EL REDESCUBRIMIENTO DE AMARNA, LA CIUDAD DE AKHENATÓN Y NEFERTITI.

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Hasta el siglo XVIII, la cultura occidental desconocía la ciudad de Amarna. La historia de Egipto, transmitida por los griegos, se basaba en una recopilación histórica de los faraones realizada por el sacerdote Manetón, por encargo de Ptolomeo V. En ese relato, los reyes se sucedían sin dejar lugar para los monarcas de la época amárnica, cuyos nombres, ferozmente borrados por los sucesores de Akhenatón, fueron considerados indignos de la realeza de su país. Encontramos un claro ejemplo en la lista real de Abydos, realizada por Sethy I, la cual da un salto inesperado en la historia, pasando de Amenhotep III a Horemheb, es decir, omitiendo a Akhenatón, Smenjkara, Tutankamón y Ay. Manetón trasmitió su forzada ignorancia al mundo occidental.

106046611_587446915274092_5916265865612091837_n.jpgRelación de reyes en el templo de Abydos. Da un salto de Amenhotep III a Horemheb omitiendo a los monarcas de la época amárnica. 

A este desconocimiento se sumaba el hecho de ser considerado el Egipto Medio como una zona peligrosa, habitado por unos beduinos agresivos, con fama de desvalijar a los viajeros que osaban pisar su tierra; en los siglos XVIII y XIX poca gente se arriesgaba a marchar hacia el sur de El Cairo. Todavía a principios del siglo XX, en el año 1912, el profesor Timme, encargado de los trabajos cartográficos de la misión alemana que excavaba entonces en Amarna, fue atacado por dos de aquellos bandidos endémicos. El profesor no logró hacer comprender a sus atacantes que, cuando trabajaba en el desierto, no llevaba consigo nada de dinero. Los dos se echaron sobre él y tras comprobar por sí mismos lo que no entendieron por medio de las palabras de Timme, desaparecieron sin dejar rastro. Desde entonces el profesor viajó con un guardián armado.

Una de las tribus de beduinos instaladas en la zona fue la de Beni Amrân, fundadores de un pueblo llamado El-till el-Amarâm, es decir, el montículo de los Amrâm. Posteriormente, los europeos deformaron su pronunciación convirtiéndolo en Tell el-Amarna, el enclave arqueológico que vamos a estudiar.

Uno de los primeros intrépidos en hollar con sus pisadas ese inhóspito Egipto Medio fue un sacerdote jesuita llamado Claude Sicard, quien, buscando antigüedades egipcias, llegó cerca de Tuna el-Gebel en 1714. Conozcamos la interesante historia del descubrimiento de este personaje:

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Las ironías que tiene la Historia han hecho que, en el estado actual de nuestros conocimientos, la más antigua de las menciones modernas que se han conservado de Akhenatón se remonte, precisamente, al reinado de otro rey-sol: Luis XIV. Tras la firma del Tratado de las Capitulaciones entre Francisco I y Solimán el Magnífico, sultán de Estambul, Francia dispuso de un cónsul en El Cairo, a quien Luis XIV, por mediación de Colbert, enviaba instrucciones para recoger antigüedades egipcias. No obstante, al contrario de lo que podría creerse, no fue de este modo como la Francia del Rey Sol entró en contacto con el Egipto del «bello hijo de Atón». Este primer contacto se debe al padre Claude Sicard, superior de la misión jesuita en El Cairo.

Nacido en Aubagne el 6 de marzo de 1676 y muerto en El Cairo el 12 de abril de 1726, Claude Sicard es conocido por los numerosos viajes que efectuó por Oriente a partir de 1706, sobre todo en Egipto, donde intentó que la iglesia copta se incorporara a la Unión de Iglesias, al tiempo que manifestaba un extraordinario interés por el patrimonio arqueológico e histórico del país. De hecho, tenía pensado redactar una importante obra sobre los monumentos del antiguo Egipto, que en esa época comenzaba a generar cada vez más entusiasmo en Europa; pero no pudo llevar el proyecto a buen término al ver interrumpida su vida a la edad de cincuenta años, tras haber contraído la enfermedad durante una epidemia de peste.

Con todo, fue uno de los primeros occidentales en aventurarse en las regiones más remotas de Egipto, más allá del Delta y El Cairo, que por entonces los europeos dejaban atrás en muy raras ocasiones. Fue así como en 1718 identificó el emplazamiento de Tebas, de los colosos de Memnón e incluso del Valle de los Reyes. Los conocimientos que de este modo fue acumulando y los relatos de sus peregrinaciones eran muy apreciados en la corte francesa, como atestigua, por ejemplo, la larga relación del viaje que dirigió en junio de 1716 al conde de Toulouse, hijo del rey y gran admirador de las obras e investigaciones del padre Sicard.

