OBJETIVIDAD EN ANTROPOLOGÍA: UNA TRAMPA MORTAL.

El etnógrafo colombiano Luis Guillermo Vasco Uribe, es una de las figuras centrales de la Antropología colombiana. En sus escritos “En busca de una vía metodológica propia” afirma que LA OBJETIVIDAD EN ANTROPOLOGÍA ES UNA TRAMPA MORTAL. Comparto aquí su teoría porque creo que realmente merece la pena leerla y porque probablemente no deje a nadie indiferente. Dice así:
La objetividad se nos presenta como un requisito absolutamente imprescindible para garantizar la cientificidad del trabajo del antropólogo, para acceder a las grandiosas cumbres de LA VERDAD. Ella sería la piedra de toque que revela al antropólogo de calidad. Pero poco acuerdo hay acerca de lo que ella significa. «Desprenderse de prejuicios y juicios de valor», «arrancar de sí la subjetividad», «ser fiel a los hechos», «ser imparcial y no tomar partido», «estar comprometido solo con la antropología misma», son apenas algunas de las fórmulas con las cuales se pretende caracterizarla.
Algunos llegan hasta el extremo de recetar la «puesta en blanco de la mente», «despojándose de los conceptos que encierran, todos, una preconcepción del objeto de estudio». Quizá todo esto no sea otra cosa que expresión de un positivismo ya bastante trasnochado, pero sus implicaciones políticas hacen que se mantenga en vigencia y que se preconice su aplicabilidad actual. La docencia dentro de la academia sigue haciendo énfasis sobre la necesidad de la objetividad y ella sigue siendo el eje alrededor del cual giran muchos de los esfuerzos en el campo de la metodología y la investigación. Por ello, prestaremos atención a algunos de sus puntos de vista y a las consecuencias que de ellos se derivan, sin pretender agotar, por supuesto, la totalidad de sus sentidos.
Como aftrma Jean Copans, la antropología ha hecho suyo como objeto de estudio el campo empírico del colonialismo, de los pueblos, etnias o nacionalidades subyugados y explotados. Es decir, que mientras la expansión capitalista por el mundo despojaba a infinidad de sociedades de su carácter de sujetos de su propia historia, de su autonomía y posibilidad de vivir de un modo propio, haciéndolos receptores pasivos de una historia ajena y decidida en las metrópolis, objetos de la historia universal capitalista, la antropología hacía lo propio en el campo del conocimiento. De entrada, se declaró inválido el conocimiento que estas sociedades tenían de sí mismas y de su entorno, se postuló su incapacidad de producir un conocimiento valedero de sus formas de vida, de las leyes que las rigen, y se llegó hasta negar el derecho a su existencia como sociedades y culturas diferentes.
Se afirmaba: sólo la antropología puede producir un conocimiento adecuado de ellas; sólo el discurso de Occidente puede ser científico. Oigamos a Malinowski: «La clave para interpretar la cultura no la pueden ofrecer los informadores nativos porque ellos la desconocen conscientemente. Es más adecuada la visión que ofrece el antropólogo«. En ese sentido, objetividad es reducir a las sociedades estudiadas por la antropología a la calidad de meros objetos de conocimiento, despojándolas de su propia subjetividad, negando su capacidad de autoconocimiento, irguiendo frente a ellas al sujeto que conoce; el antropólogo. Así, la antropología se hace un eslabón más en la cadena de mecanismos a través de los cuales se ejerce la dominación sobre tales sociedades. Por eso ellas la perciben como a un enemigo. «Los pueblos colonizados verán en la antropología la expresión objetiva de una relación de fuerzas entre nuestra sociedad y las suyas«, captó Lévi-Strauss.
Pero también la segunda parte de la ecuación, aquella del antropólogo como sujeto de la investigación, es una ilusión, una falacia y un mecanismo de dominación, esta vez dentro de nuestra propia sociedad. Porque cuando se prescribe que la objetividad es despojarse de la propia subjetividad del investigador, del antropólogo, se le está queriendo aplicar una dosis de la misma medicina que se aplica a los pueblos estudiados por él: reducirlo a la cualidad de un mero objeto de su disciplina, la única con la cual puede comprometerse. Se trata de objetivar también al investigador, hacerlo instrumento ciego de las fuerzas e intereses que dominan a la sociedad misma y, con ella, a la ciencia que allí se desarrolla.
