MOMIFICACIÓN, TÉCNICAS, POLVO DE MOMIA, FESTIVIDADES DE DESVENDAJE EN LA EUROPA DEL SIGLO XVIII y XIX.

Del libro: Dioses, mitos y rituales en el Antiguo Egipto: Una panorámica de las creencias religiosas en el Egipto faraónico. De Susana Alegre. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La creencia en la vida de ultratumba era uno de los aspectos más destacados en la religiosidad de los antiguos egipcios y, como hemos visto, las peripecias de Osiris abrían la esperanza de cara a una Segunda Vida. En la tradición egipcia esa Segunda Vida se planteaba como una realidad similar a la vida terrenal y en términos muy orgánico-corpóreos; por lo tanto, en la mentalidad egipcia la eternidad sólo podía lograrse con un cuerpo perdurable y al que debían proporcionarle recursos para cubrir necesidades tan elementales como beber o comer, pero también perfumarse, acicalarse o divertirse. En definitiva, las necesidades de la momia eran las de un ser corpóreo, dependiente de suministros y necesitado de todo tipo de enseres, además del afecto y recuerdo de sus familiares o amigos.


LA MOMIA.


La palabra «momia» deriva del término persa mumia, que significa «brea» o «betún». Originariamente hacía referencia a este tipo de sustancia, negra y oleaginosa, que se presenta de forma natural en algunas regiones de la antigua Persia y a la que se le atribuiría propiedades curativas. Por eso la demanda de este producto, la mumia, llegó a ser tan alta que superó con creces la capacidad de oferta disponible, provocando que se buscaran fuentes alternativas del producto. Y como resulta que los cuerpos conservados por los antiguos egipcios suelen tener un aspecto negruzco, debido al efecto del tiempo en los ungüentos y las resinas con los que eran tratados, se creyó que poseían también las cualidades atribuidas a la mumia. Además, la confusión era fácil y estaba servida, pues los árabes, en Egipto, a los cuerpos milenarios momificados, precisamente por su aspecto negruzco, similar al betún, también los llamaban mumia.

Así las cosas, entre malentendidos, búsqueda de sustitutos y errores de traducción, «la momia», se convirtió en un elemento imprescindible en la farmacopea occidental; pero el supuesto remedio no era más que el cuerpo machacado y reducido a polvo de personas que hacía milenios habían sido enterradas siguiendo un complejo ritual de conservación. Con él se trataba la cefalea, el dolor de muelas, los trastornos reumáticos y hasta la impotencia. Aunque resulte sorprendente, la momia, es decir, el polvo de cadáveres de egipcios milenarios, ha formado parte del recetario médico hasta tiempos muy recientes, aunque su época de máxima difusión fue la Edad Media. Aún hoy en muchas farmacias, en las que se conservan frascos del siglo XIX o principios del XX, pueden verse recipientes que estaban destinados a contener polvo de momias.

Tinaja de un boticario del siglo XVIII en cuyo interior hay restos de «Polvo de momia».  

 

 

 

 

 

 

No menos sorprendentes son las festividades de desvendaje que, sobre todo en la Europa del siglo XVIII y XIX, gustó celebrar entre las clases más acaudaladas. El fenómeno alcanzó especial éxito la Inglaterra victoriana y consistía en reunir a un grupo de curiosos para disfrutar, en la mansión de un Lord o de una Lady, del proceso de ir quitando poco a poco las vendas de una momia egipcia. Un «ritual» revestido a veces con un toque pseudocientífico, la mayoría de las veces con excusas paranormales, intentando contactar, supuestamente, con el espíritu del milenario fallecido. Y otras veces en estos vendajes podía traslucirse una cierta voluntad de investigación, más cercana a la autopsia.

Ya fueran con una u otra motivación, los desvendases se convirtieron en grandes acontecimientos sociales. Las familias que organizaban los eventos enviaban cuidadas invitaciones y tras la cena, empezaba el entretenimiento de moda. Y dado que las momias muchas veces tienen entre las vendas objetos, generalmente amuletos y joyas, parece que en algunos casos se procedía a realizar sorteos o rifas entre los asistentes, lo que colmaba con creces la diversión.

Una festividad tan practicada entre los más ricos, que fue imitada con muchos menos recursos en las ferias ambulantes para el disfrute de los que tenían una disponibilidad económica más modesta. En estos casos las momias, o supuestas momias de antiguos egipcios, eran igualmente desvendadas pero de un modo mucho menos lujoso y sofisticado; puede que la misma momia fuera desvendada una y otra vez.