Gracias a esta carta sabemos que en noviembre de 1714 este se encontraba en la región de Mallaui (ligeramente al norte de Amarna), tenida por muy hostil si hemos de creer a sus contemporáneos Frederic Louis Norden y Paul Lucas (nacido en Ruan y anticuario del rey), pero que entonces como hoy contaba con una comunidad copta bastante numerosa. Estando allí se le indicó el camino hacia un «monumento singular», que su «guía» deseaba que viera «y que en efecto merece ser visto». Esta es la descripción que da del mismo, muy reveladora de la percepción que un hombre de su tiempo podía tener de un documento semejante, surgido del pasado faraónico, tan mal conocido todavía:


“Se trata de un sacrificio ofrecido al sol. Está representado en semirelieve sobre una gran roca, cuya solidez bien ha podido defender el semirelieve contra las injurias del tiempo; pero no contra el hierro, del cual se han servido los árabes para destruir lo que vemos cortado en la figura de este sacrificio. Lo he dibujado tal cual lo he visto. La roca que he mencionado formaba parte de un gran peñasco, que se encuentra en medio de una montaña. Se necesitó mucho tiempo y un duro trabajo para conseguir hacer en este peñasco un hueco de cinco o seis pies de profundidad, por unos cincuenta de anchura y de altura. En este basto nicho excavado en el peñasco se encuentran encerradas todas las figuras que acompañan a este sacrifico al sol. Primero se ve un sol rodeado por una infinidad de rayos de quince o veinte pies de diámetro. Dos sacerdotes de tamaño natural, tocados con unos gorros puntiagudos, estiran las manos hacia el objeto de su adoración. La punta de sus dedos toca el extremo de los rayos de sol. Dos niños pequeños, con la cabeza cubierta de igual modo que los sacerdotes, se encuentran a su lado y cada uno le presenta dos grandes cubiletes llenos de licor. Por encima del sol hay tres corderos degollados y tendidos sorbe tres hogueras, compuesta cada una por diez pedazos de madera.

Debajo de las hogueras hay siete jarras con asas. Al otro lado del sol, del lado contrario a los sacrificadores, hay dos mujeres y dos niñas en relieve completo, unidas a la roca sólo por los pies, y un poco por la espalda. En ellas se ven las marcas de los golpes de martillo que las decapitaron. Tras los dos niños pequeños hay una especie de cuadro repleto de numerosos rasgos jeroglíficos. Hay otros más grandes, esculpidos en otros lugares del nicho. Busqué por todas partes alguna inscripción, u otra cosa, que pudiera darme conocimiento sobre las distintas figuras, y sobre el uso que se quiso hacer, o al menos que me dijera el año en que la obra se realizó y el nombre del autor. No pude descubrir nada, de modo que dejo a los sabios, amantes de las antigüedades, la tarea de adivinar aquello que me ha quedado sin averiguar. Tras haber empleado tanto tiempo como fue necesario para dibujar fielmente la representación de este sacrificio ofrecido al sol, fui a pasar la noche a Mellawi.”

1Esto fue lo que vio Claude Sicard: Estela «A», dibujo de Robert Hay, 1827.

2.jpgLuneta de la estela «A», foto de Rosa Pujol. 

El egiptólogo Baudouin van de Walle, descubridor del texto, ha demostrado que el monumento descrito por Claude Sicard es sin ninguna duda la estela de frontera A de Amarna, cercana a Tuna el-Gebel. La ilustración que acompañaba a la relación el padre Sicard cuando fue publicada en 1717 tuvo bastante difusión al haber sido reproducida en el Supplément del conocido libro Antiquité expliqueé (Antigüedad explicada) de Bernard de Montfaucon (1724). Sin embargo, las diferencias existentes entre este grabado y el monumento original que se supone representa son muy notables.

Además de los errores de interpretación de Claude Sicard -tomar a Akhenatón y Nefertiti por dos sacerdotes con largos gorros puntiagudos o dos mujeres, a las princesas de la pareja real por dos niños pequeños e incluso a los panes ofrendados por corderos inmolados-, conviene señalar lo mucho que la imagen es propia de su época y del concepto que se tenía entonces del arte egipcio. Como ha señalado Baudouin van de Walle, resulta muy significativo que el disco solar de Atón, un sencillo disco abombado con el añadido de un uraeus visto de frente y que irradia sus rayos hacia abajo, sea reemplazado por un sol con rostro humano, cuyos rayos se propagan por toda su circunferencia, según un motivo muy de moda en la Europa del siglo XVI, sobre todo en relación a Egipto, y que después, en la época que nos ocupa, estuvo indisociablemente ligado a la simbología de la realeza de Luis XIV (muerto hacía solo dos años cuando apareció el grabado). Los pocos jeroglíficos que acompañan la escena también son notables, pues aparecen descolocados con respecto al original e incluso a la propia descripción del padre Sicard.

Está claro que sólo sirven para dar un toque egipcio a la imagen; de hecho, son muy representativos del repertorio y la idea que se tenía de los jeroglíficos egipcios desde el siglo XV, sobre todo con el prótomo de animal sobre sus patas traseras visible en la esquina inferior izquierda de la escena, un jeroglífico inventado en el Renacimiento a partir de las descripciones aparecidas en los textos de la Antigüedad grecorromana. Por último, a pesar de las palabras de Claude Sicard, que dejan bien claro que esas cuatro figuras son un «relieve completo, unidas a la roca sólo por los pies, y un poco por la espalda», el grupo escultórico al sur de la estela fue incluido en el relieve. Si bien el padre jesuita menciona en dos ocasiones el fiel dibujo que realizó de la estela, parece indudable que el grabado fue hecho por un ilustrador a partir de los datos proporcionados por C. Sicard, del mismo modo en que el mapa con el cual este acompañó la conferencia que impartió en la Academia sobre su viaje al Alto Egipto fue dibujado por el geógrafo parisino d’Anville, siguiendo instrucciones directas del aventurero jesuita.