Despojado de su subjetividad o, mejor, viendo cómo ella le es negada, cómo se le exige dejar de ser un sujeto activo, pensante, con intereses propios, y actuar sólo en pro de la ciencia, el investigador va siendo reducido a instrumento del verdadero sujeto del conocimiento, de la antropología y, a través de ella, de la sociedad de clases que domina y explota, en el caso colombiano, a los pueblos indios, entre otros sectores sociales. Como ellos, el antropólogo cae en la condición de objeto y, como tal, de dominado, de instrumentalizado. Todo ello con la creencia, falsa, de que puede ser neutral, de que no está implicado en las relaciones de dominación y explotación de la sociedad colombiana sobre los indios. Reduciendo a los pueblos indios y las clases dominadas, así como a los investigadores sociales, al papel de objetos, los capitalistas y explotadores aseguran su hegemonía como los sujetos de la sociedad de clases.
La renuncia a su subjetividad por parte del investigador no es posible en términos absolutos, engendrando permanentes contradicciones dentro del sistema de ejercicio de la ciencia, de la antropología. Cada día, más investigadores descubren que renunciar a su subjetividad, tratar de hacerlo, es renunciar a su creatividad, a su posibilidad de aportar positivamente al conocimiento, a derivar de él elementos para su realización personal, a hacer de él algo más que una profesión de la cual devengan sus medios de vida. Porque este es otro sentido de la objetividad que el sistema científico exige al antropólogo: la separación entre profesión y sociedad, entre profesión y personalidad. No se quiere que haya una refléxión acerca de cómo las actividades del antropólogo, sus temáticas y metodologías de investigación, sus formas de relación con los indios afectan a éstos, a las relaciones que con ellos mantiene nuestra sociedad. ¿Los favorecen?, ¿van en su contra?, ¿refuerzan su dependencia, su explotación, su negación?, ¿sirven para debilitarlos? Pensar en todo esto afecta la objetividad profesional.
Se supone que el ejercicio de la profesión debe ser pulcro, limpio, neutral, al margen de las implicaciones de la política, que lo mancharían, lo contaminarían. Se quiere que el investigador ignore los resultados de su trabajo y que, al ignorarlos, continúe sirviendo a los intereses de las clases dominantes que se benefician con ellos. Se quiere hacer creer que el ejercicio profesional está al margen de las relaciones sociales y que no las afecta. Toda la academia está marcada por la separación entre profesión y personalidad. Se estudia antropología para tener un título profesional que autorice y capacite para ejercer las actividades profesionales de un antropólogo y, mediante ellas, ganarse la vida. Pero no para ser un antropólogo. Esto se evita cuidadosamente. Los estudiantes deben aprender las ideas que se mueven en su campo, pero no hacerlas suyas, no deben hacer de la antropología una concepción del mundo, una actitud hacia la vida, no debe ser algo que forme parte de la propia personalidad. Todo el tiempo se trata de ideas prestadas, ajenas, extrañas, que discurren por un cauce diferente al de la propia vida. Se presenta la objetividad como fidelidad a la verdad de los hechos. Pero, ¿a cuál verdad? ¿Acaso hay en la sociedad una sola verdad?
La objetividad se predica también como no intervención. El antropólogo debe actuar de manera que su trabajo introduzca los mínimos cambios posibles dentro de las sociedades o sectores sociales que estudia. El ideal es la modificación cero. No es ésta la tarea del antropólogo, excepto cuando del cambio dirigido (por el sistema, por supuesto) se trata; si interviene dentro de los fenómenos que estudia se vicia la objetividad de la investigación, «no podría saber cuánto de lo conocido pertenece realmente al objeto de su investigación y cuánto al resultado de su participación». La intervención se queda para los políticos, es algo impropio de los científicos. Pero la neutralidad, la no participación en relaciones de dominación étnica y de clase es favorecer a los usufructuarios de la situación actual, intervenir en su favor.
Esta objetividad no es nada distinto que una barrera, un muro, una discriminación contra el otro, es el rechazo a la pluralidad y a la posibilidad, incluso, de cambiar de bando. En este sentido, la subjetividad podría lanzarnos en «brazos del enemigo». Y éste sólo debe ser estudiado, no aceptado, mucho menos querido.
Adjunto el texto completo de este artículo: https://antropologiadeoutraforma.files.wordpress.com/2013/04/631911911-en-busca-de-una-via-metodologica.pdf
También una entrevista muy interesante que le hicieron: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2346641.pdf
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