LOS HERMANOS DE AMENHOTEP IV-AKHENATÓN.

La pareja Amenhotep III y Tiy trajo al mundo a muchos hijos, de los cuales hay diez claramente identificados (por más que la maternidad de Tiy para algunos de ellos sea probable, pero no esté demostrada, por ahora). Como la galantería y la documentación egiptológica obligan, comenzaremos por las hijas, tantas veces aparecidas junto a su padre.

«La hija primogénita del rey», «nacida de la gran esposa real Tiy», Satamón («La hija de Amón»), es sin duda la mejor atestiguada, por más que, en definitiva, sean pocas las cosas que conozcamos sobre ella desde el punto de vista histórico. Como ya hemos visto, aparece en el respaldo de dos pequeñas sillas bajas, descubiertas en el ajuar funerario de sus abuelos maternos, Yuya y Tuyu, así como en numerosos pequeños objetos de lujo encontrados en diversos lugares de Egipto, desde un tubo de kohol en fayenza hasta fragmentos de un cofre de madera, pasando por vasos de calcita o un elemento de joyería. También aparece junto a sus padres y dos de sus hermanas, Isis y Henuttaneb participando en los rituales de la fiesta jubilar Sed, en la decoración del majestuoso templo que Amenhotep se hizo edificar para su propio culto en Soleb, así como en los relieves de su gigantesco templo funerario, en la actual Kom el-Hettan, en un contexto idéntico.

Siempre en relación con la Heb Sed de su padre, la encontramos mencionada en numerosas etiquetas de jarra entre los montones de desechos del palacio jubilar de Malqatta; una serie de ellas, de las que se conocen treinta ejemplares, mencionan productos venidos de la «heredad de la hija del rey, la gran esposa real Satamón». Este título de «gran esposa real», que por entonces comparte con su madre Tiy, pero también con su hermana pequeña Isis (la cual, por su parte, era llamada simplemente «esposa real») ha hecho correr mucha tinta, llevando a muchos estudiosos a considerarlo prueba de una relación incestuosa entre el soberano y sus propias hijas. La inscripción de estas etiquetas de jarra especifica que los productos fueron preparados «para la Heb Sed» y, en el contexto ideológico de la época relativo a la presentación de la familia real, parece más probable reconocer en este título una función simbólica y ritual: el rey, que comienza un nuevo reinado con ocasión de su fiesta jubilar Sed, seguramente debía tomar entonces una nueva esposa, como si subiera al trono por primera vez. De hecho, podemos ver que la verdadera esposa real, la reina Tiy, madre de Satamón, no perdió ninguna de sus prerrogativas y conservó su título y las funciones anejas al mismo hasta su muerte, pasados muchos años del deceso de su esposo. Algunos, no obstante, han querido conceder a Satamón una categoría privilegiada, llegando incluso al punto de imaginarse que durante un tiempo fue la heredera designada de su padre. No obstante, esta hipótesis es por completo indemostrable y choca con la realidad de la documentación arqueológica disponible. En efecto, semejante propuesta, atípica en las tradiciones de sucesión faraónica, se basa en la interpretación de documentos fragmentarios, en los cuales se ha postulado la presencia original de Satamón, borrada de los mismos como venganza por su hermano pequeño, el príncipe Amenhotep (el futuro Akhenatón), cuando se convirtió en rey; ahora bien, los documentos en cuestión -las estatuas femeninas que acompañan a los colosos de Memnón y la del pilono X de Karnak- están demasiado estropeados como para permitir semejante reconstrucción. Por otra parte, el nombre de Satamón, a pesar de estar formado a partir del de Amón, duramente perseguido por la ideología atoniana, permaneció intacto en numerosos documentos que, no obstante, fueron «corregidos»por los adeptos de Akhenatón, además de aparecer en un fragmento de vaso de pasta azul encontrado en Akhet-Aton (Amarna). Parece evidente que la primogénita de Amenhotep III  y Tiy tuvo un papel importante en la ideología desarrollada en torno a la familia reinante; pero nada hay que nos permita afirmar que ejerciera alguna función más allá de su categoría de princesa.