Desde la perspectiva del descubrimiento de Akhenatón, y utilizando las palabras de Baudouin van de Walle, el grabado termina por demostrar su carencia de cualquier valor documental más allá de atestiguar junto al texto que lo acompaña este primer contacto, establecido por Claude Sicard. Es fácil de imaginar el uso que hubiera podido darle la ideología de Luis XIV, ese rey-sol que se consideraba el propagador del monoteísmo cristiano, al ejemplo precursor que podía ser Akhenatón, en una época en la cual el Egipto faraónico era concebido en Occidente como anunciador del cristianismo; pero nada sucedió. Forzoso resulta constatar que, pese al descubrimiento del padre Sicard, la comprensión que se tuvo de Akhenatón en esa época fue nula, exactamente igual que el conocimiento sobre su arte y su iconografía. Habría de transcurrir más de un siglo para que el mundo occidental descubriera realmente la particular expresión artística del reinado de Akhenatón.


Tras el descubrimiento de C. Sicard se lanzó la voz de alarma al mundo occidental sobre la existencia de Amarna. Esta estela es hoy la Estela A, la más accesible de las que rodean la ciudad.

Occidente recibió la noticia con extrañeza y expectación, no solo por el extraño lugar donde apareció la estela, sino también porque los rayos terminados en manitas constituían una iconografía nueva del sol y, sobre todo, aquellos dos sorprendentes personajes coronados no se asemejaban a la imagen de faraón que los conocedores de Egipto tenían en mente. Esos cuerpos «unisexos» suscitaron atrevidas controversias: ¿personificaban a un rey con su Gran Esposa Real o eran dos mujeres con atributos de faraón? Para colmo, en aquel momento (1714) todavía nadie podía descifrar los jeroglíficos y los textos de la estela, junto con los nombres de esos extravagantes seres, quedaron a merced de la imaginación de los estudiosos. Tras entablar infinidad de discusiones, decidieron llamarlos los adoradores del disco solar, único tema que ya entonces estaba claro.

Todavía un siglo después del descubrimiento de la estela, eminentes egiptólogos dudaban sobre el sexo de las figuras representadas. Para Mariette, en 1855, Akhenatón podía ser un eunuco y para Lefébure, en 1891, era una mujer. Petrie, en 1894, aclaró algo la situación: siendo Akhenatón el faraón de Egipto que aparece con más frecuencia acompañado de su Gran Esposa Real, que la besa públicamente y que muestra con orgullo su vida familiar, no parecía lógico pensar en un eunuco o en una mujer.

Después de la expedición napoleónica, Egipto empezó a estar de moda y abundaron los viajeros y misiones arqueológicas. Los descubrimientos de las estelas se sucedieron, hasta alcanzar un total de 15. Muchos de los visitantes las dibujaron y publicaron; otros trabajos, por el contrario, no lograron ver la luz y sus originales duermen todavía en la Biblioteca Británica o en la Biblioteca Nacional de París. Entre los arqueólogos de entonces merece especial mención Petrie; no solo encontró un gran número de estelas explorando el desierto a pie, sino también impuso el método de identificarlas por medio de letras discontinuas, de forma que, si se encontraba alguna más cercana a otra, pudiera llevar letras consecutivas. Sin embargo, en su obra Tell el-Amarna, no otorga a las estelas de demarcación la importancia debida.

En 1799, sucede un gran acontecimiento para la egiptología: excavando una fortaleza en Rosetta, los soldados franceses descubrieron una piedra cuyo texto estaba escrito en jeroglíficos, demótico y griego. Gracias a ella, y tras varios años de estudio por parte de los egiptólogos del momento, en 1824, Champollion llegó a descifrar la escritura egipcia.

Rosetta_StoneLa piedra de Rosetta exhibida en el Museo Británico. 

Unos años después, las inscripciones de las estelas de Akhenatón aparecieron en lenguas modernas, divididas en Primeras Proclamaciones, año 5; Segundas Proclamaciones, año 6; Renovación del Juramento, principios del año 8; y Colofón añadido en las estelas A y B a finales del año 8. La traducción más conocida que ha servido de cita obligada cuando se trataba este tema, ha sido la realizada por N. Davies y Griffith publicada en The Rock Tombs of El Amarna. Pero en 1993, Murnane y Van Siclen realizaron un profundo estudio de estos textos , aplicando los modernos conocimientos sobre la lengua egipcia. Con ello se enciende una nueva luz para aclarar un periodo oscuro de la historia.

Las estelas de Amarna incluyen una novedad artística en el sistema de demarcación de un territorio; en ninguna otra parte de Egipto se señalaron los límites de una ciudad, templo o terreno consagrado  a un dios por medio de estelas. Pero su verdadera importancia radica en la valiosa información histórica de sus relatos, dada la escasez de textos en este reinado.