Desgraciadamente, tanto el polvo medicinal como los cuerpos convertidos en mero espectáculo, fueron el primer contacto de occidente con las momias. Muchas fueron destruidas en esos procesos y la información que de ellas podría haberse extraído se perdió para siempre, pero también es cierto que poco a poco el interés científico por las momias fue imponiéndose y las «autopsias» realizadas en las facultades de medicina fueron tomando protagonismo. Pronto se empezaron a estudiar los huesos, se hicieron rayos X, y a medida que la medicina ha ido avanzando, también las técnicas de estudios de estos restos humanos se han ido perfeccionando.

 Ahora, afortunadamente, la mentalidad es muy distinta y el estudio de momias se hace con rigor y muchas veces aplicando la más alta tecnología. Hoy por hoy es posible desvendar las momias realizando Tomografías Computerizadas, sin afectar en absoluto a su integridad y preservación. Así, es factible realizar estudios muy profundos sobre la población egipcia, su alimentación, su estado físico, sus enfermedades, la edad que alcanzaba, etc, etc.


¿QUÉ PUDO IMPULSAR LA IDEA DE MOMIFICAR?


La momificación fue una técnica utilizada en el Antiguo Egipto para conseguir el cuerpo perdurable que se suponía era imprescindible de cara a acceder al Más Allá. El cuerpo que, como el de Osiris, con los procedimientos mágicos adecuados, podía ser el soporte necesario para la pervivencia eterna del individuo.

Ciertamente no hay plena certeza para identificar qué pudo inspirar la momificación. El referente mitológico es muy claro, pero es altamente factible que la noción de corporeidad para lograr la eternidad se estimulara en la mentalidad egipcia por la mera observación de un fenómeno que, en la arenas del desierto egipcio, puede darse de forma natural con relativa frecuencia: enterrar un cuerpo fallecido y que éste se deshidrate antes de entrar en putrefacción. El intenso calor y sequedad, consiguen que esto sea posible.

Los habitantes de las riberas del Nilo, ya en tiempos prehistóricos, puede que quedaran atónitos tras una tormenta de arena u otro fenómeno que retirara la arena y dejara a la vista los enterramientos. Podrían volver a reencontrarse con, al menos, el cuerpo de sus antepasados. Quizá volvían a ver, puede que después de algunos años, a sus padres, a sus madres, a sus abuelos. El impacto psicológico debía ser intenso, pues estos cuerpos momificados naturalmente, actuando sobre ellos únicamente procesos azorosos, podían preservarse en un estado realmente fenomenal. Pelo, tejidos, piel. Hasta los párpados siguen ahí. Los individuos podían ser plenamente reconocibles y, en cierto modo, la perpetuidad alcanzada por sus cuerpos, de alguna manera, hacía que siguieran estando presentes, al alcance, identificables y con un cuerpo perdurable.

El desarrollo progresivo de los enterramientos, que fueron haciéndose más sofisticados a medida que avanzaba la propia civilización en Egipto, fue aislando progresivamente a los cuerpos enterrados del efecto secante y conservante del que disfrutaban ocasionalmente los enterramientos en la arena. Al realizar cámaras de piedra o colocar los cuerpos en los primeros sarcófagos, se eliminaba la posibilidad de que el cuerpo pudiera llegar a transformarse en una momia natural. Fue esta circunstancia, posiblemente, la que impulsó que se empezaran a aplicar técnicas artificiales de conservación, intentando imitar mediante procedimientos técnicos, lo que la naturaleza podría proveer por mera casualidad. La aparición de enterramientos cada vez más fastuosos, cada vez más elaborados, conllevó también el tratamiento cada vez más meticuloso y concienzudo de los cuerpos. La momificación se convirtió poco a poco en un proceso de gran complejidad, que fue perfeccionándose a lo largo del tiempo hasta llegar a un grado de refinamiento realmente extraordinario.


LA TÉCNICA.


El procedimiento básico para momificar consistía en intentar desecar el cuerpo, deshidratándolo. Para ello era importante intentar eliminar las vísceras, debido a su lato contenido en agua. Luego el cuerpo era sometido a la acción del natrón, una sal muy astringente que se encuentra de forma natural en algunas regiones de Egipto. El procedimiento podía complicarse en grado sumo mediante la aplicación de resinas y sustancias aromáticas, y el vendaje también podía presentarse de forma artística, utilizando tejidos de diversos tonos. El proceso podía ser más o menos sofisticado, dependiendo en buena medida de los recursos económicos del difunto. Heródoto describió tres tipos de momificación: la más cara era también la más perfecta y metódica, la intermedia era mucho más burda y aún había una tercera tipología que era la más económica.