Satamón tuvo al menos tres hermanas pequeñas: Henuttaneb («La señora de toda la tierra)», Isis (a partir del nombre de la diosa) y Nebetah («La señora del palacio)». La presencia de las dos primeras, citadas por su nombre junto a su hermana mayor en los relieves del templo de Soleb y del de Kom el-Hettan, al contrario que Nebetah, permite suponer que esta última probablemente era más joven, nacida después del final del año 29, fecha de comienzo de la primera Heb Sed, evocada en los relieves en cuestión. De hecho, Nebetah solo nos es conocida por una única mención, en el gigantesco grupo escultórico de más de siete metros de alto que representa a Amenhotep III y Tiy acompañados de sus hijas que hoy en día preside el atrio del Museo Egipcio de El Cairo (M 610-JE 33906). Las otras dos princesas de esta escultura colosal son Henuttaneb, que aparece entre sus padres en el centro de la composición, de mayores proporciones y con una peluca que denota una edad más madura que sus hermanas , y una hija situada en el lado izquierdo cuyo nombre se ha perdido. Por lo general, se ha reconocido en ella una efigie dañada de Isis, deduciéndose de la composición que Henuttaneb era más mayor que las otras dos, es decir, que era la segunda tras Satamón, sobre todo porque los objetos que la mencionan son algo más numerosos  (10) que los que hacen lo propio con Isis (6). No obstante, el nombre desaparecido del grupo escultórico de El Cairo no permite confirmar por completo esta reconstrucción, por verosímil que resulte; pues Isis podría haber muerto durante la realización de la escultura, como sucedió con Satamón, cuya ausencia y reemplazo por parte de Henuttaneb resultan difíciles de explicar de otro modo. Siendo así, habría que considerar la posibilidad de que existiera una quinta hija de Amenhotep III y Tiy. Henuttaneb seguramente es hija de Tiy, porque la inscripción de dos vasos donde aparece mencionada especifica que es «nacida  de la gran esposa real Tiy». Dada su estrecha relación iconográfica con la pareja reinante, seguramente sucede lo mismo en el caso de Isis y Nebetah, pero en la actualidad resulta difícil confirmarlo con certeza.

Al contrario de lo que se ha afirmado a menudo, Henuttaneb no está atestiguada con el título de esposa de su padre. El grupo colosal de El Cairo la presenta como «la que está unida / se une a Horus (=el rey), agradable a su corazón (lit. «la que está en su corazón»), expresión ciertamente ambigua (sin duda a propósito), pero que no permite sostener la hipótesis de matrimonios incestuosos. En cuanto a Isis, aparece como «la esposa del rey, Isis» en fragmentos de la decoración jubilar del templo de Kom el-Hettan reutilizados en Karnak, así como en la placa dorsal de una estatuilla fragmentaria de la colección Georg Ortiz (Suiza), sobre la cual merece la pena que nos detengamos un poco. Esta obra parece ser todo lo que queda de un pequeño grupo escultórico, cuidadosamente esculpido en un bloque de serpentina negra conservado hasta una altura de 48,5 cm. El cuerpo de la princesa está prácticamente intacto, desde los pies hasta la parte superior del cuello. El collar y el vestido, de plisado muy sutil, son especialmente detallados; también llevaba una peluca con un pesado mechón lateral, todavía visible sobre su hombro derecho, algo que en la iconografía faraónica es característico de los niños (o adolescentes), lo cual sugiere que era todavía  relativamente joven. El brazo derecho, a lo largo del cuerpo, indica que la princesa era la parte final de la composición por ese lado; en cambio, tanto el brazo izquierdo (alzado en gesto de afecto) como los restos de un pie derecho de mayor tamaño, presentes en el extremo izquierdo de lo que aún se conserva del pedestal, demuestran sin lugar a dudas que la princesa formaba parte de un grupo familiar en el cual acompañaba a su padre y, con toda probabilidad, también a su madre. En la parte posterior de la estatua se conservan, de forma muy desigual, tres columnas de un texto que seguramente ocupaba una superficie mayor. La columna derecha, la única intacta, presenta la titulara de Amenhotep III seguida de la mención de su hija: «El Horus: «Toro victorioso aparecido/coronado en la Heb Sed»; el rey del Alto y el Bajo Egipto: «Neb-Maat-Ra»; la hija del rey: Isis, ojalá viva para siempre». La columna siguiente, redactada siguiendo el mismo estilo, sólo es posible leerla a partir del cartucho real: «(…) [el hijo de Ra: «Amenhotep Señor de Tebas]; la esposa del rey: Isis, ojalá pueda ser estable». Los vestigios de la última columna que se conserva demuestran que la inscripción continuaba con esta misma estructura por toda la placa dorsal del grupo escultórico. El texto permite sacar dos conclusiones: 1ª Isis solo lleva el título de esposa de su padre alternándolo con el suyo habitual de hija del rey; 2º el contexto sigue siendo claramente el de la Heb Sed y su ideología. En otras palabras, los indicios de un matrimonio verdadero e incestuoso vuelven a ser muy débiles y todo llega a creer que de nuevo nos encontramos ante una puesta en escena ideológica en el marco de la fiesta jubilar Sed a partir de un modelo mitológico solar: como si fuera Ra, Amenhotep III aparece en compañía de sus diversos paredros femeninos, de generaciones diferentes, sobre todo porque durante la Hed Sed rejuvenece con ocasión de la reconducción de su poder real.

