ESCRITURAS, LENGUA Y CULTURA EN EL ANTIGUO EGIPTO. INTRODUCCIÓN E ÍNDICE DEL LIBRO.

«Je tiens l’affaire! Esta expresión, de júbilo y de emoción por la superación de un reto, señala el inicio de la egiptología como disciplina académica. La pronunció Jean-François Champollion el mediodía del 14 de septiembre de 1822, cuando fue a ver a su hermano mayor y mentor, Jacques-Joseph Champollion-Figeac, para comunicarle que había dado con la clave para leer los jeroglíficos egipcios. Se abría así la puerta al estudio de la lengua, la historia y la cultura de la antigua civilización de los faraones sobre bases científicas. Los primeros egiptólogos, bien por razones políticas (presencia colonial en Egipto), bien por razones de tradición académica (interés previo por el mundo egipcio y copto), procedieron principalmente de Francia, Inglaterra y Prusia/Alemania. En estos países surgieron pronto sólidas escuelas egiptológicas, en universidades y centros de investigación, y se crearon cátedras específicas de egiptología, de manera que la disciplina quedó bien implantada en sus medios académicos. Los tres países promovieron, además, el trabajo de campo y abrieron importantes misiones arqueológicas en todo Egipto, que pronto hicieron crecer exponencialmente las colecciones de los museos (primero entre todos, el Museo Egipcio de El Cairo) y, por tanto, las fuentes a disposición para el estudio de la lengua y la civilización egipcias.

Han pasado casi 200 años desde la famosa frase de Champollion y en la actualidad estos países (y otros que se les han sumado con el tiempo) cuentan ya con largas y prestigiosas tradiciones egiptológicas. Esto es lo que explica que la investigación sobre el antiguo Egipto se haya desarrollado y se desarrolle principalmente en francés, inglés y alemán (en los últimos años, mayormente en inglés.) Y esto es lo que explica también que la mayoría de las obras de alta divulgación de temática egiptológica estén escritas en estas tres lenguas y pensadas esencialmente para los públicos que las hablan, y que los lectores de otras lenguas suelan acceder a este conocimiento a través de traducciones de esas obras, que pueden no responder plenamente a sus inquietudes culturales.

En España, la egiptología como disciplina académica es de implantación muy reciente. Las razones son a la vez histórico-culturales y académicas. Por un lado, como se ha apuntado, la historia de la primera egiptología ha estado estrechamente ligada al desarrollo del fenómeno colonial europeo moderno y contemporáneo. Mientras que el Mediterráneo oriental y el Próximo Oriente fueron objeto de los intereses coloniales de franceses e ingleses, los de España se dirigieron hacia el otro lado del Océano Atlántico. Si del contacto con América nacieron instituciones como el Archivo General de Indias y, más recientemente, una importante tradición de estudios americanistas, Egipto y Oriente quedaron excesivamente lejos del contexto histórico cultural de la España de los siglos XIX y XX. No es de extrañar, pues, que nuestro país quedara al margen de la «aventura de la egiptología» . Por otro lado, en el ámbito académico, la tradicional prevención del mundo universitario español, especialmente en el campo de las humanidades, hacia la investigación de todo aquello que no afectara, de un modo u otro, a la realidad española mantuvo en el pasado a la egiptología alejada de nuestras aulas, de nuestra investigación y de nuestras bibliotecas.

En la actualidad, sin embargo, esto ha cambiado de manera muy significativa y la egiptología se ha abierto camino en los medios académicos españoles. Un número creciente de egiptólogos enseña e investiga en nuestras universidades y centros de investigación; una primera titulación oficial de postgrado en egiptología se imparte desde el curso 2009-2010 en la Universitat Autònoma de Barcelona, con la participación, entre el profesorado, de buena parte de esos egiptólogos; en diversas universidades españolas se imparten asignaturas de lengua e historia de Egipto en el marco de las enseñanzas de grado; cursos y seminarios de egiptología especializados o de formación universitaria, presenciales u on-line, se ofrecen asimismo, desde universidades y centros de investigación; desde 1998, los egiptólogos españoles, portugueses e hispanoamericanos se reúnen periódicamente en congresos ibéricos de egiptología; y varias misiones españolas o hispano-egipcias, se hallan trabajando en estos momentos sobre el terreno, en Egipto, algunas de ellas con brillantes resultados. Fuera del mundo académico, algunas asociaciones egiptológicas realizan, asimismo, una labor encomiable de difusión.»

