AMÓN

Del libro: Dioses, mitos y rituales en el Antiguo Egipto: Una panorámica de las creencias religiosas en el Egipto faraónico. De Susana Alegre. 

Su nombre significa «el oculto», pero también los textos egipcios se refieren a Amón denominándolo «el rey de los dioses» o «el más viejo de los dioses del cielo oriental». Se considera que Amón fue un dios de carácter universal, «el que existe en todas las cosas», e incluso en ocasiones fue venerado como el ba (el alma) de todos los fenómenos. Se cree que en su origen podía estar relacionado con el viento, que es una poderosa fuerza de la naturaleza aunque invisible. A Amón comúnmente se le muestra en la iconografía con aspecto antropomorfo, luciendo dos largas plumas como tocado y muchas veces con la piel de color azul. En su aspecto zoomorfo suele aparecer como carnero, de ahí que en su iconografía no sea excepcional la esfinge criocéfala en la que se combinan las formas leonadas y la cabeza de ovino; no obstante, también el toro, el macho cabrio y el ganso pueden formar parte de la imaginería de Amón. Aunque muchos santuarios le fueron dedicados en Egipto a partir del Imperio Nuevo, su gran templo de Karnak, en el corazón de la ciudad de Tebas (actual Luxor), llegó a ser el más poderoso de Egipto; y Amón llegó a convertirse en dios protector del imperio y de la monarquía.

Allí era adorado en compañía de la maternal Mut y del dios Jonsú, el hijo de la divina pareja. La triada formada por Anión, Mut y Jonsú, fue una de las más notables familias divinas adoradas en el antiguo Egipto. A pesar del gran protagonismo que llegó a alcanzar, lo cierto es que Amón durante el Imperio Antiguo (2649-2134) permaneció prácticamente en el anonimato: sólo se le menciona fugazmente en los Textos de las Pirámides (c. 2400). Pero desde la Dinastía XI (2040.1991), desplazando al guerrero dios Montú en Tebas, los monarcas sumisos hicieron de Amón el legitimador de su autoridad y lo convirtieron en «el rey de los dioses».

Durante unos 2000 años los faraones enaltecieron y ampliaron los santuarios de Karnak, y la ciudad de Tebas fue escenario de esplendorosos rituales multitudinarios en los que la imagen de Amón era transportada a hombros para poder aproximarse a sus fieles. La Fiesta de Opet, en la que «el oculto» salía en procesión hasta el templo de Luxor; y la Fiesta del Valle, en la que recorría los Templos de Millones de Años en la orilla occidental, destacaban en el jalonado calendario de celebraciones.

Tras el breve pero convulso período amarniano, Amón y Karnak recuperaron su posición privilegiada. Con el tiempo, incluso, la región tebana llegó a convertirse en un «estado divino» que, en teoría gobernaba el mismísimo Amón. El poder del dios y de su clero sólo decayó tras el saqueo de Tebas por los Asirios en el 664 a.C. Pero el recuerdo del «rey de los dioses» se conservó y perduró, hasta llegar a ser asociado con Zeus y más tarde con Júpiter:

El culto a Amón fue tan intenso que se extendió hasta los territorios nubios y a los más remotos oasis de Egipto. En Sima, «el oculto» era capaz de manifestarse en un célebre oráculo en el que se legitimaba la autoridad de los reyes y hasta allí viajó Alejandro Magno para asentar su poder y buscar su divino apoyo.


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