El destino de las princesas más allá del reinado de su padre nos es desconocido por completo. Debido a que muchos de los relieves que evocan la Heb Sed (entonces y siempre) incorporan a un grupo de mujeres jóvenes llamadas «las hijas reales», las cuales pueden ser 4,6,8 e incluso 16, en ocasiones se ha supuesto que la primogenitura femenina de Amenhotep III y Tiy era más numerosa. Sin embargo, como acertadamente subraya Marc Gabolde:

De hecho, en modo alguno es cierto que nos encontremos aquí con hijas verdaderas del rey, pues estos bajorrelieves relatan las ceremonias del primer jubileo de Amenhotep III y la presencia de los hijos reales en este contexto estaba prescrita por el ritual. Otras representaciones de tales ceremonias indican sin lugar a dudas que estos «hijos reales» son, en realidad, personajes que representan el papel de los príncipes y princesas y ofician en lugar de estos durante estas festividades. Por otra parte, la ausencia de los nombres de las princesas basta para excluir la presencia de la verdadera progenie del rey en astas escenas.

A estas cuatro hijas de la pareja real —cuyo probable orden sea Satamón, Henuttaneb, Isis y Nebetah— hemos de sumarles dos hijos: el príncipe Amenhotep (futuro Akhenatón), evidentemente; pero también y antes que él a su hermano mayor, el príncipe heredero Tutmosis, en ocasiones llamado Tumosis V por los egiptólogos, si bien parece claro que nunca accedió al trono. Este príncipe Tutmosis, del que se ha escrito que su muerte «hizo surgir el período más extraordinario de la historia del Egipto antiguo (D. Wildung), nos es conocido por numerosos documentos, que pueden ser agrupados en dos categorías.» En primer lugar están los monumentos que atestiguan su actividad profesional —por así decir— en la entidad religiosa de Menfis. Parece que fue Amenhotep III quien inauguró una zona de Saqqara conocida hoy como el Serapeo, donde serán enterrados los sucesivos toros Apis, un animal sagrado cuyo culto se celebraba desde el alba de la civilización faraónica y que, al menos en esta época, era considerado la encarnación viva de una forma del dios Ptah de Menfis. Fue el egiptólogo francés Mariette, futuro fundador del Servicio de Antigüedades y del Museo Egipcio de El Cairo, quien descubrió el cementerio de los toros Apis a mediados del siglo XIX y, en 1852, sacó a la luz la sepultura del Apis I, es decir, en el estado actual de nuestros conocimientos, el primer Apis inhumado en esta necrópolis. En la actualidad la tumba en cuestión se ha perdido, oculta bajo metros y metros de arena; pero Mariette nos dejó una descripción especialmente interesante para nuestro objetivo: «Se ve, a Amenofis III, acompañado de su hijo […], el hijo real, el sam, Tutmés, realizando una ofrenda de incienso al toro de Menfis» y «En cuanto a la sepultura subterránea, en ella no encontré el nombre de Amenofis, solo el de su hijo Tutmés». La excavación de la habitación sacó a la luz los cuatro vasos para vísceras (llamados canopos) del toro difunto (Louvre N 394 A-D), cuatro ladrillos mágicos (Louvre N 842, serie 5336-9) y restos de vajilla de calcita y terracota, en los cuales se repiten los nombres y títulos del príncipe. Se ha comparado la decoración de la capilla descrita por A. Mariette con un bajorrelieve aparecido en el mercado de antigüedades en 1910 y hoy día conservado en el Staatliche Sammlung Ägyptischer Kunts de Munich (G1. 