 


A estas palabras del autor en la introducción de su libro, cabe hacer mención a otro libro importante: «Tutankhamón en España. Howard Carter, el Duque de Alba y las conferencias de Madrid«, en el que los autores, Myriam Seco Álvarez y Javier Martínez Babón, desvelan el papel que jugó España en el descubrimiento de la tumba del faraón Tutankamón, llegando a estar al primer nivel de la divulgación arqueológica sobre Egipto entre 1924 y 1928, años en los que el descubridor de la tumba, Howard Carter, visitó Madrid gracias a la intervención del duque de Alba, con quien forjó una profunda amistad. Aquellas visitas, organizadas por el Comité Hispano-Inglés y la Residencia de Estudiantes, tuvieron un enorme éxito y una gran cobertura de la prensa de la época. El hecho de que se acogiera tan pronto el relato de las novedades de un hallazgo arqueológico de tal importancia supuso un hito para España. La amistad entre el duque de Alba y Howard Carter tuvo beneficiosas consecuencias. El duque trajo a Carter a España y, con él, a Tutankamón y el interés por la egiptología. Su visita fue una inyección de egiptología de primera división en un país que vivía ajeno a esta disciplina. Los autores de este libro han lamentado que ese interés por la egiptología, que se desbordó con la presencia de Carter, no se haya mantenido en España, donde ha predominado, según dicen, el interés por la antigua Roma o, incluso, Grecia. 

A la poca incidencia académica que tuvieron las visitas de Howard Carter, se podría añadir el desconocimiento que existe sobre una figura histórica muy relevante de la primera mitad del siglo XX, cuyos servicios a la cultura de este país no han sido suficientemente difundidos: don Jacobo fitz-James Stuart y falcó, el XVII duque de Alba. Una biografía novelada y artículos sobre aspectos puntuales de su vida son todo lo que hay en torno a una personalidad que supo valorar la cultura a través del mecenazgo, con aportaciones que permitieron desarrollar carreras, entre otros, a arabistas, musicólogos y pintores. También museos como el del Prado y numerosas entidades culturales contaron con su inestimable colaboración. Amigo de grandes intelectuales de la época y relacionado con miembros de las más altas instancias españolas y británicas, don Jacobo formó parte activa de las principales Academias españolas, tuvo un papel fundamental en la conservación de las cuevas de Altamira y colaboró en la creación de la primera cátedra de Prehistoria en una universidad española. Desde la humildad, ya que él siempre tuvo claro que sus vínculos con las instituciones culturales provenían del rango y no del estudio, contribuyó también a la publicación de libros importantes, entre los que figuraban algunos que permitían conocer documentos destacables del rico archivo de la Casa de Alba. Y en tan vasto panorama cultural no podía faltar Egipto. Prendado de la civilización faraónica desde la primera vez que visitó aquel país, regresaría al mismo en diversas ocasiones y conocería al propio Howard Carter antes de que este descubriera la tumba de Tutankhamón. Definido como el más inglés de los duques de Alba, don Jacobo fue uno de los creadores del Comité Hispano-inglés, entidad que presidiría y desde la que invitó al ilustre arqueólogo para que pronunciara las conferencias. Sin embargo, pocos saben que la relación entre ambas personalidades iría más allá de los encuentros de Madrid. Los documentos escritos que se conservan en el archivo del palacio de liria, magnífico edificio donde se hospedaría el británico, demuestran que ambos simpatizaron y mantuvieron una relación amistosa que perduró durante años. Las cordiales cartas que se publican en esta obra y la evidencia de que Carter regaló un escarabeo propagandístico de Amenofis III a don Jacobo, hoy perdido, son pruebas significativas de aquella amistad. A las mismas se puede añadir un dato que vale la pena destacar: el duque era el único español que figuraba en la agenda de direcciones del arqueólogo.

Indudablemente las disertaciones de Carter fueron acontecimientos culturales de una extraordinaria envergadura. Y, sin embargo, no se materializaron en ningún tipo de interés universitario, más allá de las conferencias que algunos profesores dieron a partir de los materiales que gentilmente había cedido el arqueólogo británico. Una ocasión desperdiciada, como tantas otras en la historia del mundo académico español, sobre todo en el ámbito de las humanidades.


 

Continuación a la introducción del libro ESCRITURAS, LENGUA Y CULTURA EN EL ANTIGUO EGIPTO:

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ÍNDICE DEL LIBRO.

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FOTOS PORTADA Y CONTRAPORTADA.

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Escrituras, lengua y cultura en el Antiguo Egipto.
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Escrituras, lengua y cultura en el Antiguo Egipto.
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Escrituras, lengua y cultura en el Antiguo Egipto.

 


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