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Tumbas excavadas en el Este.

En el siglo XIX, algunos curiosos visitantes empezaron a llegar hasta la cordillera arábiga, descubriendo, sorprendidos, las tumbas de los nobles en el este de la ciudad, cuando, normalmente, era occidente el lugar asignado a los muertos por los egipcios. También se asombrarían al contemplar las escenas de sus paredes donde la familia real aparecía, para ellos, como la protagonista indiscutible. Admirados por tantas novedades, copiaron las pinturas y los egiptólogos fueron, poco a poco, traduciendo sus cortas pero interesantes inscripciones, que han aportado algunos retazos de información sobre aquel laberinto de descubrimientos.

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Mayor dificultad tuvieron los arqueólogos para llegar a averiguar el lugar de la Tumba Real. Los habitantes de la aldea de el-Hagg Qandil escondieron celosamente su ubicación mientras pudieron beneficiarse vendiendo los pocos objetos encontrados en ella. Cuando terminaron el expolio, decidieron aprovecharse por última vez de la tumba, descubriendo su emplazamiento a la misión francesa que excavaba en Amarna. En 1892, su director, Barsanti, selló las puertas de hierro de la morada eterna de Akhenatón. La Tumba Real se halla alejada de la ciudad, escondida detrás de la cordillera arábiga. Para llegar a ella, hay que atravesar las colinas por un uadi que desemboca en el hoy llamado Valle Real, un lugar salvaje y desértico, que adquiere una gran belleza a la salida del sol, cuando las arenas del desierto se tiñen de malva. Al estar en el frente este de la montaña, un hipotético rayo de Sol podría llegar a tocar el sepulcro de Akhenatón al amanecer, si la tumba permanece abierta.

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Las misteriosas tabletas de arcilla. 

En 1887 surgió un descubrimiento fortuito que amplió enormemente el conocimiento histórico del periodo amárnico. Amarna era entonces un libre «almacén» de materiales de construcción y así fue como una aldeana, buscando ladrillos antiguos para edificar su casa, encontró unas extrañas tablillas cubiertas de garabatos. Por entonces se había despertado el interés por Egipto y los turistas se paseaban por las orillas del Nilo comprando cualquier piedra antigua que les ofrecieran los nativos. Por otro lado, los museos europeos mandaban compradores expertos en antigüedades para llenar sus edificios con obras sensacionales. Por todo esto, la aldeana decidió sacar provecho a los trocitos de barro para salir de la pobreza y acudió durante varias noches al lugar del hallazgo con toda su familia, recogiendo, posiblemente, hasta unas quinientas tabletas. La familia se dispuso a vender su tesoro, pero, por miedo al Servicio de Antigüedades, que ya entonces velaba por los descubrimientos, no se atrevió a hablar de su hallazgo y decidió viajar por todo Egipto, ofreciéndolas, poco a poco, a anticuarios y turistas. Los trocitos de barro no despertaron el interés de nadie, fueron tomados por falsos o carentes de valor. Pero este trágico viaje de las tablillas metidas en sacos, maltratadas por golpes y rozaduras, dañó irremediablemente la mitad de las cartas halladas.

Por fin un anticuario de Luxor compró la totalidad a un precio irrisorio y mandó una muestra a los especialistas de El Cairo y París. Oppert, en París, las calificó de basura y Grébaut, Jefe del Servicio de Antigüedades en Egipto, guardó silencio. Pero pronto se averiguó el lenguaje de las cartas, acadio o babilónico, de escritura cuneiforme, idioma aceptado internacionalmente como medio de comunicación diplomática en la época de Amarna; las misteriosas tablillas contenían las cartas de la correspondencia del faraón con los países del entorno. Mercer, profesor de lenguas semitas y de egiptología en el Trinity College de Toronto, comenzó a recopilar todas las tabletas que llegaban a su alcance. El interés por los trocitos de barro se despertó en museos y coleccionistas. Empieza entonces un segundo viaje de las tablillas, no menos trágico que el anterior. Los poseedores de algunas cartas las esconden para especular más adelante; los anticuarios rompen algunas para dividirse el botín; los museos adquieren mitades y trozos sueltos y los poseedores de los pedazos faltantes exageran en sus demandas.

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La carrera por adquirir el nuevo archivo se desata y Grébaud, comprendiendo el error cometido, llegó a recurrir a la policía para recuperar las tablillas que, tan torpemente, había dejado pasar por sus manos. Se persigue y detiene a los compradores de las cartas, llegando a arrestar en su casa de Luxor a Budge, en aquel momento, enviado por el Museo Británico para conseguir antigüedades.

En 1907 se conocía la existencia de 358 tablillas, adquiridas principalmente por el Museo de Berlín. Posteriormente se encontraron otras 24, aumentando a 382 catalogadas, repartidas por las colecciones egipcias de los museos de Berlín, Londres, El Cairo, Oxford, París, San Petersburgo, Nueva York, Bruselas, Moscú y Chicago.