«Cuando les llevan un muerto, enseñan a sus clientes unos modelos de cadáveres , de madera, pintados con una exactitud minuciosa. El modelo más esmerado representa, según dicen, a aquel cuyo nombre pronunciado en semejante ocasión creo que sería un sacrilegio (Osiris). Luego enseñan el segundo modelo, más barato y menos esmerado, y luego un tercero, que es el más barato de todos. Después les piden a sus dientes que elijan el procedimiento deseado para su muerto. La familia ajusta el precio y se retira. Los embalsamadores se quedan solos en sus laboratorios, y así es como realizan el embalsamamiento más esmerado: para empezar, sirviéndose de un gancho metálico, sacan el cerebro por los orificios de la nariz. Extraen una parte de este modo, y el resto inyectando ciertas drogas en el cráneo. Luego, como una hoja cortante de piedra etíope (sílex), hacen una incisión en el flanco, retiran las vísceras, limpian el abdomen y lo purifican con vino de palma y de nuevo con plantas aromáticas molidas. Luego rellenan el vientre con pura mirra molida, canela y todas las sustancias aromáticas que conocen, excepto el incienso, y lo cosen. A continuación salan el cuerpo cubriéndolo de natrón durante setenta días.

Ese tiempo no debe ser superado. Pasados los setenta días, lavan el cuerpo y encargan un cofre de madera, tallado a imagen de la forma humana, en el que lo depositan. Conservan con devoción este cofre en una cámara funeraria donde lo colocan de pie, apoyado en la pared. Éste es el procedimiento más caro. Cuando se encarga un mbalsamarniento de precio moderado para no gastar demasiado, los métodos son éstos: llenan unos clísteres de aceite de cedro y con ellos llenan los intestinos del cadáver, sin extraerlos ni cortar el vientre, introduciendo el clister por el ano e impidiendo que vuelva a salir, y lo embalsaman durante los días fijados. El último sacan del vientre el aceite de cedro que habían introducido antes; el cual tiene tanta fuerza, que arrasa consigo intestinos y entrañas ya disueltos. La carne la disuelve d nitro, y sólo resta del cadáver la piel y los huesos. Una vez hecho esto, entregan el cadáver sin cuidarse de más. El tercer modo de embalsamar con que preparan a los menos pudientes es éste: lavan con purgante los intestinos, embalsaman el cadáver durante los’ setenta días, y lo entregan después para que se lo lleven».  

Fragmento de la obra de Heródoto, Historias II, 86-88.

Más allá de las palabras de Heródoto, la arqueología efectivamente observa que la momificación era muy distinta dependiendo de los recursos económicos de los fallecidos. Las momias más elaboradas, y que a la larga consiguen generalmente mejores resultados, son las que implicaban el vaciado de la cavidad abdominal y torácica, a través generalmente de una raja realizada en el costado izquierdo, mientras que el cerebro normalmente se extraía por los agujeros de la nariz o la parte posterior del cráneo, donde en ocasiones se realizaba una perforación (especialmente habitual en la momias más tardías). Cuando se recurría a procedimientos de menor calidad, frecuentemente no se hacía ninguna incisión en el abdomen: las vísceras parece que eran disueltas con sustancias inyectadas por el ano, o bien se realizaba una simple purga de los intestinos.

 Las vísceras extraídas eran colocadas cuidadosamente en los vasos canopos, tras ser tratadas con sal natrón. En estos potes se guardaban los intestinos, pulmones, hígado y estómago, que eran colocados en sus respectivos recipientes, bajo la protección de la deidad correspondiente a cada víscera. El cerebro era desechado y el corazón, generalmente, permanecía en el interior del cuerpo. En las momificaciones más elaboradas, como por ejemplo en el enterramiento del faraón Tutankhamón, las vísceras podían ir dispuestas en pequeños sarcófagos que, a su vez, se introducían en los canopos. Aunque momificar era una técnica refinada que se fue perfeccionando y cambiando a lo largo del tiempo, hay que tener en cuenta que realizar una momia era un verdadero ritual. Los momificadores eran sacerdotes especializados que durante el procedimiento realizaban purificaciones, adoraciones… También completaban las momias colocando amuletos protectores o incluso en algunas vendas se pintaron escenas protectoras o se inscribieron capítulos de textos sagrados. La preservación no solo tenía en cuenta las cuestiones meramente físicas, también se consideraba que durante el proceso entraban en juego energías sobrenaturales.


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