gravamen para las de 20 aruras del 36% de la producción en sacos de cereal. Las parcelas de 5 aruras pagaban el 18% de la producción y las de 10 aruras el 27%.

-FIN-

DEL LIBRO: EL PRÉSTAMO EN EL ANTIGUO EGIPTO, de Manuel Valverde Villa.

El préstamo en el Antiguo Egipto (Manuel Valverde Villa)

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