La traducción de las tabletas es dificultosa por contener muchos términos arcaicos, ya en desuso en la Babilonia del momento; a la vez, asimila palabras de otras lenguas, como las cananeas y hurritas y en su gramática aparece influencia semítica, sobre todo en el orden de las palabras, y en el sistema verbal. Estas anomalías se justifican por ser sus redactores escribas de diferentes nacionalidades, cuya lengua madre no era el acadio y cuyo aprendizaje de la escritura cuneiforme se realizó en las escuelas de sus diferentes ciudades, con maestros locales, ninguno nacido en Babilonia. El resultado fue una deformación de algunas palabras y una enseñanza trastocada de la gramática acadia. Por todo lo expuesto, la traducción de las cartas no es sencilla, y su interpretación puede dar lugar a versiones diferentes de los hechos narrados, sin poder afirmar con certeza cuál de ellas coincide con la verdadera historia.

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Otro inconveniente de este archivo reside en la casi total ausencia de fechas y datos comparativos, capaces de dar alguna clave sobre su datación. Se cree que la correspondencia encontrada abarca el periodo comprendido entre los años 30 o 32 de Amenhotep III  hasta al rededor del año 3 de Tutankamón. Los problemas aumentan al constatar que, en la mayoría de las cartas, los escribientes se dirigen a sus interlocutores sin nombrarlos, con expresiones como «al Rey de Egipto, mi hermano» o si provienen de los países vasallos «a mi señor, mi dios, o mi Sol». Para colmo, cuando aparece el nombre del destinatario, los reyes extranjeros llaman al faraón por el nombre de coronación, no el de nacimiento, más conocido por nosotros, y además con una caligrafía muy confusa. Por ejemplo, Nebmaatra, es decir, Amenhotep III, fue llamado en las Cartas de Amarna: Nibmuarea, (EA 1), Nimmuwareya (EA 2 y EA 31), Nimuwareya (EA 3), Nibmuareya (EA 17), Nimmuwarea (EA 6), Nimmureya (EA 19 y otras). El reconocimiento del monarca se agrava si tenemos en cuenta que a su hijo, Neferjeperura (Ajenatón), le nombran en la misma correspondencia con los siguientes apelativos: Naphurureya (EA 7 y 8), Naphururea (EA 11, 14), Naphurreya (EA 27), Naphurereya (EA 28), Naphureya (EA, 29). Advertimos que los finales de los nombres de los reyes, en muchos casos, son iguales y, si no está claro el comienzo, resulta difícil determinar a cuál de los dos soberanos va dirigido el escrito.

A pesar de todas las dificultades reseñadas, este casual descubrimiento es el mejor testimonio de la vida de la época dentro y fuera de Egipto, gracias a ellas averiguamos las costumbres de las diferentes cortes y adivinamos el carácter de los monarcas autores de los escritos. En ellas se reflejan las relaciones diplomáticas y las guerras, los matrimonios reales y las prácticas comerciales, las fidelidades y las traiciones.

La mayoría de las tablillas halladas se dirigen al rey de Egipto y muy pocas son contestaciones del faraón. Su numeración está precedida por las letras EA y fueron catalogadas en dos grupos por Knudtzon. El primero, EA 1 a EA 44, abarca la correspondencia entre Egipto y las grandes potencias del momento y su contenido es variado: reanudar relaciones diplomáticas, mantener simplemente contactos periódicos, interesarse por la salud del otro soberano, invitarle a una celebración o felicitarle por algún acontecimiento: una victoria sobre un tercer país, la subida al trono, la coronación, etc. Otras se refieren a duelos y pésames. Sin embargo, la mayoría de las misivas refleja un carácter económico, ya que solo el intercambio protocolario de regalos entre los grandes reyes constituía un verdadero comercio real. Observamos que los monarcas importantes solicitaban al faraón grandes cantidades de oro para construir sus monumentos, advirtiendo que lo pagarían más tarde con sus intereses (EA 4). Egipto se convertía así en el Banco Mundial, concediendo créditos internacionales, pagados con un trueque de objetos y productos de un valor establecido oficialmente.

Las negociaciones de matrimonios reales movían valores importantes, cuando la novia provenía de un gran país. Las cartas EA 19, 24, 27 y 29 tratan de los matrimonios del faraón con princesas de Mitanni y las tablillas EA 1, 2, 4, 5, 11, 13 y 14, con princesas casitas de Babilonia. Los intercambios eran recíprocos, la novia aportaba una fabulosa dote y el novio enviaba al padre de la contrayente objetos por un monto semejante al de la dote recibida. Esto ha dado lugar a listas interminables, en las que abundan los objetos ornamentales en oro y plata con incrustaciones de piedras preciosas. Ricos cargamentos rivalizando en belleza, lujo y perfección, cuyo valor, calculado de forma exhaustiva, los convertía en intercambios comerciales entre las cortes de los contrayentes.