98): detrás del hombro de un rey tocado con la corona khepresh, con el brazo izquierdo hacia delante en gesto de ofrenda (?), aparece un acólito más pequeño vestido como un sacerdote sem (el «sam» de terminología utilizada por Mariette), con una peluca con trenza lateral y una piel de felino sobre el torso, ofrendando un vaso de ungüento. Semejante combinación iconográfica lleva a reconocer en el personaje a un príncipe que oficia junto a su padre. El texto que los identificaba, situado por encima de ellos, se conserva de forma muy fragmentaria; pero todavía se pueden ver los restos de algunos signos, en los cuales se menciona, como en la escena descrita por Mariette, a un (¿dios?) difunto («[el Osiris]…»), a un sacerdote sem y, parece, un nombre que termina por …mosis. Como han propuesto la mayoría de estudiosos que han analizado el relieve de Munich, probablemente se trate del fragmento de una escena paralela a la descrita por A. Mariette, a menos que proceda de un edificio análogo por ahora desconocido. Otro monumento atribuible al príncipe Tutmosis nos proporciona más información sobre él y parece pertenecer a la misma categoría de documentos y atribuciones personales: el sarcófago de la gata Ta-mi(u)t (literalmente «La gata») conservado en el Museo Egipcio de El Cairo (CG 5003-JE 30172). El objeto fue descubierto en 1892 en Mit Rahina, en el recinto religioso de la antigua Menfis, «al sur del templo de Ramsés II, en un monumento de la XVIII dinastía » explica su descubridor, G. Daressy. Tallado en caliza y de 64 cm de altura, está decorado con representaciones de la gata difunta (tanto sentada sobre una mesa de ofrendas como momiforme) e inscripciones funerarias destinadas a asegurarle, igual que a un humano, un más allá feliz. La tapa contiene una doble inscripción dedicatoria: «Realizada bajo la autoridad del hijo del rey, el jefe de los sacerdotes del Alto y el Bajo Egipto, el grande de los directores de los artesanos (=el gran sacerdote de Ptah), el sacerdote sem, Tutmosis»; y «Realizado bajo la autoridad del hijo primogénito del rey, su bien amado, el grande de los directores de los artesanos, el sacerdote sem, Tutmosis». Aunque el nombre del rey no aparece mencionado, los títulos del príncipe, el estilo de la decoración y el lugar de descubrimiento del sarcófago casi aseguran que se trata del mismo Tutmosis, del cual esta vez se especifica que es el «hijo primogénito del rey». El desarrollo de su titulatura nos permite comprender que ya por entonces asumía grandes funciones sacerdotales y, aunque no sea posible excluir que por esas fechas tuvieran un carácter honorífico, sugieren  que el príncipe ya no era un niño, sino un adolescente (cuando no un adulto joven). A menudo se ha visto en este excepcional ataúd «un testimonio del afecto del joven príncipe por su animal favorito», como comenta M.Gabolde, quien también explica: «Puede que la inhumación de esta gata, por más que a priori no se tratara del soporte tangible de una divinidad concreta, haya incumbido al gran sacerdote de Ptah por una razón que por el momento se nos escapa, a menos que se trate de uno de los testimonios más antiguos del culto a felinos en el Bubasteo» en el acantilado cercano que conduce a la meseta de Saqqara. Esta interpretación resulta tanto más probable cuanto que sabemos que el culto de animales sagrados recibió un impulso especial en la política religiosa dirigida por Amenhotep III.