El segundo grupo en la clasificación corresponde a las cartas escritas por los príncipes asiáticos vasallos del faraón. Los temas son diferentes. Los autores se quejan constantemente de la conducta de sus vecinos; el rey suele hacer caso omiso de sus lamentaciones y les pide la recaudación de tributos (EA 99), información política sobre el entorno (EA 145), preparar comida para los soldados del rey (EA 367), o el envío de una hija del príncipe vasallo para el harén del faraón (EA 99). Lógicamente encontramos también alguna anécdota que nos da idea de la vida de aquel entonces. Por ejemplo, en la carta EA 369 enviada por Amenhotep III al príncipe de Gazru, Milkilu, el rey pide el envío de 40 mujeres, quizá bailarinas, pagando 40 shekels de plata por cada una y añade: mándame mujeres extremadamente bellas y que no tengan la voz estridente. Es interesante comprobar que el precio de las alegres mujeres era el mismo que el pagado por un caballo y que los seres humanos se compraban y vendían como un par de sandalias.

Los relieves que rellenaron un pilono.

En Hermópolis, ciudad situada al otro lado del río frente a Amarna, se alzaba un templo de Ramsés II. En 1939, trabajando en su rehabilitación, una misión del Museo Pelizaeus de Hildesheim descubrió gran cantidad de bloques decorados que servían de relleno a los cimientos de uno de sus pilonos. Sus jeroglíficos los identificaban como amárnicos y la delicadeza de sus relieves como provenientes de algún edificio decorado en los últimos años de vida de la ciudad. La campaña estaba terminando y los bloques eran tantos que los arqueólogos alemanes, temiendo no tener tiempo suficiente para fotografiarlos, medirlos, reseñarlos y copiar sus escenas e inscripciones, optaron por enterrarlos de nuevo y esperar hasta la temporada siguiente. Desgraciadamente en aquel momento estalló la Segunda Guerra Mundial y la expedición suspendió sus excavaciones. Durante la guerra los lugares arqueológicos tuvieron poca protección y los rateros locales supieron aprovechar este descuido para apropiarse tanto de los bloques descubiertos y enterrados por los alemanes, como de un depósito similar encontrado en los cimientos del otro pilono en estado ruinoso. Para 1942, los bloques se habían esparcido por el mundo, vendidos a coleccionistas y museos. La mayoría de ellos fue a parar a América.

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El desmantelamiento de Amarna dio como resultado una cómoda cantera de bloques reutilizables. Una vez arrancados, se acarrearían y almacenarían en distintos lugares del país hasta ser requeridos para alguna construcción real. En este caso sirvieron de relleno en los pilonos de Ramsés II, luego fueron utilizados un siglo después del abandono de Amarna. En tantos años, quizá, los relieves sufrieron más de un desplazamiento y ésta puede ser la razón por la que ha ido apareciendo de forma muy dispersa, con una total desconexión entre ellos, imposibilitando la reconstrucción de alguna escena de gran tamaño.

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Los relieves de Hermópolis representan el desarrollo del sofisticado estilo de Amarna y aunque separados, cada uno nos brinda el placer de contemplar momentos aislados de la vida de muchas personas y animales, por ejemplo, el instante preciso en el que Akhenatón sacrifica un pato.

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Una ciudad arropada por la arena. 

Con anterioridad al desciframiento de los jeroglíficos egipcios, se desconocían los textos de las estelas y de las tumbas, pero las misteriosas ruinas del lado este del Nilo hicieron comprender a los egiptólogos, sin necesidad de confirmación escrita, que allí había vivido un rey, único hombre capaz de construir edificaciones de aquellas dimensiones. El primer plano de la ciudad de Amarna nos lo proporcionó la expedición napoleónica (1798-99); Jomard, su autor, se limitó a dibujar un mapa, pues, según nos cuenta, la barbarie de los habitantes de la zona no le permitió profundizar más en sus investigaciones. El segundo plano lo obtenemos de manos de Wilkinson (1924 y 1926), un aristócrata británico que fue a Egipto para librarse de un frío invierno inglés y permaneció ocho años visitando el país del Nilo; dibujó su plano a lápiz y sin mediciones,  a pesar de lo cual coincide bastante con el emplazamiento y tamaño de los edificios señalados; los originales de sus bocetos y dibujos se encuentran actualmente en la biblioteca Bodleian de Oxford. El tercer mapa es de Erbkam, quien llegó con la expedición prusiana dirigida por Lepsius (1849-59); su mapa es mucho más detallado que el de Wilkinson y nos ha permitido un mejor conocimiento de la misteriosa ciudad; se publicó en Denkmaeler aus Aegypten und Aethiopien.

Desde entonces los trabajos de la ciudad de Akhenatón no han cesado. A finales del siglo XIX, con la llegada de Petrie, se inicia la arqueología moderna en las excavaciones del lugar. Sin embargo, el método de aquella época se reducía a profundizar en sitios concretos para determinar la conveniencia o no de una excavación más completa. La decisión estaba supeditada a agradar a los mecenas del momento, particulares o museos, que subvencionaban las excavaciones, y solo deseaban hallazgos sensacionales de estatuas, joyas, cerámica, etc., para engrosar sus colecciones. De este modo Petrie abrió algunas zanjas aquí y allá, limpiando parcialmente algunos edificios oficiales y casas particulares, encontrando restos de estatuas o adornos arquitectónicos importantes, como el bello pavimento del Palacio Central, reconstruido en el Museo de El Cairo, o el fresco de la Casa del Rey, parte del cual se encuentra en el Museo Ashmolean de Oxford. La publicación de Petrie, Tell el-Amarna (1894), no es rigurosa, sino que solo reseña lo que él considera importante, a veces minuciosamente, otras de una manera tan imprecisa que ha resultado difícil volver a localizar talleres o casas mencionados en su obra.

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Tenemos que esperar hasta 1911, para encontrar una excavación ordenada a gran escala. La misión alemana del Deutsche Oriente-Gesellschaft, dirigida por Borchardt, llevó a cabo una gran labor topográfica, levantando el plano de la mayor parte de la ciudad. A estos mapas, realizados por Timme, se añadió posteriormente una cuadrícula realizada sobre el terreno, clavando unas estacas cada 200 m. siguiendo el norte magnético. Este método ha permitido, desde entonces, referenciar cada cuadrado por medio de números seguidos en dirección norte a sur, y de letras consecutivas de oeste a este. Además de estos dos indicadores, a cada edificio hallado se le adjudica un número esencialmente útil para identificar las casas privadas, ya que desconocemos los nombres de casi todos sus habitantes. Por ejemplo Q.42.21 es el edificio 21 del cuadrado Q.42 y corresponde al despacho y archivo de la correspondencia del rey en la Ciudad Central, donde se hallaron las famosas Cartas de Amarna. Así mismo los objetos o las vigas, los pequeños trozos de cerámica o tela, los restos de mosaicos o pigmentos, etc. encontrados en cada edificio se etiquetan con el número de éste, sabiendo siempre el lugar de su primitivo desplazamiento.

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Después de unos años de inactividad a causa de la Primera Guerra Mundial, el Egypt Exploration Fund obtuvo la concesión para escavar en Amarna. En 1921, se iniciaron los trabajos con Peet a quien siguieron Woolley, Whittemore, Frankfort y Pendlebury, ayudados por otros muchos arqueólogos, arquitectos y egiptólogos del momento. En principio continuaron la obra de los alemanes en el Barrio Sur, pero pronto volvieron al sistema de elegir objetivos concretos que podían redundar en una mayor espectacularidad, aunque no se limitaron a simples catas, sino que limpiaban suficientemente cada edificio para poder reconstruir su plano y determinar sus principales características. Así comenzaron por examinar el Maru Atón, edificio muy singular; la Aldea de los Trabajadores, recinto amurallado donde vivían los obreros de las necrópolis; la casa del Visir Najt, la más meridional de las casas de los nobles; el fascinante Palacio Norte, etc. Las sucesivas misiones inglesas excavaron prácticamente toda la ciudad de Amarna, sin añadir novedades en su sistema arqueológico, a excepción de Frankfort, quien aplicó un método global a un grupo de casas entre dos calles, en el Barrio Sur, para comprobar la relación entre vecinos. Los trabajos de aquellos años se publicaron en The City of Akhenatem I, II y III, así como en sucesivos artículos en Journal of Egyptian Archaeology, 7, 8, 10, 12, 13, 15, 17, 18, 19, 20, 21 y 22.

Volvió a haber una interrupción en las excavaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Tras ella, el Servicio de Antigüedades Egipcias se hizo cargo de esta zona hasta que, en 1977, la misma sociedad inglesa, ahora con el nombre de Egypt Exploration Society, retomó la dirección de las excavaciones en Amarna bajo la dirección de Kemp. Los métodos arqueológicos son totalmente diferentes de los empleados a principio de siglo; ya no se buscan hallazgos espectaculares, ahora se investigan los modos de vida de los hombres, recogiendo y analizando hasta los más pequeños trozos de estatuas, cerámica, pintura y otras minucias despreciadas por arqueólogos anteriores. Los montones de basura de la época son escrupulosamente estudiados y cualquier objeto encontrado, cualquier semilla o resto de comida, cualquier trocito de tejido hallado, se guarda cuidadosamente con el fin de estudiar cómo vivían, qué hacían y de qué manera trabajaban los egipcios que habitaron allí durante un corto pero fascinante periodo. Desgraciadamente, la EES ha abandonado este enclave arqueológico en 2008, pero por fortuna Kemp sigue trabajando en Amarna Trust, con el Instituto McDonald de Investigación Arqueológica de la Universidad de Cambridge. En la actualidad están llevando a cabo numerosos proyectos de investigación, con el patrocinio de varias entidades, entre otras Amarna Research Foundation.

El grupo de trabajo de Amarna está compuesto por varios especialistas en temas diferentes, como cerámica, textiles, cristal, pintura, patología, etc. además de arquitectos, físicos…, todos ellos empeñados en acercarnos cada vez más a la vida de entonces. Su plan de acción es múltiple: por un lado, tratan de conservar cualquier resto del pasado para las generaciones futuras, cubriendo viejas estructuras con nuevos ladrillos para librarlas de las inclemencias del tiempo. Así mismo, se están restaurando algunos edificios principales con el fin de mostrar mejor al visitante su distribución y posibles utilidades: Pequeño Templo de Atón y Palacio Norte. Se realizan nuevas excavaciones y el resultado ha sido el descubrimiento de un gran recinto de la época de Amarna en Kom el-Nana ignorado hasta ahora. Por último, están tratando de averiguar cómo trabajaban los antiguos egipcios en sus oficios, fabricando o construyendo instrumentos módulos idénticos a los encontrados en las excavaciones y ensayando los posibles métodos empleados hace más de tres mil años.