Las otras dos atestaciones del príncipe heredero Tutmosis vuelven a ser documentos funerarios: pero esta vez relacionados con su propia persona y, como vamos a ver, con su fallecimiento. Se trata de dos shauabty, esas figurillas mortuorias destinadas a reemplazar mágicamente al difunto en las azofras a las que será llamado a participar en el más allá. Ambos shauabty son originales y poco habituales. Uno representa al príncipe con una peluca de sacerdote sem y tumbado; actualmente conservado en Berlín (VÄGM 117-96), representa la reunión del ba del difunto (uno de los componentes inmateriales del ser humano) con su cadáver. El otro muele harina (para el dios) vestido con ropas de sacerdote sem y se encuentra en la colección del Museo del Louvre (E 2749). Ambos objetos contienen inscripciones que los identifican sin ambigüedad posible como el «hijo del rey, el sacerdote sem, Tutmosis, la estatuilla de Berlín, además, completa el nombre con el epíteto «justo de voz, una expresión egipcia que designa a una persona muerta y justificada ante el tribunal divino (como si fuera Osiris). La misma existencia de estas estatuillas funerarias demuestra el fallecimiento prematuro de Tutmosis; pues, aunque en el Egipto antiguo era habitual preparar el ajuar funerario con antelación a la muerte, el hecho de que los objetos lleven el nombre del príncipe y su categoría, cuando este estaba destinado a un porvenir más glorioso, basta para convencernos de que no pudo cumplir su destino como heredero del trono. El detalle es importante, pues de nuevo el estilo de los monumentos permite asignarles una fecha relativamente concreta, ya que el rostro del príncipe se integra dentro de la nueva iconografia creada con motivo de la celebración de la Heb Sed de su regio progenitor. Si se tiene en cuenta, por un lado, que los vasos canopos del toro Apis I (inhumado bajo la dirección del príncipe heredero) poseen ese mismo y característico estilo» y, por el otro, que Tutmosis nunca aparece con ocasión de la fiesta Sed de Amenhotep III, ni en los relieves de los templos (lo que podría deberse a motivos religiosos)» ni sobre todo en las cerca de 1.500 etiquetas de jarra del palacio jubilar de Malqatta, podemos deducir como algo muy probable que el delfín del rey muriera muy cerca del año 29. Entonces ya no era un niño y, dado que llevaba el título de «hijo primogénito del rey», no cabe duda de que su hermano pequeño Amenhotep ya debía de haber nacido.

La fecha de nacimiento de Amenhotep (el futuro Akhenatón) no puede ser reconstruida con precisión ni certidumbre; no obstante, resulta posible proponer una estimación muy probable. El tapón de jara mencionado anteriormente implica que este príncipe más pequeño hubo de nacer cerca de una de las Heb Sed de su padre, pero no permite precisar cuál de ellas (¿Ia del año 29-30, la del año 33-34 o la del año 37-38?),ni la edad que ese (hijo real verdadero Amenhotep tenía por entonces). Nada tiene de raro imaginar que este habría recibido de su padre una heredad cuando todavía era muy joven, puede incluso que un recién nacido. No obstante, la reconstrucción de la carrera de Tutmosis sugiere que Amenhotep, su hermano pequeño, probablemente ya había venido al mundo cerca del año 29-30, como muy tarde.

Los argumentos de mayor peso para averiguar el período en el cual debió de nacer el príncipe Amenhotep proceden, de hecho, de los documentos de los primeros años de su propio reinado. Al igual que su padre, su abuelo y muchos de sus antepasados de la XVIII dinastía, tantos de cuyos faraones fueron coronados siendo niños, el joven soberano Amenhotep IV aparece en representaciones fechadas incontestablemente a comienzos de su reinado acompañado de su madre, la reina Tiy, allí donde tendría que haber estado la gran esposa real. Así sucede en el dintel de la puerta de entrada de la tumba tebana del gran intendente de Tiy, Kheruef (TT 192). La relación entre el propietario de esta tumba y la reina madre no basta para justificar semejante iconografia, pues los archivos diplomáticos del faraón, conocidos con el nombre moderno de Cartas de Amarna, permiten confirmar que durante los primeros años de su reinado Amenhotep IV no tuvo esposa real. Un grupo de estas cartas se refiere a una petición presentada a Amenhotep III por Tushratta, el rey de Mitanni: petición que solo se satisfará a comienzos del reinado de Amenhotep IV. En dos de estas misivas, Truhratta recomienda al nuevo rey que siga los consejos de su madre, la reina Tiy, quien habría sido testigo del acuerdo firmado con su difunto marido y que su hijo recién coronado pretendía no respetar del todo, si hemos de creer al soberano mitanio. Para asegurarse, completa su correo a Amenhotep IV con una carta personal dirigida a Tiy. Las dos tablillas en cuestión (EA 27 y EA 26) contienen los restos de un recibí en hierático -la escritura cursiva de los egipcios en esa época— que por un lado especifica la fecha de recepción de la carta dirigida al rey (EA 27) ([El año] 2, 1 mes de la estación de la germinación (peret), (día 5 o 6 (?), es decir, los primeros días del segundo año del reinado y, por el otro, el destinatario de la segunda misiva (EA 26),…(para la esposa real), sin mención de su nombre y con un cartucho que encierra el título de esposa real. Como muy bien destaca Marc Gabolde:

Esta apostilla, dejada por un escriba egipcio y destinada a informar a otros escribas egipcios, es notable, pues demuestra que en la época en que fue escrita, para referirse a Tiy bastaba el título de (esposa real), pero sobre todo que no podía designar a ninguna otra persona. Si tal hubiera sido el caso, el escriba hubiera utilizado el título de «madre real», añadiendo el nombre de Tiy tras el título para disipar cualquier posible ambigüedad. Por lo tanto, en esas fechas Tiy seguía siendo la «esposa real» por excelencia. Esto significa que cuando Tiy, ya viuda, recibió la carta, no había ninguna otra esposa real y que, por consiguiente, Amenhotep IV no había convertido a Nefertiti en su reina.

De hecho, Nefertiti no comienza a aparecer en los muros de los templos más que a partir del año 4 del reinado. Además, la presencia de la hija primogénita de la pareja, Meritatón, tan frecuente en las manifestaciones iconográficas de la ideología atoniana, solo está atestiguada algo después, como muy pronto muy a finales del año 4, aunque más probablemente a lo largo del año 5.

Los indicios se acumulan en favor de que Amenhotep IV, al igual que la mayoría de sus antepasados, subiera al trono siendo soltero, para casarse transcurridos muchos años de gobierno, sin duda en el año 4. Resulta imposible estimar con precisión la edad con la que debía casarse un rey de Egipto. Como ya hemos visto, Amenhotep III pudo haberse casado con Tiy con diez o doce años; pero su abuelo, Amenhotep II, que nos dice tenía dieciocho años en el momento de su coronación, aparece al menos una vez a comienzos de su reinado acompañado por su madre, Meritre-Hatshepsut, dando la impresión de que no estaba casado todavía.. No obstante, parece razonable seguir a M. Gabolde cuando sugiere que Amenhotep IV no debía de haber alcanzado la madurez sexual en el momento de su llegada al trono, lo cual indicaría que en ese momento debía de tener unos diez años y situaría su nacimiento a mediados o finales de los años veinte del reinado de su padre.

En estas condiciones, la pobreza de la documentación que habla del príncipe Amenhotep, en relación a las referencias a su hermano mayor, Tutmosis, que ya ejercía por entonces funciones que hoy calificaríamos de profesionales, se explica fácilmente por la diferencia de edad. Entre sus hermanos, Amenhotep era más bien un niño tardío, sin duda como su hermana (¿pequeña?) Nebetah.

A esta familia del joven príncipe Amenhotep, ya bastante densa y compleja, convendría añadirle además al menos cuatro (o incluso seis) tíos y entre tres y cinco tías, hermanos todos ellos de Amenhotep III; sin contar con los probables primos, de los cuales no sabemos absolutamente nada, así como los medio hermanos muy probablemente nacidos de las esposas secundarias y extranjeras que poblaban el harén de Amenhotep III, gran adepto a los matrimonios diplomáticos. En cualquier caso, esta reconstrucción del contexto familiar del príncipe resulta importante para poder evaluar la amplitud del impacto que pudieron ejercer sobre su desarrollo psicológico los extraordinarios fastos que caracterizaron el último decenio del reinado de su padre, Amenhotep III el Magnífico.

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Tres estatuas colosales. Entre sus padres, Amenhotep III y Tiy, está Henuttaneb. (Museo Egipcio de El Cairo).

Del libro: Akhenatón. El primer faraón monoteísta de la historia. 

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