Muchos de los trabajos y ensayos realizados se han publicado recientemente. Los textiles han sido objeto de un minucioso estudio publicado en 2001 por Kemp y Vogelsang-Eastwood con el nombre de The Ancient Textile Industry at Amarna. Pamela Rose ha trabajo durando años en su especialidad, la cerámica, y sus resultados se han editado en 2007 bajo el título de The Eighteenth Dynasti Pottery Corpus from Amarna. En 1993 comenzó otro proyecto artesanal denominado Amarna Glass Project, dirigido por Nicholson; tras años de investigación y ensayos prácticos sobre la elaboración del cristal y de la cerámica vidriada, sus conclusiones aparecen en su libro Brilliant Things for Akhenaten, aparecido en 2007. Weatherhead ha recogido durante varios años nuestras de pintura in situ, comparándolas después con las guardadas en distintos museos; sus estudios han visto al luz en dos libros: Amarna Palace Paintings y otro junto con Kemp The Main Chapel at the Amarna Workmen’s Village and its wall paintings, los dos editados en 2007.

Los resultados de las excavaciones se han venido publicando detalladamente en los seis tomos titulados Amarna Reports; en la revista The Journal of Egyptian Archaeology aparecen pequeñas reseñas de las labores de campo diarias, así como artículos sobre temas concretos escritos por personal especializado: JEA 42, 62, 64, 65, 66, 67, 69, 71, 73, 75, 77, 80, 81, 86, 89, 90, 92, 93, 94 y 95. En el año 1991 la misma sociedad comenzó a lanzar na revista semestral llamada Egyptian Archaeology donde también tratan de las novedades encontradas en las excavaciones de Amarna: EA 1, 2, 3, 4, 6, 7, 11, 13, 14, 15, 17, 19, 20, 21, 22, 25, 28, 30, 31, 32, 33, 34, 35. Por supuesto, las revistas de arqueología no pueden tampoco olvidar a Amarna, por lo que con frecuencia aparecen en ellas interesante artículos.

Otra labor importante de Kemp ha sido completar y renovar la topografía del Horizonte del Sol. Durante ocho años ha trabajado junto con Garfi y en 1993 publicaron A Survey of the Ancient City of el Amarna. Consiste en un libro informativo y ocho grandes mapas de 120 x 74.4 cm. En este trabajo se ha adoptado la cuadrícula iniciada por los ingleses en 1923-1925, desestimando la impuesta por Timme en 1914, imposible de seguir hacia el norte a causa de la curva natural del Nilo que condicionó las edificaciones amárnicas. En la actualidad continúa siendo de 200 m., pero no sigue el norte magnético, sino los postes de la luz, adaptados al arco de la ciudad; esto supone una desviación con respecto a la anterior de 1º23′ hacia el este. En la obra, se han respetado los planos de las casas trazados con anterioridad, para no volver a excavar las áreas cubiertas ya de arena, lo cual hubiera producido un nuevo e inútil deterioro en la ciudad. Solo han sido modificados aquellos planos donde advirtieron deficiencias palpables.

Los proyectos actuales se centran en diversas investigaciones; el Desert Survey se inició en el año 2000 con una prospección en los desiertos orientales; su finalidad es completar el plano de las calles y caminos de la antigua ciudad. Haciéndolo, han encontrado restos de enterramientos de gente pobre fallecida durante el reinado de Akhenatón; estos hallazgos han dado la oportunidad de averiguar algo más sobre los habitantes más desfavorecidos del Horizonte del Sol y se están realizando excavaciones y estudios centrados en estos cementerios. En 2005-2006 se decidió reexcavar un misterioso lugar, la Aldea de Piedra, con el objeto de conocer algo más sobre la gente que habitó en ella. Desde 2001, Thompson dirige el proyecto Amarna Statuary Project; prevé recuperar restos de esculturas para tratar de unificarlas y al menos saber la clase de piedra empleada para cada tipo de estatua y cuántas estatuas podría haber en cada edificio. Existe un plan para definir el prototipo de una ciudad preindustrial, a partir de las conclusiones derivadas de las excavaciones en Amarna. También hay intención de estudiar el cambio religioso y su repercusión en los distintos estratos sociales, teniendo en cuenta los hallazgos arqueológicos del lugar.

6Plano del yacimiento arqueológico de Amarna. 

8Localización de las estelas de frontera de Amarna en torno al yacimiento. 

9.jpgPlano del sector norte del yacimiento de Amarna. 

10.jpgPlano esquemático de los edificios oficiales del centro de la ciudad de Akhenatón en Amarna.

11Esquema del funcionamiento de la avenida real en el seno de Akhenatón en Amarna. 

7.jpgNombre de Akhenatón en escritura jeroglífica.


De los libros: «Amarna, la ciudad de Ajenatón y Nefertiti», de Teresa Armijo, y «Akhenatón, el primer faraón monoteísta de la historia», de Dimitri Laboury.  

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